“Se esforzaban por soltarse de sus cruces, a las que cada uno estaba clavado de sus manos […] ¡Algunos de ellos llegaron hasta a escupir sobre los espectadores desde sus propios patíbulos!”
Séneca, De Vita Beata, 19.3.
1. Tentación en el desierto.
—Todas estas cosas te daré si, postrándote delante de mí, me adoras… —le dijo el diablo a Jesús, al punto de llevarlo a un monumento encumbrado y, mostrarle desde esa altura, todos los reinos del mundo y la gloria de ellos—. Piénsalo… —le dijo el diablo después a Cristo, aprovechando, al sentirlo dudar con la rutilante magnificencia que se explayaba sin interrupción a sus pies callosos por descalzos—. Dime, ¿de qué servirá tu sacrificio, oh, Hijo del Hombre? —le preguntó en este momento, sabedor que con un leve empellón bastaba para persuadir, para catequizar por entero las pusilánimes almas de los hombres—. ¿Por qué has de derramar tu valiosa sangre? Dímelo… si en tus venas corre sangre de reyes —le dijo después—. Sabes muy bien que terminarás clavado desnudo a una cruz. Esto lo intuyes desde niño. Fui yo quien te dio esas espantosas pesadillas sobre tu crucifixión. Una predestinación que puedes soslayar. Conoces bien mi potestad. Déjame entonces salvarte. Al menos no por ti sino por ella. Ver el corazón de tu madre trepanado por herrumbrosos clavos de aflicción me llena de tanta compasión que por eso en realidad decidí interponerme ante la voluntad caprichosa de tu Padre. Es que créeme cuando te digo que obro por tu bien, oh, Hijo del Hombre. No deseo que seas condenado siendo inocente. Que seas injustamente vilipendiado, escupido por esos desagradecidos que buscas socorrer vertiendo tu valiosa sangre. Esta tierra es belicosa y estéril. Tú lo sabes. Y no merece ni una sola gota tuya para irrigarse y obtener así vida eterna —le fue diciendo el diablo al Nazareno con gran delectación. Delectación porque no le mentía—. Con este poder que te brindo podrás prorratear toda esa ecuménica salvación que tanto añoras ellos tengan. Ayúdate que te ayudaré, oh, Hijo del Hombre —continuó diciéndole—. Siendo rey, verdadero Salvador del mundo podrás hacer mucho más que siendo un mendicante taumaturgo y esto bien lo sabes —continuó—. Es cierto que haces ver a los ciegos. Caminar a los cojos y tullidos. Que haces hablar a los mudos y que sanas a los mancos y a otros muchos enfermos. Que lograste espantar de Gádara a mis legiones y que arrancarás de las mandíbulas de la muerte a tu amigo Lázaro. Sin embargo, con todo este poder que te estoy ofreciendo, podrás sin dificultad multiplicar tus milagros. Y no hablo de panes y peces que apenas sacian a una multitud cada vez más hambrienta de milagros. El poder, la gloria y el dinero mueven al mundo y, no hay nada de malo en ello, oh, Hijo del Hombre —dijo entre tanto Lucifer, cayendo en una pausa y señalando con esos brazos esplendentes del color de la leche esas luces que titilaban en la negritud del caos de modo que tropeles de luciérnagas todas provenientes de esos colosales y opulentos reinos extendidos sobre todo el orbe—. Todas estas cosas te daré si, postrándote delante de mí, me adoras… —le volvió a decir.
2. La confabulación en el huerto de Getsemaní.
“Velad y orad para que no entréis en tentación; el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil.”
Marcos 14:38.
—¡¿Te lo ha prometido así de fácil?! —le preguntó un receloso Judas Iscariote.
—Así de fácil, sí, Judas —le respondió un sonriente Jesús antes de morder ese higo milagroso. El sabor jugoso de la fruta en su boca lo aquietó aún más de lo que ya estaba.
—Judas… —interrumpió una voz arrogante, cuan el cacareo de un gallo de pelea—. ¿Por qué desconfías? —le preguntó Simón, hijo de Jonás, rebautizado Pedro—. ¿Acaso el rabino no nos ha guiado en la buena senda desde el principio? —dijo disgustado por las dudas del pelirrojo—. ¿Y nosotros, tus doce, seremos príncipes no es así cierto, rabino? —le preguntó Pedro a Jesús.
