Frente a nosotros, un escenario bajo el blues o el jazz de un hogar. Un espacio posiblemente inspirado en cualquier hábitat o apartamento de la Pequeña Habana durante la época del Mariel. Cuatro personajes van a estar en el escenario: Amanda, una madre frustrada por su matrimonio fallido; Laura, su hija lisiada que no logra salir adelante por su complejo de inferioridad; Jaime, en espera de contribuir desde la clemencia y la mentira el corazón de Laura; y por último Tomás, el hijo mayor, un poeta que mantiene una doble vida, tal como hizo su padre “..soy hijo de puta como él¨ cuando les abandonó de muy pequeños. Estamos ante una versión libre de la gran pieza de Tennesee Williams (The Glass Menagerie El Zoo de Cristal)
El director cierra las luces con inteligencia. Una pieza de Miles Davis pulula en la atmósfera de la platea. Tomás entra en escena, y se dirige al público con estas palabras ya antológicas en la historia del teatro americano. “Tengo trucos en el bolsillo y llevo cartas debajo de la manga. Pero soy todo lo contrario al prestidigitador común que avisa de su acto de magia para su público”.
Pues bien, la entrada de este monólogo me sirve para aupar a Ángela Valella, por construir una metáfora prístina y directa en la creación escenográfica. La transparencia a través del uso del cristal, o la utilización del plástico sobre el mobiliario y utensilios (mesa, mantel, servilletas, forro de sofá, el ángulo de la entrada, la vitrina de piezas de cristal etc …) crean una atmósfera única y diáfana frente a la audiencia. Si sumamos el aspecto mortecino y bien logrado de la luz para crear un espacio bajo la nocturnidad o lo sórdido, estamos ante un buen comienzo.
Descontando alguna discrepancia personal, en mi modesto juicio, con el diseño del ritmo o desde la dirección de actores (…algo “teatralizado” para mí gusto el papel de Tomás y excesivamente “bajo” el personaje de Laura, todo y que el libreto lo exija) vi a Amanda en perfecta conexión y diálogo con sus adjuntos. Y a Jaime seducir y resolver con naturalidad en escena su secreto. La ubicación y aparición de los personajes en los cambios –me fascina Larry cuando, en sus momentos bajos, se estremece apoyado a la pared en el pasillo de la vivienda- ayudó, en la salida y entrada a los actos, a darle un punto de interés en sus arranques. Destacar los movimientos coreográficos y los “silencios”. Además de los muchos puntos de partida en la adaptación. Para mí, que no soy cubano, totalmente loable…
Es decir, quiero defender a capa y espada, y en contra de algún público asistente a la salida del teatro que pensó que no era necesario “traicionar el texto de un gran maestro” como Tennessee Williams con una adaptación aparezca… la identidad sexual del protagonista, el triángulo de celos entre Tomás, Jaime -su amigo de la fábrica- y Laura como resultado del conflicto; la cita a Almodóvar para ubicar la Transición española o Westchester para contextualizar el momento histórico…la música de Silvio Rodríguez con “Mi unicornio azul ..ayer se me perdió” para acentuar la sensibilidad o las pérdidas de Laura. O que el famoso bar donde se escucha la música se llame Paradiso, y puedas intuir que es un círculo de alterne para la comunidad gay donde supuestamente pertenece el protagonista.
Como de costumbre, felicitar a los que independientemente de los resultados de público o la recuperación de su inversión económica, se arriesgan en este Miami a estrenar piezas que tienen que ver con la historia y evolución de esta ciudad. Los valores de lucha, superación o drama de las comunidades que la habitan. O, simplemente, a los que se aventuran a dar visiones nuevas sobre lo ya contado por grandes maestros del género. Gracias al Teatro Akuara y a su equipo, y a Alberto Sarraín por la puesta en escena que nos ha ofrecido. Que nadie abandone su línea, por una cultura teatral de excelencia y compromiso con la realidad de hoy. Nagari.