Ese día me levanté temprano. El frío de la mañana calaba mis huesos en el desierto de Mojave. Tras una taza de café negrísimo abrí mi bolso y saqué de allí la minúscula caja de madera que contenía un cómic de proporciones ínfimas. Tan solo una viñeta por página. Tres cigarrillos húmedos descansaban junto a la historia. Alguien había colocado todo allí con parsimonia infinita y sabe Dios cuáles propósitos.
El pequeño lobby del motel se encontraba atestado de personas. Turistas, pobladores del lugar, camioneros y parejas infieles. El desayuno, escueto y eficiente, era popular en el área. Encendí un cigarrillo y volví a leer toda la historia a la velocidad de un rayo.
¿Qué cómo me había apoderado de esa caja?
La desenterré de debajo de la arena, justo a un costado del motelucho, cuando apesadumbrado caminaba imaginando cómo sería la mañana. Y ahora justo en la última página, el héroe de sombrero Stetson dice que hay que continuar la búsqueda, que hay que seguir…
Dejé que el día se muriera y que el ocaso y luego la negra noche discurrieran. A la mañana siguiente manejé hasta una curva desolada de un camino interior y aparqué mi auto a un costado. Las coordenadas coincidían. Era probable que nadie hubiera andado por allí en los últimos tiempos.
Comencé a escavar mientras el aire seco del desierto me golpeaba el rostro. ¡Un sombrero Stetson y otra caja! Sacudí el sombrero. Era carmelita y una porción del ala estaba chamuscada por el fuego. Lo calcé en mi cabeza y leí el nuevo cómic con avidez. El héroe, que buscaba a un asesino peligroso, había sido golpeado y abandonado en algún lugar en medio del… ¡desierto!
Regresé al motel a repasar la información y a comer algo. Apenas si me atrevía a abordar nuevamente el auto y buscar las nuevas coordenadas. Pero lo hice. Manejé por casi dos horas sólo para arribar a un lugar idéntico a cualquier otro. Arena y cactus y el polvo flotando en el camino.
Me adentré a pie en el interior del paisaje con el inclemente sol vigilando cada uno de mis pasos. Tropecé con una duna que resultó ser un cuerpo. Un cuerpo de un hombre con sobretodo gris. ¿Quién diablos podía vestir semejante indumentaria en aquel lugar inhóspito? Un remolino de aire atravesó los cactus y trajo consigo un sombrero Stetson carmelita idéntico al que llevaba puesto y lo depositó a mis pies. En las manos del hombre derribado, un tipo joven que apestaba a muerte, un ínfimo cómic que narraba la historia de un héroe que buscaba a un asesino.
Rafael Piñeiro López es escritor y poeta. Trabaja en NeoClub Press como columnista y reside en la ciudad de Miami. Es autor del poemario “Los hombres sabios”, actualmente en proceso de edición y del libro de relatos “En el desierto de Mojave”. Administra su página personal www.rafaelpineiro.com y su correo electrónico es r.pineiro24@gmail.com.