Este poemario nunca mejor dicho es un río. El Yangtsé como inicio amarillo y sus anfibios. Los cetáceos que se acercan a culminar el color del agua entre sus versos.
Los árboles toman su posición en el poema como sujetos que ayudan a una madre o al reposo de un cadáver. Los marineros ven a una hembra que arponea con todo lujo de detalles. Lo masculino muere bajo aquel acto en el mar de los hielos. Ven sus muslos en las costas de Terranova mientras una ballena agoniza cogida del arpón que dará vida a sus hijos.
Sale Hegel en un verso para contemplar un romance entre una farola y un árbol. Sale para advertir la luz que le rodea. A veces una mujer se acerca en una orilla para concebir a su hija. En el río nadan los cocodrilos. Ella sale con su cuerpo liviano hacia tierra como una virgen.
En El valle de los deseos, un título que se inicia entre paréntesis, permite una metáfora conocida sobre la languidez del sauce. Los besos se mezclan con el ansia de evocarlos y el deseo, como algo incomprensible, se apodera del llanto y se establece en el valle.
Hay una oda a un poeta que se llama José Kozer. Y se dirige a él desde el lado libidinoso. Desde un cuerpo envejecido bajo la experiencia. Casi en su osamenta se sucede el acto. Un viejo en mayúscula recibiendo la voz de las palmas de su cuerpo. La risa que provoca su dermis. Una figura y unos versos encarnados.
Vente chinita vente
Te pago luz y agua
Te pongo un cuarto
Comemos arroz con palitos
Las madres siguen su cauce. Cogen lo mejor de sí cuando se aparecen como iluminadas. Paren vástagos a veces con el sol de la bendición. Otros bajo la desdicha que bien pudiera ofrecer una luna negra. La mujer no se arremolina ante la vida y predice a su público.
“No. Será hijo de la Luz”. Su nombre Djuka Mandinc
Los parajes a veces invierten su belleza y “no se sabe si es/un invierno templado…o una primavera sedienta”. Hay relatos sobre la lluvia y los iris de un ojo que emerge desde la superficie y evoca el agua que un pueblo necesita. Remedios para la salud a través de las plantas y flores más exóticas. Hasta lo lúgubre del coñac bajo la medida de unas gotas debajo de la lengua. Quejas y quejas hacia el vivir y fenecer en el universo.
“Por eso de no morirse/ ¿nos deja vivir en él?”
El mar es un acierto cuando el viento corre a tu favor y la muerte, aunque sea bajo una hermosa luna nueva, da paso a tu féretro. La pátina del sufrimiento puede alternarse con peces de color rojo o un tibio aguacero. Como diría Neruda del mar
“no sé si es ola sola… o ser profundo”
Sentir la ventana como lo que es: un agujero que da a tu patio imaginario donde una muchacha puede yacer sus brazos en el alféizar y jugar a esconderse. Hasta hay un niño que se llama Ismael; nacido de un bosque y un faro frente a las olas. Incluso un manual para viajar a cualquier metrópoli del mundo y saber qué hacer frente a lo que siempre acostumbras hacer
“porque estás en Barcelona y eres/ uno más entre la gente”
Se muestra el Caribe como un mar donde el recuerdo de un niño la lleva a observar sus juegos y su sal desde la orilla y te permite estar atento a cualquier roca mientras miras el agua y sus crestas. Hay momentos que el mar es un concepto universal en sí mismo. Presente a través de una rabirrubia en la boca de alguien, y por el simple hecho de ver la red de un pescador junto a su barca, comparte un espacio junto a ti en la arena.
Vemos como un parque puede convertirse en un escenario casi teatral donde todo sucede sórdido y humano a la vez. Todas sus figuras, en aquel pesebre citadino, confluyen mientras una mujer se sienta en la platea de un banco en espera que ocurra …aquel apetecido beso que nunca le llegó entre bambalinas.
Todo en un poema final, acudiendo a las locuciones cubanas o latinas en su literalidad más pura. Habidas y por haber. Entre la lengua del querido Nicolás Guillén y la que la propia musicalidad de la poeta le dicta bajo su inconsciente. O, sin ir más lejos… la que predice la propia güija para conectarse con los espíritus, sean en este caso, no bajo lo maléfico, sino desde lo bienintencionado de sus versos.
Aquí, en este libro, residen aquellos “Diez mandamientos” bajo un tablero particular. E.R