“Esta tosca función ha burlado el paso lento de la noche”
(William Shakespeare)
El Centro Comercial ha quedado en penumbras. Elvira espera, escondida y sudorosa, en el depósito de la tienda de lujo. Allí permanece oculta desde el atardecer cuando llegará para hacer la limpieza.
Provista de escoba, trapos, limpiadores, recorre diariamente local por local y cumple su tarea; parece absorta en lo que hace aunque percibe el ajeno y burbujeante éxtasis de los compradores, la festiva avidez de las clientas al probarse las prendas de moda.
Poco tiempo falta para que salga de su escondrijo: no es el robo su intención, sólo desea verse frente a un espejo ataviada como cualquiera de las damas diurnas, sentir que su cuerpo flaco y macilento también puede vestirse como señora, enrollarse al cuello la chalina de seda, ceñir el talle con un vestido de noche, ondear sus caderas envuelta en la falda acampanada …y aquellos guantes perlados que hace días palpitan en la vidriera tal vez cubran- más no sea unos instantes- las manos estrujadas de tanta agua jabonosa.
Acuclillada en la semioscuridad mira la hora: escucha el timbrazo que anuncia el cierre, se van apagando voces, cesa el tintineo, los clientes se encaminan hacia las calles o hacia el parking del subsuelo. No tardará mucho en escuchar la ronda nocturna del guardián.
Elvira sube lentamente las escaleras del depósito que ha sido su guarida… ya puede acometer su deseo.
Sabe cómo encender las luces del local -lo ha visto hacer a las empleadas-, luego descuelga las prendas, desenfunda abrigos, elige aretes y collares, busca zapatos de su medida.
En el gran espejo veneciano comienza a esfumarse la gris mujercita; antes de acariciarse con la chalina huele la seda granate, se ciñe el terciopelo negro del largo vestido, desliza hasta el codo -sobre la piel cuarteada- aquellos perlados guantes de vampiresa. Y más…: tacones ya no lejanos, blusas de crêpe, faldas de organdí, tejidos finísimos, cinturones de cuero labrado, pedrerías. Reina, reina de la noche, toda esplendor.
Ni la alarma resonando estridente por las galerías, ni la figura del guardián que ya ve a sus espaldas la intimida: no teme arresto, inculpación, ni despido al día siguiente… no: defenderá voraz ese sueño que -aunque dure lo que nada, como esas flores que no alcanzan más que una noche- la ha alentado sin tregua.
Sin embargo, a medida que Elvira se carga atuendos y oropeles, va entregándose a una nueva realidad frente al espejo: no es la limpiadora quien se refleja, no es su sueño lo que cobra entidad: es una dama que irá al cóctel de la embajada, su chofer la espera, no debe demorarse más. Sin ella la recepción no comienza.
El guardián se le acerca, su rostro no es hostil, algo de piedad parece sentir por lo que ve, además conoce a Elvira: se han cruzado a veces en el área de descanso y han conversado un poco. Pero ella es ahora frente a él, un bizarro maniquí viviente cargado de telas y collares.
Perplejo, el hombre no llega a pronunciar palabra: ella se va aproximando sensual, como en un juego amoroso; algo murmura mientras le rodea el cuello con la chalina de seda granate.
Él tambalea en el límite de la incredulidad y el miedo, y a la vez desespera por arrancarse de esas manos que retuercen brutales.
Desde la voz ya estrangulada le habla con familiaridad, casi seguro de disuadirla. Pero la mujer ha apretado por demás.
Cae el cuerpo sobre el brillante piso de la tienda de lujo, la dama inclina su leve sonrisa ante esos ojos desorbitados que desconoce, le da un último vistazo al espejo, se retoca groseramente los labios y sale triunfal a la penumbra de las galerías.
© All rights reserved Alicia Grinbank
Alicia Grinbank nació el 20 de noviembre de 1949 en Buenos Aires, ciudad en la que reside, la Argentina. Egresó en 1993 como Profesora de Francés, en la especialización Literatura, por la Alianza Francesa de Buenos Aires. Entre otros, obtuvo en el género poesía el Primer Premio del Concurso Literario “Olga Orozco” (con prosa poética) en 2002 y el Primer Premio del Concurso Literario “Alberto Luis Ponzo” en el mismo año, organizados ambos por la Universidad de Morón, así como el Primer Premio en el Concurso “Carlos Alberto Débole” por su libro “Curanto” en 1993; Tercer Premio en el Concurso de Poesía “Leopoldo Marechal” organizado por el Museo Saavedra en 2000, mientras que en el género cuento recibió el Primer Premio en el Certamen “Discurso Abierto” en 2005; el Segundo Premio en el 4º Certamen Literario Programas Médicos en 2006, el Primer Premio de Cuento de la Editorial Torremozas, España, en 2011 y el Segundo Premio del Concurso Victoria Ocampo en 2013. Coordina talleres de orientación en la escritura y cursos de lectura desde 1987, en forma privada y en instituciones de su ciudad y del conurbano bonaerense. Como profesora de francés enseña y traduce. Poemas y artículos suyos aparecieron, por ejemplo, en el suplemento cultural del periódico porteño “La Razón”, en la revista “Uno Mismo” de la ciudad de Buenos Aires, en el periódico marplatense “La Capital”. Incursionó en la co-coordinación de un Café Literario en 2007: “Mirá Lo Que Quedó”, junto a Alfredo Palacio, Alberto Boco y Rolando Revagliatti. Fue invitada a participar de la Antología Oral de la Poesía Argentina en 1996; asimismo fue incluida en las antologías “PoetasArgentinos de Hoy” (editada por la Fundación Argentina para la Poesía, con selección de Julio Bepré y Adalberto Polti, 1991), “Por la Senda del Reencuentro Chileno-Argentino” (editada por el Centro Cultural Chileno “Gabriela Mistral”, 2005), “Testimonios del Presente” (Editorial La Luna Que, 2008), “Memorias del Vino – Poemas Elegidos” (en Uruguay, 2007), “Travesías Poéticas – Poetas Argentinos de Hoy” (edición bilingüe español–francés, Editorial L’Harmattan, 2011), “Antología de Poesía Argentina 18 Poetas” (Alción Editora – Reflet des Lettres, 2012), etc. Publicó en co-autoría con Manuel Bendersky: “Alguien que amo rodea mi cintura” (poemas cubanos, 1993), así como los poemarios “Bruma y verdor” (1987), “Curanto” (1992), “La balsa de la medusa” (2002), “Noche cerrada” (2006) y “Pulmón de manzana” (2011).