Leer a Paul Celan es de las experiencias literarias más desgarradoras que conozco. Hay que poner el mundo entre paréntesis, acomodarse en un silencio raro, sentir cada palabra rebotando sobre el corazón, cada imagen conjurada alojándose en el cuerpo. Hablo de Paul Celan, el poeta, pero también, pero sobre todo, del Paul Celan de las cartas (a Giselle Lestrange. A Ilana Shmueli).
A Giselle, su mujer por muchos años, le escribió una de las cartas más hermosa que yo haya leído nunca. La llevo siempre conmigo. La releo en días malos, en días buenos (se las traduzco y dejo aquí como regalo):
“Maia, amor mío, quisiera poder decirte cuánto quiero que todo esto quede, quede para nosotros, quede para siempre.
Tú ves, yendo hacia ti tengo la impresión de ir dejando un mundo, de escuchar las puertas golpeándose a mis espaldas, puerta tras puerta, porque son numerosas, las puertas de este mundo hechas de malos entendidos, de falsas claridades, de tartamudeos. Tal vez queden otras puertas aún para mí, tal vez no he vuelto aún a cruzar la explanada en la cual se despliega esta red de signos que me lleva lejos – pero yo voy en camino, me escuchas, me estoy acercando, el ritmo – puedo sentirlo- ya se acelera, todos los fuegos engañosos van apagándose uno después del otro, las bocas mentirosas se cierran sobre su saliva- no más palabras, no más ruido, nada estorbando mis pasos-
Voy a estar allí, junto a ti, en un momento, en un segundo que inaugurará el tiempo.”
La historia de Celan es tremenda. De familia judía en Bukovina (luego anexada a Rumania), pierde a sus padres en un campo de concentración. Él se salva de pura suerte. La noche en que se los llevan, Paul Celan decide dormir en un refugio/escondite al que sus padres se niegan a ir. Se instala a vivir en Paris más tarde y, si bien habla perfectamente el francés, decide seguir escribiendo en la lengua de su madre – el alemán- aunque sea esta también la lengua de sus asesinos. El poeta es enfático al decir que “solo en la lengua materna un poeta puede decir la propia verdad, en una lengua extranjera el poeta miente”.
Sobre Celan y su poesía hay siempre una nube señalando tormenta. Así, por ejemplo, escribe en su poema “Habla, tú también”: “Habla/ pero no separes el no del sí/ dale un sentido a lo que dices/ dale su debida sombra”, para terminar con uno de sus versos más famosos:“dice la verdad quien dice sombras”. Y, en la obra de Celan, hay tantas, tantas sombras. Sin embargo, sus cartas están llenas de luz. A pesar de sus quejas, a pesar de que comparta sus tristezas (especialmente con Ilana, la amiga de juventud, la amante, el espejo ) como sombras hilvanándose en las claridades. Ilana siempre responde a esas sombras (a veces con luz, a veces con más sombras). Le insiste, por ejemplo, en sus malos días, que reconozca que él ciertamente ama a la vida, sino “no le sería tan tortuosa”.
Giselle también se preocupa de sus oscuridades. Le escribe en sus cartas: “Acepta que en el medio de tus dificultades siempre hay espacio para pequeños milagros, trata de ser capaz de reconocerlos. Te aseguro que suceden, a pesar de todo.” Para luego agregar, al despedirse: “Sí suceden, Paul, especialmente cuando uno menos los espera. Te deseo muchos de esos, ellos hacen la vida mejor por unos momentos, incluso un par de horas, que es mejor que nada. No hay dudas de que la vida no puede darnos mucho más, esta tan cruel y detestable vida.”
Paul contesta. Siempre. Desde la fragilidad de su salud mental, desde la agonía que le produce no leer o hacer clases en Paris. Le dice a Ilana: “Cuando leo mis poemas, ellos me dan, momentáneamente, la posibilidad de existir, de seguir de pie.” Pero Celan también deja de escribir y si bien Ilana va camino a su encuentro, decide arrojarse a las aguas del Sena.
La obra de Celan es una de las más impresionantes del siglo XX (900 páginas de poesía dividida en 11 libros, 250 páginas de prosa, más de mil páginas de su correspondencia publicada, y casi 700 páginas de poesía traducida de distintos idiomas).Si bien sus poemas ofrecen testimonio sobre el Holocausto y sus horrores, no lo hacen de forma directa sino absorbiendo esa amargura de brea, esa viscosidad del dolor y la injusticia. En “Shibboleth” la plegaria es sutil pero queda doliendo en los huesos: “Memoria, /deja tu bandera a media asta./ A media asta/ hoy y para siempre.” O, en mi poema favorito (que no tiene título): “Cuenta las almendras,/cuenta lo que fue amargo y te mantuvo despierto,/cuéntame entre ellas.”
Leer la correspondencia de Celan (especialmente la dedicada a sus dos grandes amores) le da una profundidad (y, sí, aunque suene cursi, una humanidad) a sus poemas que ya hacen temblar el mundo, que nos mantienen despiertos, siempre, y con esa bandera de la memoria a media asta.
© All rights reserved María José Navia
María José Navia (Santiago, 1982) es una escritora chilena. Publicó su primera novela SANT (Incubarte Editores) el año 2010 y el libro de cuentos (formato E-book) Las Variaciones Dorothy (Sub-Urbano Ediciones) el 2013. Sus cuentos han aparecido en diversas antologías (Lenguas (JC Saez, 2005), Junta de Vecinas (Algaida, 2011). CL Fronteras de Chile (Universidad Alberto Hurtado, 2012). El año 2011 su relato “Online” resultó ganador del Premio del Público del Concurso Cosecha Eñe (España); el año 2012 su cuento #Mudanzas fue uno de los 10 finalistas del Concurso de Cuentos Revista Paula (Chile). Actualmente estudia un Doctorado en Literatura y Estudios Culturales en Georgetown University y termina su segunda novela.
Escribe regularmente en su blog de microrreseñas www.ticketdecambio.wordpress.com
twitter: @mjnavia