La atormentada infancia del procedimiento
En este mismo medio y en columnas anteriores, nos hemos ocupado de reseñar el alarmante fenómeno de cómo, progresivamente, los catálogos de las grandes grupos editoriales, a escala global, van reduciendo los lanzamientos y las reimpresiones de los títulos correspondientes a obras intrínsecamente literarias, incluyendo los clásicos en prosa y verso, a favor de textos que, para diferenciarlos de los anteriores, denominamos como paraliterarios, de los que se espera en las compañías editoriales que resulten mucho más redituables y de más rápida venta. A fin de establecer la distancia que existe entre unos y otros, señalamos que fue acuñada la denominación de “alta literatura”, expresión muy forzada ya que cabría esperar que la descripción suficiente se encontrara contenida en el mero término literatura. A partir de aquí, emplearemos exclusivamente esta denominación –literatura, a secas- para aludir a las obras que ameritan ser entendidas de tal modo.
Volviendo al fenómeno referido en el primer párrafo, la gravedad de este consiste (aunque no es el único aspecto negativo de la cuestión) en la gradual reducción de posibilidades para los autores literarios de acceder a públicos masivos, los destinatarios naturales de sus obras. Esta reducción de campo se ve secundada por una migración de los autores hacia los sellos todavía abiertos a la recepción de sus manuscritos, compañías de mucho más modesto alcance que los grandes grupos editores, tanto en distribución como en tirada y que, además, no disponen de los abundantes presupuestos promocionales con que cuentan esos grupos empresarios para hacer conocer en los medios masivos de comunicación (los que moldean el gusto y las preferencias de la proporción mayoritaria de los lectores) sus lanzamientos y reimpresiones.
Esto tiene un doble efecto: por una parte, las obras paraliterarias son puestas al alcance de los lectores mayoritarios sobre la base de una gran tirada de ejemplares, que vienen a ocupar en librerías los espacios más expuestos y privilegiados, pródigamente promocionadas para crear en los lectores potenciales el deseo de adquirirlas, a través de los periódicos, las revistas especializadas (que no escapan al poder de los abultados presupuestos editoriales), la radiofonía, la televisión y toda la parafernalia que brinda Internet, lo que moldea progresivamente el gusto de los lectores a escala masiva, en desmedro de las obras literarias: los nuevos lectores, quienes todavía están madurando su juicio, sus criterios y preferencias, también son afectados por la avalancha informativa interesada en ingresarlos en el mainstream, el gusto aceptado y más común.
Por otro lado, los autores literarios que alcanzan a publicar sus obras mediante los sellos que denominamos “independientes” o indies –cada vez más acusadamente, el último refugio de la literatura- no solamente ven reducidas sus probabilidades de que el lector se interese y acceda a sus obras, contando con una menor distribución y exhibición de sus libros, una promoción mucho más reducida o hasta inexistente de estas, sino que además ven coartado el acceso a sus obras de los nuevos lectores, por las razones que explicamos antes: marginados como están del mainstream los autores literarios, los noveles lectores no se enterarán de que esas obras existen y, mucho menos, de dónde pueden encontrarlas.
Se contrargumentará, posiblemente, que la sin lugar a dudas meritoria labor de las indies contempla producir y lanzar ficción literaria dirigida al público todavía atento a este tipo de lanzamientos y reediciones editoriales, pero debemos señalar que la política de gueto nunca fue efectiva y que, a mediano o largo plazo, contempla una gradual reducción de lectores, habida cuenta de que por el efectivo poder de los medios masivos de comunicación y sus patrocinadores –los grandes “educadores” del hombre medio contemporáneo- la preferencia por el maistream se impone y se impondrá cada vez más, a una escala todavía mayor que la presente, con el resultado que cabe suponer sobre la base de esta realidad hoy ya bien palpable.
Aparte de esto, aceptando la definición (algo fabril pero muy difundida) de los creadores de ficción como “productores de valores simbólicos”, es fácil imaginar lo que sucederá con esos valores propios de la literatura, en la medida en que más y más nuevas generaciones de lectores inclinen sus preferencias por el mainstream omnipresente y tan bien propagandizado: un libro puede tanto hacer evolucionar a sus lectores como llevarlos a involucionar, hasta que dichos valores simbólicos se reduzcan a una isla de significado en el gran océano del sentido aceptado y generalizado y se conviertan en el mero remanente de una época pasada. La etapa siguiente es la de su extinción, lisa y llana.
Contraofensiva: ¿Una alternativa posible?
Si bien la paraliteratura lleva hoy todas las de ganar, es fundamental referir que ha existido siempre, a partir de que con la invención de la imprenta de tipos móviles y los avances de la alfabetización se fue desarrollando un nuevo público consumidor de libros, antes inexistente. La historia de la paraliteratura corrió así en paralelo con la de la literatura, ganando progresivamente espacio en las preferencias a gran escala del público lector. Por remitirnos solamente a los períodos más recientes, cuando en el siglo XIX Charles Dickens, Honoré de Balzac, Oscar Wilde o Víctor Hugo publicaban sus obras y estas eran abundantemente requeridas por los lectores, una gran masa de títulos paraliterarios desbordaban también las vidrieras de las librerías y reposaban en la mesa de luz de los lectores, con un señalador entre sus páginas. De igual modo, en el siglo XX, mientras Marcel Proust alumbraba los siete tomos de “En Busca del Tiempo Perdido” (entre 1913 y 1927); Thomas Mann daba a prensas “La Montaña Mágica” (1924), William Faulkner nos entregaba “Las Palmeras Salvajes” (1939), Jerome David Salinger se consagraba con “EL Guardián en el Centeno” (1951) o Gabriel García Márquez publicaba “Cien Años de Soledad” (1967), toneladas de papel impreso, en la misma librería, se agotaban difundiendo paraliteratura de la más mediana o de la peor especie.