—Así está escrito, pescador —le respondió el Hijo del Hombre.
—¡¿Escuchaste, Judas?! —le reprochó, asertivo, Pedro a Iscariote—. ¡Así está escrito! —le afirmó—. Seremos príncipes de todos los reinos de este mundo. Ten fe y sigue la voluntad de nuestro rabino —continuó amonestándolo agresivo como un gallo de pelea por la tan poca convicción que demostraba tener el pelirrojo de Keriot.
—¡¿Y todos los ángeles del cielo vendrán en nuestro socorro cuando asaltemos el palacio del prefecto de Judea?! —preguntó gritando Judas Iscariote ante la gélida estupefacción de los demás apóstoles: porque los oídos de Roma suelen estar en todas partes.
—Con nosotros en armas y nuestra fe en las palabras del rabino basta —intervino en este momento Simón el Zelote.
—Nadie, aparte de ti, sabe cómo defenderse menos cómo usar armas, Simón el Guerrillero —le respondió con sarcasmo el pelirrojo de Keriot.
Y los ojos del Zelote se encendieron de la rabia tanto como los perennes fuegos que alumbran el Ge Hinnom.
—¡Eres un cobarde! —le dijo Pedro escupiendo de la cólera. Siempre acalorado como un gallo de pelea.
—¿Cobarde me dices? —preguntó el pelirrojo de lo más sereno—. ¿Trece contra Roma? —siguió inquiriendo—. Eso no es valentía ni siquiera fanatismo… —dijo Judas Iscariote—. Es simple suicidio —concluyó.
—¿Por qué tenéis miedo hombre de poca fe? —Jesús repentinamente le preguntó a Judas—. Está escrito: muchos que son primeros serán últimos; y los últimos, primeros —le dijo—. Así pues: el que no está de mi parte, contra mí está, y el que no recoge conmigo, desparrama —continuó increpándole al pelirrojo que sólo miraba y escuchaba en silencio—. ¿Acaso Moisés no dividió las aguas? ¿No Abimelec entregó grandes riquezas a Abraham por haber osado codiciar a su mujer Sarah? —fue preguntando con una sonrisa—. Habéis oído que se dijo: ojo por ojo y diente por diente… —indicó y se detuvo de hablar pues le había fascinado que su seducida docena permaneciera en un continuo silencio que ninguno se atrevía a romper sea con afirmación o cuestionamiento—. Ustedes van a oír de guerras e informes de guerras; no se aterroricen. Porque estas cosas tienen que suceder, más todavía no es el fin —Jesús reanudó su discurso—. Esto sin duda será el turno del ofendido —aseveró el Mesías mirando el cielo estrellado sobre Getsemaní—. Así que Judas: el que se avergüence de mí y de mis palabras, el Hijo del hombre también se avergonzará de él cuando llegue en la gloria de su Padre con los santos ángeles ya que yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque muera, vivirá. Este es mi mandamiento: luchen por mí, como yo he luchado por ustedes —siguió hablando sonriente—. Y Judas: no temas no saber defenderte o ser incapaz de utilizar una espada… mas el ayudante, el espíritu santo, que el Padre enviará en mi nombre, ese les enseñará todas las cosas y les hará recordar todas las cosas que les he dicho —fue la promesa de Jesús a sus doce.
3. Frente al prefecto de Judea.
[- c. 3 -]s Tiberieum /
[ -c.3- Po]ntius Pilatus /
[praef]ectus Iudae[a]e /
[ref]e[cit]
—La verdad que con ustedes no sé si reírme o llorar… —dijo Poncio Pilato bostezando—. ¡Trece muertos de hambre contra Roma…! —siguió diciendo el prefecto de Judea—. Asaltan mi palacio como ladrones en la noche. Y uno de ustedes hasta se ahorca accidentalmente de los pies con soga al resbalar de las murallas que treparon con la única inicua intención de apuñalarme mientras dormía. ¡¿No me creen?! Vayan a ver: reventó por medio, y todas sus entrañas se desparramaron como en un campo de sangre —habló Pilatos incrédulo—. Supongo que con algunos azotes bien dados aprenderán a ser judíos obedientes —les dijo suspirando—. No los voy a condenar a muerte pues no sólo tengo sueño pero no quiero además mancharme las manos de la sangre de estos doce hombres idiotas… Me traería muy mala suerte sin duda —se explicó bostezando—. Ahora dejadme que es víspera de Pascuas, oh, ustedes bienaventurados que encontrarán en mí no la muerte pero sólo los cariñosos latigazos de un padre justo y bien intencionado —les dijo Poncio Pilato antes de retirarse de buena vez a sus aposentos. La risa y no el llanto se había afincado en definitiva en el espíritu del prefecto de Judea.
