Iniciada la década de los noventa, radicaba en la Ciudad de México y asistí a una exposición a la que no había sido invitado directamente, pero que me marco de manera definitiva como espectador de arte. “Miradas bajo el mar” tituló Aníbal Angulo una serie de grabados en gran formato que, no lo sabía en aquel momento, eran una continua exploración de temas ligados a la naturaleza y, algunos de ellos de manera puntual, a temas que, más allá del sentimiento regionalista, podríamos llamar sudcalifornianos. Años antes, entre 1989 y 1990, montó dos exposiciones cuyos títulos hablan por sí solos. “En el mar la vida es más sabrosa” y “Cantos del mar”, respectivamente.
Aquellos grabados de “Miradas bajo el mar” tenían (y siguen teniendo) dos constantes, una visible y otra intangible: ballenas e ironía. En ese momento Aníbal Angulo era ya un maestro de las artes plásticas y su nombre sonaba mítico para quienes no habíamos tratado con él. No sabía que apenas unos meses después de esa exposición (en la que no pude comprar nada) ambos volveríamos a esta maravillosa península; menos aún que las circunstancias nos llevarían a trabajar en proyectos comunes y que de ahí nacería una amistad que se ha fortalecido con el tiempo y que me tiene hoy hablando ante ustedes, pues es evidente que no soy crítico de arte.
Desde 1993 he estado, eso sí, muy cerca de los procesos creativos por los que ha transitado Aníbal y ello me permite compartir mi subjetiva experiencia como espectador. Aníbal Angulo es uno de los artistas más versátiles de la plástica mexicana actual; fluye con evidente naturalidad de la fotografía al grabado o de la escultura al óleo y cada obra que produce es siempre una respuesta a la duda existencial permanente y, en consecuencia, a la incansable, e interminable, exploración de la condición humana. En su rica y enriquecedora trayectoria artística, me atrevo a decir que hay un punto de inflexión en 1998 con su exposición titulada “Arrecifes”: decide probar traducir esas inquisiciones interiores con un lenguaje que, a la distancia, se ha vuelto inconfundible, pues lo que vino en años posteriores mantuvo la coherencia en la estructura expositiva-conceptual; es decir, en los óleos que compusieron ¨Arrecifes¨ ( que también se integró con escultura) ya están los trazos y los colores, en la parte técnica, de exposiciones, cuadros quiero decir, subsecuentes y esa forma le ha permitido ir experimentando en contenidos, primero con paisajes, más y menos abstractos, y ahora un coloquio con el pasado milenario de nuestras pinturas rupestres que, dicho por el propio Aníbal, en consonancia con Rufino Tamayo, resultan de una actualidad asombrosa y sorprendente.
Quiero recordar que ya en el año 2000 produjo una carpeta de grabados con estos temas y que apenas hace unos pocos años expuso una serie de óleos en pequeño formato que volvían a esa metáfora obsesiva. La novedad que observo ahora en esta exposición titulada sin inocencia “Lienzo de piedra” es el cruce desinhibido y provocador, por llamarlo de alguna forma, de dos lenguajes que antes habían aparecido separados o coexistiendo con menos intensidad. Hoy asistimos a un diálogo en el que Aníbal Angulo se vuelve nuestro interlocutor frente a lo que durante muchos siglos ha representado un misterio, no sólo por el origen de los pintores, sino también por el mensaje que quedó encapsulado en el tiempo.
“Lienzo de piedra” está en perfecta conjunción con el maravilloso mural, Testamento del sol, que alberga desde hace unos pocos meses, el edificio del área de Humanidades de la UABCS. Son dos soluciones distintas a una misma y tenaz búsqueda que tiene que ver con una sutil continuidad en la atávica manera de observar el mundo que nos rodea.
Vuelvo a la lejana exposición “Miradas bajo el mar”, porque pareciera que la obra plástica de Aníbal Angulo en algún momento salió del mar para conquistar la tierra; una transición en la que se mantiene el amor por la naturaleza, y una particular y sincera devoción por la naturaleza sudcaliforniana, por cierto cada día más presionada por la desmedida avaricia mercantil, que amerita reflexiones aparte. “Lienzo de piedra” no sólo es una sugestiva expresión artística, también es, me parece, una llamada de atención a nuestra proclividad por el vacío consumista y la cada vez más grave despersonalización de nuestras relaciones cotidianas; es una apuesta por mantener una identidad y un sentido de pertenencia que no tiene que ver, necesariamente, con haber nacido aquí, sino con algo más simple y más difícil, amar esta tierra.
“Lienzo de piedra” es la confirmación de lo que muchos ya sabíamos desde hace años: Aníbal Angulo es un artista genial, por su talento y por su congruencia estética, que se nutre de inconformidad, de terquedad y de un irónico desprecio por la fama.
Dante Salgado
Texto leído en la inauguración de la exposición “Lienzo de piedra” en la Galería Carlos Olachea, La Paz BCS 2015.
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ANÍBAL ANGULO La Paz, BCS. 1943. En 1968 radica en la Ciudad de México en donde inicia una carrera como fotógrafo Sus imágenes artísticas de erotismo masculino y femenino (Caballero, Audacia, Claudia, Su otro yo, Eclipse Claudia, Él ) fueron las primeras en publicarse en revistas de circulación nacional.
Con fotógrafos como Pedro Meyer, Graciela Iturbide y Lázaro Blanco entre otros funda en 1978 el Consejo Mexicano de Fotografía, Siendo presidente de este Consejo organiza en la república de Cuba el Tercer Coloquio Latinoamericano de Fotografía (1984) y en la ciudad de Pachuca, el Primer Coloquio Nacional de fotografía.(1985) Paralela a la actividad como fotógrafo, realiza exposiciones de grabado, pintura y escultura. Esta destacada actividad en el panorama de las Artes Plásticas a nivel nacional le hace merecedor del nombramiento de Miembro del Concejo Consultivo del Museo de Arte Moderno de la ciudad de México en 1983. En 1984 es propuesto para recibir el premio internacional Martín Chambi de Casa de las Américas, en Cuba. En 1996 regresa a Baja California Sur y promueve la creación del Instituto Sudcaliforniano de Cultura, del cual fue su primer director Es miembro del Sistema Nacional de Creadores. 1999-2005 y 2012–2015. Es nombrado creador emérito por el Instituto Sudcaliforniano de Cultura en 2009. El congreso del estado de Baja California Sur le otorga la medalla Néstor Agúndez al mérito Cultural. 2015. En 2016 presenta su libro “Bajo la piel del tiempo” en el Palacio de Bellas Artes, edición que reúne gran parte de su trabajo –cincuenta años–en las diferentes disciplinas artísticas en las que destacó. Ha realizado numerosas exposiciones individuales y colectivas. Ha obtenido doce premios en fotografía, grabado, escultura y pintura.