saltar al contenido
  • Miami
  • Barcelona
  • Caracas
  • Habana
  • Buenos Aires
  • Mexico

Junio 2023

SOBRE paramecio & EL CANTAR DE CASIMIRO de Jaime López. Isaí Moreno

No es necesario presentar a Jaime López en su trayectoria como cantautor, pero sí muy emocionante asomarse a su obra poética publicada, en este caso el poemario paramecio & EL CANTAR DE CASIMIRO que felizmente nos entrega Katakana Editores.

 

         Este libro peculiar inicia con una retícula o matriz de tercetos (léanse haikús, tercias, o terza rima)  que pueden leerse, o eso quiero pensar, como abalorios en fila o columna, en el juego que más entusiasme al lector. Esta fascinación inicial por el número tres, recuerda las tercias (aunque endecasílabas) de Dante en la Divina Comedia. Es quizá preferible pensar la construcción de Jaime López como retículas de organismos unicelulares, o paramecios, perfecta y sospechosamente formados como si algo tramasen, y vaya que sí, porque se nos lanzan en abundante marejada. ¿Elfos libertos? ¿Haikús? Qué acertada la idea de un haikú como organismo celular, con su núcleo, membrana y citoplasma, incluyendo —quizá— la invasora pero necesaria mitocondria.

 

         Arranquemos con do ejemplos:

 

         Moneda al aire

         tu alma en la encrucijada

         y el Diablo aplaude.

 

         Verdad, mentira,

         son bolsas de basura

         que se reciclan.

 

         Con estas expresiones minimalistas, amenas y brillantes, Jaime López ofrenda su tributo personal a Matsúo Basho en la lejana Osaka. Los haikús, los paramecios de la poesía, son expresiones del instante, un estado contemplativo del alma. Son notas de bitácora, testimonios del estremecimiento del poeta, pero también el del novelista (no por nada Roland Barthes llena de haikús la mitad de su libro La preparación de la novela). Es haikú es una praxis inmediata del arte de la precisión. Jaime López nos entrega un entramado generoso de notas taquigráficas en la primera parte de su libro. Rico, incluso vertiginoso, porque se nos ofrece bajo las luces del neón citadino y con una embriagante bebida.

 

         La vida es una

         sola estación

         de cuatro edades juntas.

 

         A su modo López, con sus ejercicios limpios y eficaces está desafiando al ChatGPT-4, que difícilmente podría darnos tercias deslumbrantes, y hasta parece invocar al mismo en uno de sus tercetos:

 

         Computadoras

         no hacen canciones

         por ellas solas.

 

         Este libro que es definitivamente muchos libros, pero esquematizado en dos partes independientes unidas por una ligadura de conjunción copulativa latina et (&), nos conduce de pronto a un largo y totalizador poema de más de doscientas páginas, de ésos que la tradición poética ha olvidado ya, extensos ejercicios de cosmovisión, o de no-visión, pues su voz lírica no es otra que un cruza del alter ego de Jaime López con el alter ego de Homero —ceguera implícita— para dar a luz a un ser llamado don Zegatón Casimiro, de carácter borgesiano, erudito y milenario, que asoma al origen del mundo, pero es también ideológico-político en clara insumisión para criticar severamente sus múltiples realidades: la urbana, la suburbana, la urbana progre, etc.

 

         Este poema(río), esta novela en verso si se quiere, es también un libro de lo fundacional: escarba en los inicios, la ancestralidad a la que según el filósofo Quentin Meillassoux sólo se puede abordar de manera especulativa, pero que Jaime López ataca mediante capas concéntricas de metáfora hasta llegar a nuestro presente más inmediato (o el de hace muy poco) develándonos una experiencia iniciática surgida de los abismos del encierro por el COVID-19. Para el cantautor, según entiendo, sus encierros consisten, en palabras suyas:

 

Mis encierros están hechos de los libros que no he sido, de la máquina del verso,

de ese péndulo obsesivo donde se columpia el tiempo, del rasguño de la trompa

del fonógrafo que entona una tradición que invento, de las calles de memoria, de este vino que me bebo.

 

         El maestro López nos viene preparando para leer su poema total con unidades textuales que son primero cuartetos, luego sextetos y al final contundentes décimas, donde reina la métrica del octosílabo, quizá la más fructífera, la del corrido norteño, con florituras de acordeón, o, por qué no, una humilde armónica que revive a fuerza de acordes al romance, como, también con base en los octosílabos prosaicos (valga la terminología) Daniel Sada asaltaba al género de la novela, con esa métrica tan natural, tan musical en nuestra lengua.

 

Elijo para muestra un cuarteto de El cantar de Casimiro

 

         La barriada es tan creativa

         en su ingenio cruel muy fino,

         por llamarme Casimiro

         el poca luz me decían.

 

         No deja de llamar la atención, de nueva cuenta, un poema así de ambicioso, para el que hay indudable pero escaso antecedente en la poesía nacional, pero es abundante en la tradición grecolatina ya sea la lírica épica, o los poemas de sapiencia de Tito Lucrecio Caro. Yo me haría acompañar, para un largo viaje, de este cosmopoema y de un ejemplar de la novela Una historia el mundo en diez capítulos y medio de Julian Barnes, en los que hallo un parentesco para nada forzado, pues ambos autores saben verse reflejados en un espejo delirante y aveces absurdo, pero sin un ápice de solemindad.

 

         ¿Qué más hay en El cantar de Casimiro además de potenciales blues, estrofas de rock, quizá coplas malditas? Dentro de sus versos anida de manera soterrada una Tabla Esmeralda y un tratado de Alquimia que nos narra la transformación paulatina de una vida, porque vida es la de Jaime López, vida y escritura, armonía y verso, canción y literatura. Recurro a la alquimia aludida en el libro al menos un par de veces como coqueteo con esa ciencia hermética:

 

En una de ésas fui a dar / hasta el umbral de su puerta, / como trompo zumbador / me tropecé y quedó abierta; /entonces la Niña Vieja, / muy suave, me recogió. / Aunque parecía hermosa / bruja envuelta en el rebozo, / no sé si era curandera, / el caso es que me dio alojo / y me alivió con un trozo / de zacahuil y cerveza. / Fue así que cambié la Química

por la Alquimia de la Niña, / y, saltándome las trancas, / a su choza yo me iba; / esas clases prefería / que las de la secundaria.

 

         Compren, lean, relean y memoricen los versos de Jaime López. Llévense sus paramecios y canten con Casimiro, el que poco ve pero mucho muestra.

 

Isaí Moreno

 

Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.