La ciudad todavía existe
Editorial Vocho Amarillo
Al principio, y pese a que ya conocía desde hace varios años la prosa de Elsa Herrara Bautista, creí que me enfrentaría a un nivel de dificultad en la lectura de sus relatos. Me explico: leer un libro de relatos, a diferencia de leer una novela, implica un cambio de switch o de sintonía en cada caso, y ello repercute en un esfuerzo mental que suele ser agotador. No ocurrió así en el caso de La ciudad todavía existe y la razón principal es que su autora trazó con claridad su universo y éste es reconocido en todas sus historias como un halo a cuya luz basta con entregarse.
Desde Etrino, comprendemos las leyes del universo creado por Elsa, donde Diana, una contempladora compulsiva, acaso fetichista, no puede prescindir de la observación de un hombre bruto que se enmascara.
Pese a su unicidad de universo, Elsa Herrera crea geografías y configuraciones espaciales para sus historias e incluso escenarios particulares, según le sea requerido, Más aún, ella crea vocablos, lenguajes y reglas para los mismos. Siempre se aplaude cuando en un libro de historias heterogéneas estamos viendo pulsar el mundo, sin que nos cueste adentrarnos a la particularidad especial del artista, pues se halla un alojo en el que se quiere permanecer.
Es afortunado que el título de este libro no corresponda a uno de los cuentos, sino a una presencia permanente, una abstracción con avenidas y hoteles y escenarios que aquí y allá cambian de nombre, otras veces se entrecruzan con ciudades reales en el mapa, con latitud y longitud, donde seres que perdieron a alguien. o cuya relación amorosa está marcada por el desencuentro, asisten al regreso de los fantasmas de su existencia aun cuando sean incapaces de establecer una comunicación plena con la otra parte.
La ciudad todavía existe está colmado de relaciones amorosas llenas de decepción, estancadas. Este libro es la visita a una pesadilla fascinante, estremecedora, y el ensueño de volar, por ejemplo, sobre el lomo de nuestro dinosaurio preferido. Este libro/ciudad se lee como un viaje en el que no se requiere mapa, las pistas aparecen solas en el sitio mutable donde nos hallamos:“Soy alguien de la ciudad de la lepra”
Elsa Herrera no se acomoda en la comodidad de la estructura canónica (los cuentistas llevan cientos, sí no miles de años instalados en ella, sin apenas atreverse a arañar su pulcra superficie), la narradora poblana crea las suyas propias, y deja en ellas la esencia y germen detonador para que las historias se desenvuelvan, se desplieguen o doblen por cuenta propia, sin imponerles nada, pues ella busca evocaciones y nos transmite la sensorial idas de este mundo a través del suyo propio. Esto lo notamos en Sangre y Peligro (con un personaje peculiar de nombre Esteban Sangre) o en Hormigas, cuentos donde hace su aparición la temible fuckaína, droga fabulada por la autora, a la que los personajes llaman fucka.
En Formas breves, ese clásico ya del género, Ricardo Piglia nos invita a leer no la historia superficial, sino la historia subterránea que corre en paralelo a la historia principal para romper ese paralelismo y de pronto emerger como la verdadera historia. Eso es Chéjov en su pura esencia y eso es, también este libro donde los muertos no aman a pesar del amor…, como sugiere la autora. Las historias de Herrera Bautista se nos revelan con todos los sentidos, incluido el de la imaginación (¿será el sexto?). Nuestros ojos en particular no serán los mismos después de leer su cuentario. La cito: “Creo que los ojos revelan la historia entera del alma de la gente, las condiciones de su nacimiento, quiénes fueron sus padres, cómo será su muerte y la clase de penas y glorias que perseguirán.”
Mucho me impresiona la historia de Gala en el ya citado relato Hormigas, esa joven afecta a las alucinaciones angélicas a causa de la deletérea fuckaína, amante de los cementerios y, de pronto, atrapada en la pesadilla de un loop infinito en el que una hormiga (y la mente de Gala atrapada en la de una hormiga febril) recorre de manera recurrente, hasta el infinito, hasta la eternidad, siempre la misma ruta.
¿Cómo es que lo cotidiano, la repetición absoluta de todo y el tedio no nos terminen matando?
Mercurio, uno de los cuentos de mejor factura y exquisitez literaria, nos muestra ese recorrido (historia) que va del enamoramiento a la desilusión, sin que nos demos cuenta en qué fase o momento empieza el segundo factor, todo ello cuando transcurre una inevitable historia subterránea.
En éste, tenemos un libro de narraciones de lo absurdo (no del absurdo). A veces nos aparece lo escatológico, digamos en el cuento Cultura popular, que deforma elementos de nuestra cultura cinematográfica o, más bien, los toma como recortes de celuloide para conformar un tapiz o collage demente. Y, de nuevo, Elsa Herrera Bautista vuelve a insistir en lo escurridizo de la relaciones humanas, como se lee en Vecina.
Los relatos de este libro rompen con la flecha temporal, evocan. Y hay sueños. “Soñé que la ciudad no era más que un corredor larguísimo con cientos de habitaciones. La mía estaba al principio de ese corredor y yo percibía el vació presente en todas las otras.” Pasadizo… es una historia onírica, de una ciudad onírica y una narración onírica, como si Clarice Lispector hubiese deseado salir de sus mundos interiores e instalarse en el espacio tiempo creado por Herrera en el que un sueño es peligroso porque se trata de una profecía. O como si la autora de origen ucraniano viese trastornado su imaginario luego de ingerir fuckaíana.
La ciudad metafísica, literaria, ominosa, omnipresente y que se nos muestra por apariciones, manifiesta siempre cambios sutiles, casi imperceptibles. Otras veces, están las huellas de la terrible guerra o algo que la evoca: como en De vuelta, historia en Yajkielón donde una joven vuelve a la ciudad que ama pero también repudia. Las veintitantas historias de este libro transcurren, una integrándose a la anterior pero preparándose para esfumarse y morir ante la siguiente. Se complementan, pero también buscan su individualidad, porque el cuento, a fin de cuentas, es y ha sido un género solitario (¿en solitario, como la novela?) para vivir en suplementos culturales o revistas o blogs, y los más meritorios ameritan un volumen impreso para ellos solos: una antología es únicamente el pretexto para reunirlos a modo de ramillete de flores (florilegio), y un modo de reunirnos con otros como nosotros y celebrar lo efímero de la existencia.
Justamente, pensando en lo efímero omnipresente en este libro, uno se pregunta ¿cómo es que la ciudad (ésa propia de Elsa Herrera) todavía existe?