¿Qué opción puede tener la literatura en medio de tan poco alentador panorama? Arriesgaremos que proceder a una contraofensiva trabajosa y lenta, pero todavía viable.
La lucha del autor literario de nuestro tiempo –que es la misma de los valores simbólicos de la literatura- no es otra que la pugna por los lectores que sí poseen los paraliterarios, auxiliados por el gran aparato editorial y los medios masivos de comunicación, ambos regidos exclusivamente por el afán de lucro. Cabe aclarar que tanto por parte del gran aparato editorial como por parte de los medios de comunicación masivos no se puede esperar otra actitud, ya que se juegan en ello su misma existencia. Se puede decir que ambos factores actúan como fuerzas ciegas, sin que los anime una “debilidad especial” por la paraliteratura ni tampoco algún otro tipo de inclinaciones, convicciones o preceptos, como no sea el afán de obtener ganancias. Y sobre esta base es posible aventurar que, en caso de que la literatura gane terreno dentro de las preferencias del maistream, en detrimento de la paraliteratura, ambos factores, el gran aparato editorial y los medios masivos de comunicación, no verían obstáculo alguno en apoyar con igual empeño, profesionalismo y recursos a la nueva tendencia, en tanto y en cuanto ella les proveyera de nuevas ganancias.
En tal sentido, la estrategia posible para la ficción literaria –la “alta literatura” que menciona el título- podría consistir en infiltrarse (con sus valores simbólicos) dentro de los formatos más difundidos y populares, modificando paulatinamente su concepción y, por ende, la de la mayoría de los consumidores de libros.
¿Qué sucedería si formatos como la novela romántica, la de terror, la de aventuras, la así llamada “literatura juvenil”, por solamente citar algunos ejemplos populares, comenzaran a ser invadidos por esos valores simbólicos y a difundirlos, al cabo de un período determinado, ganando espacio dentro del mainstream y comenzando a contar con los grandes recursos propagandísticos de los medios de comunicación masivos y sus patrocinadores, los mayores grupos editoriales? La pregunta ofrece antecedentes válidos en la historia misma de la ficción literaria, tomando en cuenta que obras literarias de pleno valor pasaron por ser, primeramente, entendidos como otra cosa. El ejemplo primero que acude a la mente es “Moby Dick”, de Herman Melville, y buena parte de las obras del ya citado Dickens, pero la lista es mucho más numerosa.
La contraofensiva de la literatura, así presentada, nos habla de un proceso gradual y prolongado, con toda posibilidad, pero se ofrece en primera instancia como una ruta posible para que esos valores simbólicos, los que constituyen la médula misma de la ficción literaria, no solo no desaparezcan, sino que recuperen, paso a paso, el terreno que fueron perdiendo, también, paso a paso.
En sus 6 mil años de historia, la literatura ha sabido aceptar múltiples desafíos epocales y adaptarse a cada cambio de etapa, sin perder por ello los valores simbólicos que genera incansablemente; para ello se ha modificado, evolucionado y transformado una y otra vez, sabiendo sortear todos los obstáculos que se le presentaron. Cuando previamente a la aparición de la imprenta de tipos móviles y la alfabetización masiva, era privilegio de unos pocos eruditos, pervivió y lo siguió haciendo después, cuando esos cambios determinaron el surgimiento de otros fenómenos y nuevas confrontaciones. Es de esperar que en nuestro tiempo conserve esa ductilidad y sepa afrontar una nueva fase, sin desmedro de su sentido medular -el expresar la condición humana en sus múltiples facetas- superando la grieta existente entre la “alta literatura” y la así llamada “cultura de masas”, términos que ya resultan anticuados e insuficientes para definir en su exacta medida la compleja realidad de la ficción contemporánea, sus posibilidades y sus retos.
© All rights reserved Luis Benítez
Luis Benítez nació en Buenos Aires el 10 de noviembre de 1956. Es miembro de la Academia Iberoamericana de Poesía, Capítulo de New York, (EE.UU.) con sede en la Columbia University, de la World Poetry Society (EE.UU.); de World Poets (Grecia) y del Advisory Board de Poetry Press (La India). Ha recibido numerosos reconocimientos tanto locales como internacionales, entre ellos, el Primer Premio Internacional de Poesía La Porte des Poètes (París, 1991); el Segundo Premio Bienal de la Poesía Argentina (Buenos Aires, 1992); Primer Premio Joven Literatura (Poesía) de la Fundación Amalia Lacroze de Fortabat (Buenos Aires, 1996); Primer Premio del Concurso Internacional de Ficción (Montevideo, 1996); Primo Premio Tuscolorum Di Poesia (Sicilia, Italia, 1996); Primer Premio de Novela Letras de Oro (Buenos Aires, 2003); Accesit 10éme. Concours International de Poésie (París, 2003) y el Premio Internacional para Obra Publicada “Macedonio Palomino” (México, 2008). Ha recibido el título de Compagnon de la Poèsie de la Association La Porte des Poètes, con sede en la Université de La Sorbonne, París, Francia. Miembro de la Sociedad de Escritoras y Escritores de la República Argentina. Sus 36 libros de poesía, ensayo, narrativa y teatro fueron publicados en Argentina, Chile, España, EE.UU., Italia, México, Suecia, Venezuela y Uruguay