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Diciembre 2022

UN PALINURO QUE AÚN NO NAUFRAGA. David Ortiz Celestino

El amor es un acto de voluntad.

Es destino también.

Chuck Palaniuk.

En uno de sus textos que reflexionan sobre el quehacer ensayístico, Carlos Oliva conviene en que hay tres acciones discursivas cercanas al ensayo sin precisamente empatarse: el testimonio, la confesión y la plegaria.

El testimonio es una apreciación subjetiva y tiene como fin establecer la verdad. Dos, tres o mil personas podemos dar cuenta de un mismo hecho, pero la manera en que la relataremos obedece al punto de vista de cada quien y al acervo lingüístico particular para referir lo acontecido. La misma realidad pueden ser muchas realidades. Para que el testimoniosea válido debe haber una legalización.​

La confesión se trata de un diálogo, callado, quizá, pero diálogo al fin y siempre, siempre es verdadera. Por mucha subjetividad siempre es verdadera. Cuando San Agustín le confiesa a Dios que ha dominado todos los placeres carnales pero que aún al dormir hay algo que no puede evitar, no está, realmente, dando un testimonio, está confesando que su cuerpo sigue amando a otro cuerpo cuando él no puede reprimirlo de manera consciente. Está confesando que su cuerpo se le escapa de su alma.

La plegaria, en tanto, es un acto profundo de renuncia de mi relación objetiva con el mundo y es un regreso, casi animal, al mundo simbólico. Yo doy testimonio de cosas externas y me confieso desde mi interior, pero cuando hago una plegaria ni estoy refiriéndome al mundo de los objetos ni al de los sujetos, estoy plegándome a una voluntad que me trasciende.​ Cuando se realiza una plegaria se intenta hacer desaparecer a uno mismo para que se cumpla una voluntad eterna. Por eso las plegarias se expresan en llantos, rezos, cantos o, incluso, en silencios y se acompañan de la promesa de alguna penitencia o renuncia.

Los anteriores son ejemplos donde no hay ensayos, sino acciones discursivas ancestrales que buscan lo justo y lo verdadero. La diferencia central con el ensayo es que ellas, la plegaria, la confesión y hasta el testimonio, son un diálogo.​ El ensayo no da cuenta de cómo son las cosas, sino que busca el acontecimiento de las cosas o de los hechos. No tiene como objetivo descubrir la verdad, sino narrar el movimiento de la verdad.

Recuerdo (Fondo Blanco Editorial, 2022), de Jorge Terrones, es mucho de confesional, de testimonial, y es quizá, y a través de sus páginas los lectores podemos descifrar, si lo es o no, un plegarse a algo que lo trasciende. Es un libro ensayístico y es, ateniéndonos a la definición de Montaigne, en efecto una aventura del pensamiento.

La sede de la memoria creían los latinos que estaba en el corazón. De ahí que recordari fuera el afortunado ayuntamiento de re (de nuevo) con cordis (corazón). Decirle a alguien que lo pensaste tiene menos valor que si le dices que lo recordaste, le estás manifestando a esa persona que lo estuviste volviendo a pasar por el corazón. Y es que este libro es eso, el autor, durante las más de 150 páginas, pasa por su corazón pasajes de su vida que transcurrieron en, ahora los veo lejanos, 2004, 2005 y 2006. Un periodo para el autor en el que inocencia y ausencia van tejiendo un universo fértil y profundo.

Los cuatro capítulos que contiene el libro no vacilan sobre recuerdos vagos, aislados o anecdóticos solamente, sino que discurren de manera primordial sobre dos personajes protagonistas del principio de la adultez y del inicio de la formación vital del autor.  A Cornelio y a Santiago dirige el libro. El primero se asoma de forma más velada y más extensa, pero es a fin de cuentas un fantasma con un calado específico y a quien Jorge le debe autores y libros. El segundo aparece explícitamente poco y casi al final, pero al terminar el libro se cae en cuenta de que Santiago está en cada página, en cada línea y en cada palabra del libro. Uno está encalado en la memoria y otro en el recuerdo. Con Cornelio es categórico: “No te admiro, nada más te extraño. Pero no quiero volver a verte”. Para Santiago predominan las preguntas: “¿Te interesa el lenguaje? ¿Amas la literatura?, ¿Conoces el odio?, ¿Qué nos va a hacer conversar a nosotros?, ¿Tienes algún trastorno?, ¿Cómo te proteges?, ¿Me has matado?”. El amigo le engrosó la sangre. El hijo le cambió la vida.

