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Septiembre 2018

UNA CIUDAD DE MALETAS. Eduard Reboll

a la señora Ángeles Sánchez Hernández

 

En 1960 la emigración andaluza, y en general de varios lugares de España, tomaba el ferrocarril hasta Barcelona. Al final del trayecto, un lugar: L’estació de França. Un espacio cubierto de arcos férreos modernistas y un retablo de vidrieras. A la llegada al Mediterráneo, el nuevo visitante, batiendo el polvo de la calle con sus pies, mitigará el dolor de su territorio de origen.

 

Al frente, una nueva vida en los bolsillos. El humo del tabaco negro sin filtro. Bares con café torrefacto y vino barato en pequeñas mesas. Música de voces que claman a lágrima tenue por estar en tierra de esperanzas. En las manos, un sinfín de maletas variopintas elaboradas con cartón forrado en tela de saco. Las mujeres, con bolsas y pañuelos inmensamente apedazados al hombro. Maldición en las palabras, por dejar el abuelo o a la amiga despidiéndote con un pañuelo blanco en la estación. Por abandonar el campo de olivos seco de aceitunas; el huerto, la conversación en la taberna…o aquella saliva en la boca cuando las fiestas patronales se inauguran. En el equipaje viaja lo mínimo y alguna bata de dormir de la madre. En una caja de cartón atada con un hilo de pita: la indumentaria, una virgencita, el crucifijo que besó el último cadáver de un miembro de la familia, o algún retrato.

 

Foto. Xavier Miserachs

 

A la mayoría les espera por cobijo una barraca de ladrillos robados con techo de uralita; unos vecinos que sacan sus sillas de mimbre al romper la noche, y el cante para apagar la pena. Las maletas, vacías, se pondrán bajo un camastro de muelles, y se abandonarán hasta que otro deseo de prosperidad se avive en el clan familiar.

 

Bultos para el retorno veraniego

 

Maletas que, los que habitan y han triunfado al cabo de una década en la metrópoli, cargan sobre sus manos para mostrar a los suyos: el barniz del éxito o lo insólito de cualquier nuevo producto. Maletas cubiertas de plástico brillante. Más consistentes y haciendo juego en su conjunto. Maletas donde se guarda el maquillaje por separado de la señora en un neceser. Una valija para la ropa personal y el aseo. Y otra más grande para las dádivas a tus amigos.

Llegan a su origen de partida los inmigrantes; y son admirados en el pueblo. Vienen con el glamour de la Europa española en el rostro. Algo subido en las formas… al principio. Bajo la influencia de la metrópoli y su vanidad. Han prosperado junto al sufrimiento. Se diferencian.

 

La mercancía que transportan dentro de sus paquetes, lo confirma.

 

Equipaje para viajar al extranjero  

 

Los primeros viajes asequibles fuera del país en la década de los 70 tocan la campana de salida. Sueños juveniles para que Europa se pueda recorrer en tren en un mes: saltando de ciudad a ciudad. La RENFE (la red ferroviaria española) elabora un pase gratuito llamado Interrail en combinación con todos los convoyes del continente. Solo un par de mudas, el pasaporte, el saco de dormir, y una decena de latas en conservas caben en una “mochila de tubo”. Apodo para una bolsa cilíndrica cargada al hombro a través de unos tirantes.

Uno duerme con ella bajo el Pont Neuf de París o vive unos días tocando los bongós en la plaza del ayuntamiento de Helsinki. Utilizándola como sofá o mesa, según lo que se acuerde, mientras caen las monedas del público. Los mochileros crean, incluso, su propia guía: La Trotamundos. Un personaje con ella en primera página, hace eco de su importancia como imagen. Algunos le suman una bolsa de mano llamada “macuto” para uso más personal y directo.

 

 

 

Maletas del turista de ahora

 

Las maletas de hoy son el negocio de hoy. Empresas como Eastpack, American Tourister, Delsey, Roncato, Kipling, Tumi, Pepe Jeans…llenan los comercios de la calle o saturan a Amazon de pedidos, para huir.

