El arrepentimiento es un acto de contrición que aprendí en mi infancia y por eso confieso un “mea culpa” por no haber leído antes alguna novela de Elvira Lindo. A veces caemos en la trampa de ignorar a ciertos escritores por la proyección mediática que tienen en los medios de comunicación. La lectura de la novela, Una palabra tuya, me ha convertido en una adicta a esta autora desde hoy. Una adicción consciente a una escritora especial que posee talentos profesionales dispares: locutora de radio, guionista de cine, dramaturga, actriz, columnista en prensa y escritora de literatura para niños.
En 1998 obtuvo el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por Los trapos sucios de Manolito Gafotas. Personaje a través del cual supe de la existencia de Elvira Lindo y que me hizo pasar momentos divertidos como oyente de radio.
Una palabra tuya narra en primera persona la historia de Rosario y Milagros, su amiga. Ambas trabajan de barrenderas y limpian las calles al compás de las decepciones y alegrías minúsculas que les asedian por su condición laboral, en un barrio obrero de Madrid. El sexo, el amor, la muerte, la culpa, el suicidio y el desencanto, sacudirán la vida de Rosario. Milagros, más allá del bien y del mal, será el personaje que acompañará a su amiga con una fidelidad extrema, mostrando en todo momento la inocencia de los que no piensan.
La novela se lee de un tirón y cuando abandonas el libro no percibes que hayas interrumpido la lectura. Rosario, la protagonista de la novela enhebra la historia de su vida con una ironía agridulce. Reconocí en la protagonista del libro a mujeres de mi familia y de mi barrio. Entendí a la perfección el deseo del personaje de que su madre demente muriese y la dejara vivir; sentí lo mismo que ella cuando expresa en el capítulo lo siguiente:
“El olor de mi madre estuvo mucho tiempo en la casa, pegado a los sillones, a las faldillas de la mesa, el olor y los ruidos que ella hacía al andar alejándose por el pasillo“
Rosario y yo hemos percibido el rastro de nuestros muertos a través de los enseres de una casa. Sé que puede resultar extraño pero la sensación de que el personaje hablara en mi nombre, en el de mi abuela, y en el de mi madre, ha sido constante.
Intuyo que Elvira Lindo, sagaz observadora, ha querido a mujeres como Rosario porque sin amor no puedes penetrar en su mundo ni mimetizar su lenguaje. Rosario no está sola, tiene una amiga que se llama Milagros con la que mantiene una relación de amor-odio que se fraguó en la escuela. Las dos trabajan como basureras y Milagros es una niña-grande que no menstrua pero desea ser madre. Encontrará a su hijo entre los desperdicios y lo cuidará porque nadie quiere lo que tira a la basura.
Las dos mujeres, distintas y sin embargo cómplices en una novela en la que la escritora se revela contra los estereotipos de los pobres que habitan los suburbios, nos da una lección cruda de una realidad que nos circunda.
No he visto la adaptación de la novela al cine y la verdad es que prefiero mantener a Rosario y Milagros tal y como yo las he creado: a imagen y semejanza de otras mujeres a las que amé, sufrí y a las que debo lo que hoy soy y también lo que no quiero ser.
Ángels Martínez