Recuerdo es de una sabiduría aforística y melancólica que me remitió de forma inmediata a La tumba sin sosiego de Cyril Connolly. Esta disposición de párrafos, el vaivén de autores y referencias textuales que aparecen orgánicamente y se mueven a sus anchas por el libro da cuenta del autor que es hoy Jorge Terrones. En esta ocasión quisiera que no fuera mi amigo para poder expresarle sin algún sesgo lo emotivamente sorprendido y apisonado que su libro me dejaba y de lo ágil, certera y contundente por sencilla que es su escritura.

“El dolor se escribe” apunta Jorge, y enseguida consolida su idea: “Los dolores se escriben, pero no se dicen en su totalidad, se insinúan”. Y quizá la escritura y la lectura solo nos lleven a aproximarnos a lo que es una herida o lo que cala una ausencia.

El hecho de que aparezcan como cómplices y no como referencias de autoridad autores con quien comparto veneración como Huidobro, Fuentes, Sontag, Auden, Cuesta, Lezama Lima, Eliot, Villaurrutia, Donne, Bloom, Shakespeare, Cervantes, Montaigne, Auster, Borges, Carlyle, Chesterton, Emerson, Hazlitt, Joyce, entre muchos más, podría acusar de cierta soberbia o de sobrada excentricidad al autor.  Aquí no es el caso. Los autores son invitados a departir con él y no son un parapeto que legitime, legalice o dignifique su escritura, más bien acompañan y dan contundencia a lo que el autor intenta decir. Todo el rosario de personajes que se despliegan son la preceptiva de lecturas y de filias del autor. Jorge cita a José María Cano de la misma forma que acude al magistral párrafo de la muerte del Quijote que conmovió hasta las lágrimas a Borges.

Desde su asentamiento como género literario hace cinco siglos, el ensayo no sólo incorpora las cosas cotidianas, así tal cual, como cosas cotidianas y no como objetos de conocimiento que forman cadenas coherentes en la realidad del mundo. No, el género mismo demanda una gran erudición, porque, como es sólo un insignificante ensayo, uno nunca está seguro de saber lo suficiente o de tener los elementos necesarios para comenzar a ensayar. Jorge Terrones, o su escritura ensayística, más bien, y parafraseando de nueva cuenta a Montaigne, reflexiona sobre las cosas no con amplitud, sino con toda la profundidad de la que es capaz. El resultado aquí es absolutamente afortunado.

En este libro podemos dar cuenta de una serie de reflexiones filológicas y semánticas iguales de las que tenemos en el dia a día: sobre la percepción del tiempo y de que éste toma más valor cuando ves una mala película que se roba dos horas de tu vida; sobre la moralidad y la necesaria desvergüenza de subrayar un libro; sobre la obvia pertinencia del uso de la coma; de lo insoportable que puede ser la gente con la pedante costumbre de llamar a algún personaje famoso por su nombre de pila o por su apodo como si lo conociera personalmente; sobre cómo hay palabras que aborrecemos solo de escucharlas, ya sea porque disparan un recuerdo anómalo o porque per se desagradan a uno; sobre lo shakespereana que puede ser una realidad y lo quijotesco que es el afrontarla, sobre la menlancolía y la depresión y de cómo estas asolan a los personajes literarios o a sus autores o a uno mismo.

Al ensayo no lo define el objeto sobre el cual se escribe, sino la actitud del escritor ante él mismo; es un producto de largas meditaciones y reflexiones, lo esencial es su sentido de exploración, su audacia y originalidad. Este libro de Terrones nos hace reconocer que cada época tiene su propia poesía y que hay cosas que se quedan ahí en el recuerdo y la nostalgia, entre la melancolía, el hubiera y los etcéteras del destino.

Recuerdo es una botella lanzada al mar que llegará, en algún momento, a la costa donde habite Santiago Terrones.

* Recuerdo, 2022, Fondo Blanco Editorial.

© All rights reserved David Ortiz Celestino

David Ortiz Celestino (San Luis Potosí, 1980): Es Licenciado en Letras Españolas por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Guanajuato y Maestro en Literatura Hispanoamericana por El Colegio de San Luis. Fue Director de Publicaciones y Literatura de la Secretaría de Cultura y director de la Feria Nacional del Libro Infantil y Juvenil de San Luis Potosí. Obtuvo la beca Edmundo Valadés (fonca), el Premio Estatal de Periodismo en el área de Edición y la beca Juan Grijalbo (caniem-conaculta). Fue coordinador editorial de CIESAS, director editorial del Fideicomiso Centro Histórico de la Ciudad de México y director de la University of Advanced Technologies campus Tijuana.

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