Vas a morirte
Vas a morirte, me dijo el médico una mañana de verano en la que parecía que nada malo podía ocurrir. Yo miré al doctor, que puso una cara de lástima hipócrita, y no se me ocurrió otra cosa que lanzarle un escupitajo. Llamaron al guardia de seguridad, un gordito medio afeminado, que me pidió de favor que me fuera del hospital antes de que llamaran a la policía del condado, y créeme, esos sí no creen en nadie. Son gordos maricones igual que tú, le dije, y le di un puñetazo tan fuerte en el rostro que empezó a sangrar. Y a llorar. A llorar, claro, porque la sangre es algo dramático, pero no tan dramático como tener los días contados y no tener ganas de contarlos. Salí del hospital sin mucha prisa. Ya a esas alturas me importaba lo mismo una cosa que otra. Entré a una gasolinera. Compré una caja de cigarros. Hacía tanto tiempo que no fumaba que al principio no supe qué hacer. Mientras caminaba por Bird Road rumbo oeste, pensé en toda la mierda que había comido en mi vida. Comido y digerido. Toda la mierda que me había alimentado. Porque la mierda puede llegar a ser nutritiva. O al menos eso cree uno. Hasta que un día un médico comemierda le dice a uno que se va a morir y uno duda y piensa: ¡qué comemierda he sido! Caminaba. El sol del verano quemaba mi espalda. Qué mierda de ciudad en la que una persona a punto de morir no puede ni siquiera caminar tranquilo por sus calles. La Habana. Ciudad de las columnas. Carpentier, otro comemierda. Miami es dura y es calurosa. De pronto, el ruido de los frenos. Un policía que grita algo en inglés. Yo que le digo: eres un gordo maricón. Y sigo caminando. Él, que ni es gordo ni maricón, sigue gritando. Yo agarro una piedra. Se la lanzo. Rompo un cristal. Agarro otra. Antes de lanzarla, siento un ruido, y después caigo. Empiezo a sangrar y lloro, claro, porque la sangre es algo dramático.
El mensaje
y esa sinuosa línea conducía
al sitio exacto en que el mensaje descansaba.
EL MENSAJE
Reinaldo García Ramos
Ricardo ha comprado el periódico. Busca una noticia importante que le envíe algún mensaje, algo que lo saque del letargo en que se encuentra desde que su mujer, Lourdes Marie, lo abandonara hace dos años y se fuera, así como así, con el carpintero que vino un día a arreglarles una mesa. Desde que lo vio, Ricardo notó algo extraño en aquel hombre que no conocía. La manera en que miraba a Lourdes Marie, la forma en que se dirigía a ella, la confianza que parecía haber logrado después de haberla conocido apenas unos minutos. A la semana, ya Lourdes Marie y el carpintero se habían mudado a una casa cerca del río. Ricardo tenía que pasar frente a ese lugar todos los días en camino al trabajo. A veces se quedaba mirando con la esperanza de que ella se asomara a la ventana y así poder saludarla, verla al menos. Pero Lourdes Marie nunca salía. Ricardo seguía entonces rumbo a la oficina donde trabajaba y se entregaba a las tareas del día. Era un burócrata eficiente. Usaba trajes antiguos y corbatas muy coloridas. En la oficina se burlaban de él, no sólo debido a la infidelidad de su esposa, de la que todos se habían enterado a través del mismo Ricardo, quien gustaba de hablar de su vida privada más de lo que es recomendable, sino porque era evidentemente un tipo de esos que causan risa.
Hoy, como todos los días, Ricardo se entrega a la lectura del periódico. Busca en las noticias lo que otros buscarían en la Biblia. Lee con atención cada titular. Trata de encontrar significados ocultos en las noticias más insignificantes. Algo ha de haber en esas letras, en esos símbolos, en esas fotos, en los nombres de los que hacen noticia.
Algo le llama la atención. Es la foto de alguien que al parecer han sacado del río, ya muerto. Por alguna razón aquella foto le parece un mensaje que debe descifrar. Recorta la noticia y la coloca en el espejo del baño. Todos los días la mira, la estudia, lee el texto en voz alta, lo memoriza: Hallan cadáver de un hombre flotando en el río, cerca del restaurante Bernadette, en el barrio La Cruz. Debido al extremo estado de descomposición en que fue hallado, la policía aún no ha logrado identificar el cadáver.
Un día se levanta tarde. Con el apuro de llegar al trabajo a tiempo, se le olvida estudiar la noticia, tratar de descifrar el mensaje que sin dudas habita en ella. Al pasar frente a casa de su antigua mujer y el carpintero, ve una sombra saludarlo a través de la ventana. Decide detener el auto y tocar a la puerta. Nadie responde. Mira a través de la ventana y no ve a nadie, empuja la puerta, que al parecer han dejado abierta, y entra a la casa. Siente un olor muy extraño. Al llegar a la cocina, encuentra el cadáver de su mujer con los brazos extendidos hacia ambos lados de su cuerpo, en forma de cruz. En ese momento entiende el mensaje.
© All rights reserved Ernesto G.
Ernesto G. La Habana, Cuba, 1967. Poeta, narrador, videasta y blogger. Licenciado en Lengua y Literatura Inglesas por la Universidad de la Habana. Primera mención (Poesía) en el Concurso “13 de Marzo” de la Universidad de La Habana (1987). Ha publicado “Los relatos de Maurice Sparks” (Editorial Silueta, 2011). Codirector de revista de arte y literatura Conexos y director de iSawFinger Productions. Editor del blog http://losrelatosdemauricesparks.com/. Estos dos textos pertenecen al libro en preparación “El transeúnte considerable y otros relatos”.