Odiseo busca el regreso a casa tras diez años de guerra. Él ha cambiado. El dolor del tiempo le ha permeado la mirada. Nunca será el mismo que salió del hogar. Lo comprende cuando en el pecho se le siembra una sensación de ahogo. Aun con las heridas en las manos, y en el sueño, tiene que volver a Ítaca. Se trata de la tierra que nos recibió en el mundo, apenas musita. Se trata de su olor, de su llanto, de la forma de mostrarnos la vida. Odiseo cierra los ojos: El único camino que nunca olvidaremos es el que nos conduce a nuestro primer lugar.
Para palpar una vez más a su isla (¿qué hogar no es una isla?) no le será fácil el camino, como tampoco la llegada. Él ha cambiado. ¿Acaso los otros, los que se quedaron, se reconocerán en sus ojos? ¿Sabrán del horror padecido? ¿Conocerán de las dichas cultivadas? Teme la ruptura con su gente, más que el naufragio durante la travesía. Es duro no reconocerse en las manos hermanas, en las pieles labradas en el mismo barro, en las ausencias y en las palabras que antes inauguraban certezas y risas.
Emprende el camino con miedo. No teme que la muerte lo encuentre, le horroriza que la vida le sea insípida. Deambula por el mar durante otra década. Detrás de los peligros se encuentra la Ítaca de su infancia que, lo sabe, ya no existe. También habrá cambiado. ¿Acaso él, que partió, se reconocerá en sus ojos? ¿Sabrá del horror padecido en la isla? ¿Conocerá de las dichas cultivadas en su vientre? Es duro no reconocerse en las risas amigas, en las caricias labradas en el mismo sentimiento, en las ausencias y en las palabras que antes inauguraban sueños siameses.
Tras la travesía ve a su hogar que tatúa el horizonte. Nadie lo espera. Nadie. Ve cómo el deseo se convierte en presencia y en presente. Baja a la playa. Ha sido un largo camino. Y aún en tierra no reconoce sus pisadas. Tal vez aún no ha llegado. Tal vez el camino apenas empieza. Sin regreso no existe el viaje. Y el regreso es lo que todavía no ha concluido para Odiseo.
Anda pasmado, en calma. Anda. Ignora que esta vez no habrá Argos que lo salude, ni anagnórisis al final de la historia. No habrá labios que lo besen ni abrazos que le recuerden la que siempre ha sido su casa. Odiseo solo anda. No ha regresado, lo sabe. Y por eso anda para encontrar su hogar, el fuego primero, la promesa eterna. Tal vez Ítaca está en otra cartografía. Tal vez Odiseo es ya tan otro que otra es también su tierra. Odiseo no se detiene. Odiseo anda.
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XALBADOR GARCÍA (Cuernavaca, México, 1982) es Licenciado en Letras por la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM) y Maestro y Doctor en Literatura Hispanoamericana por El Colegio de San Luis (Colsan).
Es autor de Paredón Nocturno (UAEM, 2004) y La isla de Ulises (Porrúa, 2014), y coautor de El complot anticanónico. Ensayos sobre Rafael Bernal (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2015). Ha publicado las ediciones críticas de El campeón, de Antonio M. Abad (Instituto Cervantes, 2013); Los raros. 1896, de Rubén Darío (Colsan, 2013) y La bohemia de la muerte, de Julio Sesto (Colsan, 2015).
Realizó estancias de investigación en la Universidad de Texas, en Austin, Estados Unidos, y en la Universidad del Ateneo, en Manila, Filipinas, en la que también se desempeñó como catedrático. En 2009 fue becado por el Fondo Estatal pJara la CulturPoesía, ensayo y narrativa suya han aparecido en diversas revistas del mundo, como Letras Libres (México), La estafeta del viento (España), Cuaderno Rojo Estelar (Estados Unidos), Conseup (Ecuador) y Perro Berde (Filipinas). Fue editor de la revista generacional Los perros del alba y su columna cultural “Vientre de Cabra”, apareció en el diario La Jornada Morelos por diez años.
Actualmente es colaborador del Instituto Cervantes de España, en su filial de Manila y mantiene el blog: vientre de cabra.