The seven year itch
Autor George Axelrod Adaptación Stephanie Ansin y Fernando Calzadilla. Dirección Stephanie Ansin. Director de Voz y Movimiento Lucky Bruno, Jr. Música y Diseño de Sonido Luciano Stazzone. Escenografía, Vestuario y Diseño de Iluminación Fernando Calzadilla. Elenco Shira Abergel, Linda Bernhard, Anaridia Burgos, Jessica Farr, Diana Garle, Aaron Glickman, Betsy Graver, James Howell, Chaz Mena.
Con una notable popularidad, tanto en el teatro de su época como en el cine de la mano Billy Wilder que la dirigió y también participó en el guión, George Axelrod (Bus Stop y la adaptación de Breakfast at Tiffany’s de Capote 1961) quiso mostrarnos un retrato interior de aquel Nueva York de éxito de los años cincuenta, donde la vida moderna y el modo liberal, daban sello a un ciudad que nunca duerme. Decir como anécdotas que, Wilder, no sólo se hizo famoso en su estreno por la archiconocida escena que tuvo que censurar donde a Marilyn Monroe se le levantaban sus faldas al paso de un tren subterráneo, sino también debió contenerse, en este caso obligado por los magnates de Hollywood, con la fantasía de pensar que Richard, el protagonista, tuviera una relación real de adulterio en el film con su vecina.
Aprovechando que su mujer y su hija marchan de vacaciones de verano, Richard agradece sus gratos momentos de soledad en su hogar para fantasear sobre su vida amorosa y los posibles cambios en su vida privada. Una joven y hermosa mujer que vive en el apartamento de arriba, provocará un desequilibrio en él, hasta puntos insospechables de hilaridad y ternura en distintos encuentros.
La adaptación que hacen Stephanie Ansin y Calzadilla es ingeniosa, divertida y a mi entender bajo el signo del homenaje a su autor y al propio Wilder. Siguiendo la línea y sin develar las pequeñas sorpresas y detalles hacia el espectador, decir que los conocidos soliloquios que Richard (Aaron Glickman) se hace así mismo ante la duda de “caer en la tentación de arriba”, tan famosos y característicos de la obra, están más centrados en la figura del Dr. Brubaker que adopta el papel del culpabilizador y de conciencia de sí mismo.
Hay varias escenas frente al sueño, memorables y bien coreografiadas (Lucky Bruno). Como cuando distintas mujeres, incluidas su secretaria en el trabajo, intentan seducirlo para elevar su ego de macho conquistador. O través de los diálogos con el supuesto amante de Helen (Betsy Graver) su mujer y Tom McKenzie (Chaz Mena) que se establece al final de la obra. La escena que elijo, de todas maneras, por su poética, sencillez y su simbolismo textual, es cuando “the girl” (Diana Garle) llega al apartamento de Richard bajando por la escaleras que se comunican entre sí, una vez levantó el suelo de su apartamento con un martillo en la mano.
Cuidando al pormenor la escenografía y el vestuario, la música a cargo de Luciano Stazonne (I Wanna Be Loved By You es una pincelada exquisita y una reverencia a Norma Jean) y la luz, crean una calidez y unos detalles únicos en los cambios de escena permitiendo, desde “la magia”, las entradas y salidas al mundo onírico del protagonista. Si bien yo fui de los que me reí a gusto y sin complejos en la sala, acepto que desconozco si es por el abordaje del tema o el propio disfraz de adúltero-ilusorio que adopta Richard dentro de esta comedia, el que hace que las risas se contengan en algunas escenas entre el público.
El protagonismo que adquiere Richard con respecto al resto de los personajes es notorio; como notoria es, su sublime interpretación. Aaron Glickman adopta una operación matemática sencilla: la suma de distintos momentos. Y el resultado, por lo tanto es una progresión incuestionable de registros, incluyendo sus pausas y sus silencios. Por decisión inteligente de los que han adaptado el libreto, the girl no es la rubia jovial y coqueta que tanto caracterizó en la película a Marilyn Monroe, pero Diana Garle no pierde ocasión de mostrar sus habilidades interpretativas como joven-muñeca-inocente, capaz de pedir disculpas porque se le ha caído una tomatera en el patio del vecino de abajo. Sin olvidar al James Howell como Dr. Brubaker quien da título a esta obra con sus escritos como psiquiatra, al descubrir que es durante el séptimo año del matrimonio, en medio del sofoco del verano, es cuando los hombres les entra el escozor (itch) de probar la infidelidad. Una comedia desde una apuesta clásica bajo el signo de la contemporaneidad, sobre un tema que fue tabú para la generación conservadora de los papás de los baby boomers.
“Queda cerrar la trilogía en este espacio…pero no te voy a revelar cuál será” me dice Fernando Calzadilla. Después de Ibsen y Axelrod …¿qué puede venir en este escenario? ¿Una versión miami-beach del Apartamento de Wilder? ¿Hacer una adaptación de La gata de T. Williams en el dormitorio de arriba, mientras Brick se emborracha con Bacardí o Cacique ante Maggie en una hacienda de Homestad ? ¿Regresar a los suecos de nuevo y sorprendernos con La Señorita Julia de Strindberg o un drama de Ingmar Bergman como fue Gritos y Susurros, por ejemplo?¿O ser más actual y poner en escena, del ganador de un Pulitzer Tracy Letts, la obra August ? Lo que queda claro es que hay que acudir a ver esta pieza para no perderse el ciclo que se inició tan magníficamente con Hedda Gabler y que hoy continua con el mismo ímpetu con The seven year itch en el Miami Theater Center (MTC). ER