La revolución cartesiana proponía, a fines del siglo XVII, la noción de que existía una distancia entre la mente y las cosas que uno pensaba, distanciando así al sujeto del objeto. Cuerpo y alma. La escisión tácita que distinguirá el pensamiento modernista al postular el enajenamiento de la conciencia como una cosa fuera de nosotros. Es decir, que el lenguaje -que hace posible la conciencia- determina lo que podemos hacer con él y, por tanto, determina lo que pensamos.
El lenguaje entra en conflicto con el conocimiento. E inevitablemente pienso en Póstumo, el transmigrado, la obra maestra del puertorriqueño Alejandro Tapia y Rivera, publicada en 1872.
La trama de la novela recoge la transmigración del alma de Póstumo, que, al morir, descubre que su prometida, Elisa, le ha sido infiel con Sisebuto, a quien Póstumo consideraba su amigo, y quien la seduce la misma noche de la muerte de nuestro protagonista. Póstumo se las arreglará para volver al mundo terrenal. Transmigrado. En otro cuerpo. Que resulta ser el de Sisebuto.
Chuck Palahniuk no tiene nada que buscar con Tapia y Rivera.
Es obvio que el romanticismo en Póstumo se postula como alteridad de la Ilustración. Es el reverso oscuro e irracional. Un soñador, se nos dice: «Soñaba con la Edad de Oro, como si no fuese esta fruta extraña a la estación de invierno en que vivía». El sujeto es concebido como sentimiento, pasión, alma y sensibilidad, pero otra parte, es desafiado por el cuerpo. Póstumo en Sisebuto propone una correlación de atracción y rechazo que se desplaza subrepticiamente a través de las páginas de la novela como el gran planteamiento filosófico que la obra esconde.
Si bien Póstumo vive en desfase con su tiempo, el título de la novela nos sugiere traslación espacial. En él quedan separadas las disposiciones de tiempo y espacio que durante la Ilustración constituían una unidad inseparable que requería su concepción como algo usable, maleable y capaz de ser dominado a través de la acción humana. Es un asunto matemático: Póstumo es lo etéreo y Sisebuto lo terrenal.
Pero Póstumo rebasa toda especificación de lo temporal/espacial como equivalencia de lo universal, homogéneo, objetivo y a la vez abstracto en la práctica social, pues una vez muere, transmigra desde su cuerpo a otro con el agravante de que ese otro cuerpo es el de, justamente, su rival; aquello que es diferente y negado, podríamos argumentar. Póstumo revive en su no-Póstumo: que es su rival, Sisebuto.
Póstumo, al saberse muerto, exige volver a la tierra y en el momento en que asiste como espíritu se celebra un baile de máscaras durante el carnaval de Madrid.
La escena es perfecta. Un carnaval. Sugiere la alternancia de los espacios, según escuchamos en voz del propio narrador, porque es «la época señalada para hacer más ostensible lo que con disimulo se hace todo el año; a saber: caretas y embustes, y vestirse cada cual de lo que no es», dice el narrador, adelantándose a Bajtín.
La «careta» o la máscara, en conjunto con el disfraz y el contexto del carnaval, tiene una significación prioritaria, puesto que la máscara tiene una manifestación en los rituales de cambio y reencarnación, con la relatividad de la alegría y con la feliz negación de lo uniforme y simétrico. Además, rechaza la conformidad y acentúa la transformación, la metamorfosis, la violación de los límites naturales.
Durante el carnaval y el baile de máscaras, la suspensión de las conformidades jerárquicas y del orden actual del mundo presente se revierten y se coaccionan desde topos opuestos. Por ello, los amigos de Póstumo asisten al baile luego de enterrar a éste con el propósito de borrar «las tristes impresiones del cementerio».
En fin, ante la renuencia de entregarse a ese nuevo mundo incorpóreo de las ánimas, Póstumo vaga por un momento y es entonces que advierte cuán engañado vivió ante su prometida Elisa, su supuesto mejor amigo, Sisebuto, y sus demás colegas. Enojado y ansioso de venganza, solicitará la concesión de un cuerpo nuevo ante el Ángel que le recibe para escoltarlo hasta la «mansión de espíritus», donde deberá permanecer hasta que reencarne. Luego de las advertencias que le hace el Ángel acerca de los riesgos y consecuencias de regresar a la Tierra, el Custodio le informa acerca de la disponibilidad de un cuerpo que podrá habitar: el de Sisebuto, que apenas ha fallecido. La impostura tiene implicaciones, por demás, carnavalescas.
La reversión de opuestos se consuma. Póstumo se convertirá en su antípoda, o viceversa: puesto que comenzaremos a escuchar al narrador hablar de «Póstumo ensisebutado, o Sisebuto empostumado». Han quedado polarizados y sintetizados mutuamente como opuestos dentro de un mismo cuerpo.
Esta dialéctica refleja elementos irreconocibles a simple vista, pero que inherentemente son la base de la relación entre el cuerpo huésped y el invasor. La idea tras el Doppelgänger, o el doble complementario, es, por tanto, la del sujeto otreico.
Este “doble”, que todo humano lleva dentro de sí, es el autor de toda enfermedad física que surge de su interior, de cualquier dolencia orgánica causada desde el alma humana. El espíritu luciférico es, a su vez, causante de toda enfermedad de índole nerviosa, neurótica o histérica.
Por supuesto, la fenomenología de dichos referentes carece de la objetividad empírica y científica, lo que sugiere la presencia de lo alternativamente posible, o la interpolación de realidades alternas difícilmente unificadas o aprehendidas como una totalidad homogénea. En otras palabras, Póstumo y Sisebuto son una unidad poética- es el otro en mí y yo en el otro. Doxa versus espisteme. Opinión versus conocimiento.
En la segunda parte de la novela, Póstumo, el envirginado, nuestro héroe regresa, pero metido en cuerpo de mujer. Y el mundo siempre ocurrirá como operación de suma, algo que mi país comienza a entender.
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Elidio La Torre Lagares es poeta, ensayista y narrador. Ha publicado un libro de cuentos, Septiembre (Editorial Cultural, 2000), premiada por el Pen Club de Puerto Rico como uno de los mejores libros de ese año, y dos novelas también premiadas por la misma organización: Historia de un dios pequeño (Plaza Mayor, 2001) y Gracia (Oveja Negra, 2004). Además, ha publicado los siguientes poemarios: Embudo: poemas de fin de siglo (1994), Cuerpos sin sombras (Isla Negra Editores, 1998), Cáliz (2004). El éxito de su poesía se consolida con la publicación de Vicios de construcción (2008), libro que ha gozado del favor crítico y comercial.
En el 2007 recibió el galardón Gran Premio Nuevas Letras, otorgado por la Feria Internacional del Libro de Puerto Rico, y en marzo de 2008 recibió el Primer Premio de Poesía Julia de Burgos, auspiciado por la Fundación Nilita Vientós Gastón, por el libro Ensayo del vuelo.
En la actualidad es profesor de Literatura y Creación Literaria en la Facultad de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Ha colaborado con el periódico El Nuevo Día, La Jornada de México y es columnista de la revista de cultura hispanoamericana Otro Lunes.
twitter: @elidiolatorre