GATITAS
La separación de Carlos y Diana no fue violenta, sin embargo, ambos padecieron la temporada comprendida entre la mañana de domingo en que decidieron poner fin a su matrimonio y la última firma del divorcio, cuyos motivos no vienen al caso.
Cada que se veían para llenar un nuevo documento, Carlos bebía durante dos o tres días, mientras que Diana lloraba y fumaba cajetillas completas. Entre ellos trataron de permanecer en calma: nadie reprochó nada. El último día de su trámite de separación, Carlos le pidió a Diana que le permitiera ir al departamento que compartieron durante siete años para sacar la parte final de su guardarropa, de paso podría aprovechar para dejar su llave. Diana estuvo de acuerdo, -pero vas a tener que ir tú solo, yo debo volver a la oficina. –Carlos aceptó.
Al entrar en su antigua casa la sintió ajena, pero sin nostalgia, como quien mira las franjas de las baldosas en el piso al despertar. Carlos recogió los vestigios finales que lo mantenían presente en esa tierra, ahora desconocida. Se agachó a buscar sus zapatos favoritos que debían estar debajo de la cama y encontró agazapadas en la penumbra a sus gatas: Café y Mati. Se incrustó en ese paisaje nocturno para saludarlas como siempre lo había hecho, pero ellas tenían un fulgor en la mirada. Carlos lo interpretó como odio, se zambulló en esos ojos, escuchó de ellos todos los gritos que mereció y que Diana nunca le lanzó. Se olvidó de la mayoría de las cosas que había guardado, salió huyendo.
Al llegar a su nueva casa se sentía más culpable que nunca. Cambió los zapatos por unas pantuflas de Eric Cartman, se sirvió una copa de Martell y salió a fumar al jardín. Cerró los ojos y se lamentó por lo que había perdido, entonces sintió un tacto suave sobre su pie desnudo y enseguida un ronroneo desconocido llenó sus oídos.
CAMIONERO
En sus 10 años tras el volante de un ruta 23, Fidel solo había tenido tres problemas: en su primer año se bajó a pelear con un tipo que le arrojó una botella de caguama al parabrisas; para el quinto, cerca de navidad, atropelló a un perro y lloró toda la noche; en el séptimo chocó contra una ambulancia que trasladaba a una mujer embarazada, la cual tuvo que dar a luz en plena calle.
Esta mañana se despertó con el repique de la certeza de que iba a ser un gran día, ahora no lo recuerda pues la ansiedad lo ha sustituido. Corre por la avenida Thomas Alva Edison. Hace tres calles logró bajar al último pasajero, que desde la banqueta le gritó -pinche cobarde.
Fidel ha llegado a casa, eso le da un breve espacio de tranquilidad, mientras piensa en la única vez que fue a la playa (lo llevó su papá a los seis años). Abre la puerta y Carmen, corre a abrazarlo mientras grita «un pendejo atropelló a mi papá».
VIERNES
Agustín dejó el departamento de Andrea y salió a la lluvia. Se sentía pleno, la brisa le acariciaba el rostro. El sexo siempre se disfruta más cuando se recuerda que cuando se vive. Andrea es hermana de su amiga Fernanda, con la que siempre ha tenido tensión y a quien sabe que le molesta que tenga algo con su pariente.
Hacía casi un año que Agustín no veía a Andrea. Ella ha perdido peso notablemente, el tamaño de sus pechos y trasero se redujeron, pero a cambio adquirió una movilidad feral y las líneas de su cuerpo son dignas de la plástica más sofisticada. Es más lasciva y obscena que nunca. Cada que se encuentran, la sincronía entre ambos aumenta.
Agus revivía la violencia con la que cabalgaron, saltó un charco para aterrizar en el camellón central, se decidió a pasar por un par de cerveza, solo para llevarlas a casa y dormir mejor. Entonces escuchó que lo llamaban a gritos. Era Pelón, uno de sus mejores amigos, quien hace años se mudó fuera del país. Se saludaron con más desconcierto que alegría. Pelón contó que dos días antes había regresado a México, esa tarde estaba ahí porque acababa de visitar a su tía favorita, cuya casa está al lado del edificio de Andrea.
Pelón, entusiasmado por el encuentro, invitó a Agustín a cenar. Le atinó a su lugar favorito. Bebieron y comieron hasta hartarse, se revolcaron en el pasado y la nostalgia. Pelón propuso ir a la fiesta de cumpleaños de su primo. Agus, de nuevo accedió.
Después de beber varias cubas de Jean Bean, Agustín pensó que era el tipo más afortunado del mundo. Unas manos frescas le cubrieron los ojos y unos labios le susurraron de muy cerca «adivina quién soy». Vinieron unos dientes que clavaron un mordisco breve en el lóbulo. «¿Fer?».
© All rights reserved Luis Moreno Flores
Luis Moreno Flores es un periodistas mexicano. Entusiasta de la comida callejera, fanático del rocanrol, los perros, la literatura de la onda, Donnie Darko, las Chivas y el Athletic de Bilbao. Actualmente reside en San Luis Potosí y es subdirector editorial del periódico La Orquesta.mx