Se teje como un ensayo que, al modo de una obra coral, mezcla memorias personales, crítica teórica y poética, desvelando así las complejidades del género, la sexualidad, el deseo y el lenguaje. Es un texto que desafía las convenciones literarias con un gesto de sutil transgresión, las fronteras entre la prosa teórica y la narración íntima se desdibujan, creando una suerte de híbrido que oscila entre el ensayo académico y la confesión personal. El título, The Argonauts, se sostiene sobre la paradoja del barco de los argonautas, metáfora evocada por Roland Barthes al reflexionar sobre la transformación continua y la persistencia de la identidad. Así, la autora, Maggie Nelson encapsula en el núcleo de este singular libro la posibilidad del cambio sin que ello implique la pérdida de la esencia.
Los argonautas, ese célebre grupo mítico de navegantes en busca del vellocino de oro, devienen en el texto una imagen del esfuerzo heroico que requiere la búsqueda de la identidad personal. Al igual que los marineros helénicos, Nelson sugiere que los individuos, al definirse a sí mismos, emprenden también una travesía errática, llena de incertidumbres, pero no menos heroica. Esta idea del devenir, de la vida entendida como un proceso en constante mutación, se introduce al principio del libro y reverbera, de forma directa e indirecta, a lo largo de toda la obra. Sin embargo, Nelson opta por un cierre que es más bien un nuevo comienzo: la promesa de los primeros pasos de su hijo, que, como sus propios padres, inicia también su errante búsqueda de una identidad siempre incierta.
Desde un punto de vista formal, The Argonauts puede considerarse un ejemplo paradigmático de la escritura híbrida. El texto se presenta de manera fragmentaria, con secciones a menudo separadas por espacios en blanco, reflejo evidente de la fluidez de los temas abordados, y quizá también del caos íntimo que los sostiene. En este collage literario, Nelson entrelaza sus reflexiones personales con un tejido denso de citas y referencias que abarca desde Judith Butler hasta Roland Barthes, pasando por Gilles Deleuze y Eve Kosofsky Sedgwick, entre otros. El ensamblaje de estas voces, tanto íntimas como académicas, produce una obra polifónica e hiperglósica, en la que el yo de la autora se diluye y reaparece, fragmentado, a través de las ideas de otros.
Este recurso, por supuesto, no es gratuito: Nelson parece querer desarmar la noción de una identidad coherente, de una narrativa unificada, y con ello apuntar a una verdad más profunda y compleja: la experiencia humana —y en particular la que concierne al género y la sexualidad— es por naturaleza fragmentaria, poliédrica.
En uno de los pasajes vitales de esta narrativa de “autoteoría” del ser, la autora reflexiona sobre su relación con Harry Dodge, su pareja transmasculina, y sobre su propia maternidad. Lo que podría parecer un recorrido lineal por la cronología de su vida se despliega aquí en fragmentos disgregados, desconcertantes, que reflejan tanto la complejidad de los roles sociales como los esfuerzos por definir una identidad en medio de las tensiones normativas. El texto entra en tránsito y se mueve como un meandro. Más que obedecer a la arquitectura clásica prescrita por Aristóteles, Nelson desafía las convenciones a través de patrones más que de relaciones causales.
Precisamente, uno de los puntos cardinales del libro es la interrogación sobre las fronteras del lenguaje y su capacidad —o incapacidad— para aprehender lo inefable, lo que se resiste a las categorías ya dadas. Nelson, de plano, plantea con lucidez la insuficiencia del lenguaje normativo para describir las experiencias queer y transgénero, que, por su misma naturaleza, se rebelan contra cualquier intento de clasificación. Lo dijo Cixous una vez: si las mujeres quieren un lenguaje feminista, deben inventarlo. Igual, supongo, aludiría a la búsqueda de un lenguaje queer.
A decir verdad, todo el lenguaje es, en cierto modo, queer. A lo largo del texto, la sombra de Judith Butler es constante, especialmente en su teoría de la performatividad de género. Según Butler —citada y desafiada por Nelson en un devenir de olas—, el género no es una esencia fija, sino el resultado de un conjunto de actos repetidos que generan la apariencia de estabilidad. Nelson asume esta premisa, pero la trasgrede explorando cómo los cuerpos queer socavan las normativas sociales y desmantelan, al menos en parte, los esquemas binarios que aún dominan la percepción del género.
Nelson, siguiendo a Deleuze y Guattari, seduce con la idea de los “cuerpos sin órganos”, como forma de cuestionar la idea del cuerpo como una entidad cerrada y definida. Más bien, para ella, el cuerpo es un espacio en perpetuo devenir, una fuente inagotable de posibilidades, un campo de batalla en constante pugna. Esto cobra una resonancia especial en su relación con Dodge, pues mientras él transita hacia la transmasculinidad, Maggie está embarazada y su cuerpo también se transforma. Y aquí el por qué un ensayo que parece novela que parece poema es tan efectivo: al igual que le ocurre al texto, tanto Harry como Maggie experimentan sus cuerpos no como algo esencial o determinado de antemano, sino como entidades maleables, en proceso de continua renegociación.
En el corazón de The Argonauts palpita una indagación sobre el amor, la vulnerabilidad y el cuidado, conceptos que, desde el teclado de Nelson, adquieren una densidad inusitada. El amor no es para ella un refugio idealizado, sino un espacio de riesgo, de exposición constante. Su relación con Harry está marcada por la incertidumbre y el cambio, por la continua renegociación de identidades.
Asimismo, Nelson no teme exponer las dificultades inherentes a las relaciones, sobre todo cuando las identidades están en constante transformación. El amor, en su obra, no se separa de la vulnerabilidad, y es en esa fragilidad donde encuentra la posibilidad de una conexión más profunda. Lejos de idealizar el amor, Nelson lo retrata como una fuente de poder y resistencia, una fuerza que, en su precariedad, se torna indispensable.
The Argonauts se recrea en la intersección entre lo personal y lo teórico, entre lo poético y lo académico. Supone esta estrategia Nelson una visión del género (cualquiera que esté a supuesto a ser), en ruptura con las narrativas normativas. Como el barco de los argonautas, que cambia sus piezas sin dejar de ser el mismo, Nelson nos sugiere que las identidades y las relaciones pueden transformarse sin perder su esencia.
Queda la vulnerabilidad y la infinita posibilidad de reimaginar el yo y el otro.
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Elidio La Torre Lagares es poeta, ensayista y narrador. Ha publicado un libro de cuentos, Septiembre (Editorial Cultural, 2000), premiada por el Pen Club de Puerto Rico como uno de los mejores libros de ese año, y dos novelas también premiadas por la misma organización: Historia de un dios pequeño (Plaza Mayor, 2001) y Gracia (Oveja Negra, 2004). Además, ha publicado los siguientes poemarios: Embudo: poemas de fin de siglo (1994), Cuerpos sin sombras (Isla Negra Editores, 1998), Cáliz (2004). El éxito de su poesía se consolida con la publicación de Vicios de construcción (2008), libro que ha gozado del favor crítico y comercial.
En el 2007 recibió el galardón Gran Premio Nuevas Letras, otorgado por la Feria Internacional del Libro de Puerto Rico, y en marzo de 2008 recibió el Primer Premio de Poesía Julia de Burgos, auspiciado por la Fundación Nilita Vientós Gastón, por el libro Ensayo del vuelo.
En la actualidad es profesor de Literatura y Creación Literaria en la Facultad de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Ha colaborado con el periódico El Nuevo Día, La Jornada de México y es columnista de la revista de cultura hispanoamericana Otro Lunes.