…a Mercedes y La Toni
Paz de estío a mi vera. Hay nadie y silencio en este instante. A mi espalda, un sigilo que proviene del aire cruzando los pinos rojos de un bosque. Frente a mí: el trigo y una carretera vacía. Lugar: Los campos de Soria.
Entro por el sur. Vengo del desierto de lo Monegros con el toro de Osborne en la cima de un montículo acompañándome por la carretera nacional. Cruzo Zaragoza camino a Madrid por la A-2. Punto de inicio:
Medinaceli
Árabe y romana en sus inicios. En un pequeño cerro, esta población amurallada tiene la misma sobriedad que evocara un bedel sentado en una silla. Me detengo en un banco para ver el paisaje de la provincia en sus límites; al fondo, una línea horizontal con los molinos eólicos detenidos. El palacio de los duques cerca de la Plaza Mayor con su alhóndiga y su banderita de España estática, acogen la siesta de los turistas. Hoy, no hay viento.
Me dirijo a la abadía de Santa Isabel en la calle próxima. En su interior, las monjas clarisas elaboran dulces de hojaldre y roscos de anís para el devoto. A las cinco dejan sus menesteres y rezan el rosario en la capilla. El blanco de las paredes en la iglesia, inmortaliza la quietud que requiere un lugar santo. Junto al techo, la imagen de la virgen. Me pongo de rodillas ante el altar barroco. Rezo de mentirijillas y recuerdo aquella harmonía que produce hablar con Dios cuando Él era, una voz en mí. Seguimos.
La capital
Dórica, celtíbera, romana. Numancia como la quiso nombrar Pelayo Artigas gracias a las ruinas itálicas, donde reposa su origen. Soria es una ciudad hermosamente de provincias con su Alameda de Cervantes esperando al transeúnte, sus museos de historia, las especialidades con mantequilla en el desayuno, el cordero asado, sus torreznos…su vino. El Duero, mientras resquebraja su garganta y la capital a su paso, duerme negro en sus aguas. En un peñasco, la ermita de San Saturio hace eco del sentido religioso de los sorianos. Anacoreta fiel a las tesis de San Juan Evangelista, este santero funge como patrón de la ciudad. Lugar sin duda de recogimiento y misterio. El río, aquí, hace de espejo de un todo comunitario. Un lema merecido en la capital que cobija a la provincia, bajo el mismo nombre. Soria, “Ciudad de los Poetas”.
Una escultura en bronce del bardo Gerardo Diego mientras lee un libro, es un icono en la calle del Collado. Determina una mirada hacia las letras de la cual, esta ciudad, es bien pródiga con los literatos que la veneran. Contiguo a esta pieza, el Círculo de la Amistad. En su interior, una mayoría de hombres juega a las cartas mientras toman un vino tinto o un café. Pregunto dónde se encuentra la Casa de los Poetas. Arriba hay una exposición sobre la obra de Antonio Machado que impartió clases de francés en esta ciudad en 1907. Aquí se enamoró de su alumna Leonor de quince años en el instituto. En 1912 también la vio morir de tuberculosis en sus brazos, dos años después de su matrimonio. En esta ciudad escribió Campos de Castilla, mito de la lírica española y universal.
Allá, en las tierras altas,
por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria, entre plomizos cerros
y manchas de raídos encinares,
mi corazón está vagando, en sueños…
¿No ves, Leonor, los álamos del río
con sus ramajes yertos?
Mira el Moncayo azul y blanco; dame
tu mano y paseemos.
Por estos campos de la tierra mía,
bordados de olivares polvorientos,
voy caminando solo,
triste, cansado, pensativo y viejo.
La provincia
Girasoles que te contemplan al paso de una carretera donde te detienes con tu máquina de fotos a captar el color áureo de sus hojas. Bosques de sabinas en la zona de Calatañazor. Uno se pierde entre los troncos en busca de duendes y níscalos por florecer. Huellas de reptiles fósiles que funden la roca de huecos puntiagudos en Bretún o en Santa Cruz de Yanguas. Contemplar el paso de aquellos gigantes bípedos con solo subir un atajo hacia una colina. Incluso, bajo un realismo kitsch, ver reproducido a tamaño natural un braquiosaurio de la época en Villar del Río.
Rebaños de corderos bajo el mutismo del crepúsculo. Hierba cortada en la siega de agosto. Y uno en medio de los campos, pisando la paja tersa que aún surge de la tierra. Adentrándome hacia sus laderas me encuentro algún roble ermitaño en el puerto de Oncala. Allá detengo el automóvil y observo la naturaleza del suelo y los cirros.
Tierras solitarias. Municipios sin vecinos, Cubillos. O sin apenas vecinos, como las Fuesas o el pueblo de Aldeaseñor donde el cielo gira alrededor de una torre árabe junto al esqueleto de un olmo desaparecido. Humanidad en los hogares de los que deciden mantener su terruño y no emigran. Patria de quien ha dado voz a este territorio a través de un excelente documental, la cineasta Mercedes Álvarez. Ermitas románicas e infinidad de iglesias bajo el pórtico o la llave. Algunas como en Cantalucía, con su pequeña sede de piedra en lo alto, para observar al pastor enunciando su canto de trashumancia rumbo a Extremandura.
Ya se van los pastores,
ya se van marchando,
ya se queda La Sierra
triste y callando
Aguas oscuras en los Picos de Urbión rodeadas por guerreros de piedra caliza, hayas, abedules, barbos libres en sus aguas, corzos y jabalíes, águilas reflejándose en la superficie de la Laguna Negra. Cañadas y álamos junto al agua. Bajo sus sombras, el público que goza del camino hacia el norte en Río Lobos.
Tierras del Cid. Tierras Altas. Soria, la castellana. Amarilla ahora, cuando camino por sus senderos rurales. Meseta libre y habitada por la mies y los frutos en sus ejidos.
Una vez la has visitado…Soria forma parte de un álbum que uno no puede prescindir. Una concepción propia de entender la tradición y su origen.
Un país, por sí mismo.
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Eduard Reboll Barcelona,(Catalunya)