POLVO
Borges imaginaba el Paraíso como una Biblioteca.
¿Qué pensaría acaso de las Librerías? Mercado donde se comercia con ángeles, pues ¿quién habita el Paraíso, sino esos seres alados?
Aquí me tienen caminando en la sección de saldos.
Con un tenue temor de profanar estos cadáveres, me coloco un cubrebocas para no inhalar el polvo que se desprende de sus restos.
TUS MANOS
Son ya muchas semanas desde que hice amistad con Rebeca, ella parecía ignorarlo, pero mucho antes de que me atreviera dirigirle la palabra, la seguía a la salida de la secundaria hasta que llegaba a sus clases de danza.
Ahí me quedaba observando con atención sus movimientos imaginando que la yema de sus dedos en lugar de acariciar el aire tocaban mi rostro.
Un día, saliendo de su ensayo, al verme sonrió en complicidad, ahora ya no tengo que esconderme más. Ella recibe con entusiasmo mi voyerismo.
Mueve su cuerpo con mayor empeño, sus caderas, sus piernas con una sensual cadencia que con facilidad ignoro.
Mi atención se fija en esos dedos cuyo contacto me ha resultado ajeno. El lenguaje de las manos es difícil de falsear, una caricia no puede fingirse, se detecta al instante.
Todavía no me decido, pero extrañaré los acordes de música cuando las manos de Rebeca recorran mi rostro para formar parte de mi colección
MANIQUI
Todas las tardes se ponía a practicar frente al espejo tratando de superar a su contrincante en el juego que consistía en quien podía pasar más tiempo sin parpadear.
Esa mañana supo que había conseguido el éxito cuando el empleado, sin poner mayor reparo, lo despojó de su camisa sucia y le puso encima el nuevo modelo que había llegado a la tienda.
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