 

Pero hay una maleta que, como Picasso en el campo del arte o Ferrán Adrià en el gastronómico, implican una rotura en el concepto: Samsonite. Un día, la valija empieza a tener ruedas y, del asa, surge otra plegable que permite su arrastre. El cuerpo es de aluminio ligero y funge de icono de distinción o inteligencia, según quién la lleva.

 

En este momento, infinitos imitadores de esta marca, llenan la ciudad de una música de percusión que tiene como baquetas el suelo oriundo que pisan. Los colores hemisféricos, los diseños ad hoc, la carga interior del equipaje… colman con distintos yoes al extranjero que visita la ciudad.

 

Las Ramblas es una pista de patinaje. El paseo de Gracia un tobogán donde los turistas se deslizan viendo las obras arquitectónicas de Gaudí o preguntando “What does a tapa means?” agarrados a una maleta gigante.

 

Desde que en la Edad Media se viajara en carroza para el aristócrata entre baúles o en fardos en un burro para el labrador, los seres humanos hemos puesto “el todo” dentro del equipaje cada vez que viajamos. Este verano, las ciudades más importantes del mundo, son víctimas del desorden turístico que implica desplazarse con lo puesto. Lo hermoso es, que hoy, la razón del viaje, viene por el rango económico conseguido y el privilegio de poder hacerlo.

 

  • ¿..o no?

 

Pues no. Hay alguien a mi lado que me dice: “Hay muchas personas con equipaje de mano a los que uno cree que vienen a visitar tu ciudad y …”

 

  • ¿…Y?

 

Una familia compuesta por una mujer y dos niñas me detiene y me pregunta: “¿La calle de Sants por favor?”. Usted está en ella. Dígame. “Busco el Hostal Don Antonio para alojarme…”

 

Es María Gabriela Mendoza-Brujas de la ciudad de Maracaibo. En su afán por encontrar la dirección precisa, abre el bolsito de viaje y saca un paquete de bolívares. Algo así como trescientos millones me dice ella. “Ve esta mierda. Pues por esta mierda estoy aquí con todo este equipaje. Antes, yo venía de vacaciones a su ciudad comía en buenos restaurantes y me alojaba en el hotel Plaza de cuatro estrellas. Hoy solo tengo en mi vida mis dos hijas, lo que llevo en la maleta, y la suerte que me depare el venir aquí. En este mismo instante soy una turista, a final de mes seré una sinpapeles, que dicen ustedes”.

 

En Barcelona no hay dos maletas iguales. Ni dentro coincide el mismo contenido cuando se viaja. Lo único que une a cada sujeto que las sostiene: es saber si es un punto de partida o de llegada.

 

Averigüen ustedes. Yo me marcho ahora mismo a comprar una.

 

…me fui.

 

© All rights reserved Eduard Reboll

Eduard Reboll Barcelona,(Catalunya)

 

De ti dice mucho "la maleta viva" que llevas junto a tu esposa. Esta maletita humana que hace dibujitos mientras su papá recita poemas de un río cualquiera del planeta.
Delicioso relato. En este viaje europeo que estoy haciendo tuve que abandonar dos maletas por distintas heridas, y debo decir que no es nada sencillo dejarla ahí, con su bitácora tatuada en plasplás algún codicó de barras que supongo, dice mucho de mi. Abrazo querido amigo.
Así es, un poco fílmico el artículo, y por supuesto hay escenas inherentes de lo que vivieron la gente en el pasado que han tenido que huir en busca de un nuevo futuro a cualquier parte del mundo.
Las he tenido todas. Ahora viajo con un cartucho de Public. Espérame en la puerta.
Jajaja, cuanta razón Esto es un poco ‘Un franco 14 pesetas’ en un buscador de vuelos low cost Ignacio y la q escribe, una vez, dejamos nuestras maletas en Las Vegas y lo metimos todo en un par de bolsas de plástico gigantes porque querían hacernos pagar mucho más de lo que por supuesto valían nuestras viejas y sufridas maletitas. Parecíamos 2 homeless, fue gracioso atravesar el aeropuerto de West palm Beach, que está lleno de gente pija, jaja
Bravo, Eduard. ¡Bravo! Muy al día: nueva faceta del cosmopolitismo mediterráneo de tu bella ciudad. Espero verte pronto. Un abrazo.

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