“Civis romanus sum.- Soy ciudadano romano.”
Marco Tulio Cicerón.
A manera de nota liminar.
Los doce restantes fueron todos flagelados hasta bien alcanzar el borde de la muerte pero no murieron. No. Terminaron romanizados y, de una manera bastante fanática hay que decir, tanto la verdad que siete, Jesús-Hijo del Hombre incluido claro está, terminaron sus días en la civilizadora ciudad de Roma. Dedicándose al provechoso negocio de esclavos y de gladiadores. ¡Y que viva el mercantilismo! Es lo que mueve al mundo después de todo. Pero bien, aunque en el fondo y, a los años, muriendo viejos más de vergüenza que de muerte natural.
Una verdadera lástima que mi memoria no dé para más. Lo que apenas recuerdo son estos escamoteados diálogos entre esos trece fantoches olvidados hace ya mucho por el tiempo. Mi evangelio, que había escrito no tanto como historiador pero así que buen periodista de sucesos (muy parecido a lo que hizo Heródoto), lastimosamente, ardió junto a aquella magnífica biblioteca erigida en la antigua capital de los Ptolomeos cuando, judíos rebeldes como siempre llegaron hasta Alejandría, a destruirla durante la llamada Guerra de Kitos o la Segunda Guerra Judeo-Romana. Lucio Quieto, a punto fijo, los dejó “quietos” con esa su bestialidad tan romana que tenía (o civilizadora para los byronianos). Sólo me queda pues que suspirar por las cenizas perdidas que debieron ser impelidas hasta aguas del Mediterráneo gracias al civilizador Nilo.
Una verdadera lástima que mi memoria no dé para más y, lo repito. Su título: El Evangelio según Lucifer tenía, digámoslo ya que la vanidad es uno de mis pecados favoritos, un honesto retintín de bestseller, sin duda.
* * *
“Y dijo el Señor a Satán: ¿De dónde vienes tú? Y respondió Satán: He dado la vuelta por la tierra.”
Job 1:7; 2:2.
A manera de preliminar en forma de epílogo
Lucero, hijo de la Aurora, presenta aquí los resultados de su investigación para que el tiempo no abata el recuerdo de las acciones humanas y que las grandes empresas acometidas, ya sea por los humanos, ya por los demonios, no caigan en olvido; da también razón del conflicto que enfrentó a estos dos pueblos [tan disparejos].
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Gerardo Perla (San Salvador, 1976). Es un escritor salvadoreño. Autor de la novela titulada El sabor de lo heroico. Hizo su bachillerato en la Academia Británica Cuscatleca de Santa Tecla (El Salvador). Estudió jurisprudencia y ciencias sociales en la universidad José Matías Delgado sin terminar la carrera igual que la licenciatura en comunicaciones que también dejó inconclusa. Se desplazó al tiempo a París, Francia, a estudiar historia en la universidad de La Sorbona. Su actividad literaria se ha desarrollado fuera de su país natal salvo por una publicación en 1995 de un libro de cuentos y poemas de nombre Relatos del inconsciente que pasó prácticamente desapercibido. Desde el año 2011 ha publicado, sin regularidad, relatos en las revistas literarias ociozero.com, Eucalíptica, la revista francesa en castellano Resonancias.org y la chilena dosdisparos.com. En diciembre de 2012 se publica en España su primera novela: El sabor de lo heroico (Editorial Alcalá Grupo), en el que narra de manera novelada el atroz y sobre todo impune magnicidio del presidente salvadoreño Manuel Enrique Araujo ocurrido en 1913. Además apareciendo Franz Kafka y Houdini como enigmáticos agentes secretos.