Las conexiones debidas a las redes sociales, los blogs, las páginas colectivas… El diálogo en fin que se ha creado en torno a las nuevas tecnologías, que es el motivo principal de esta columna (de ahí su título), está aquí para quedarse. Y sin embargo, me siguen asombrando algunas de las comunicaciones que ahí/aquí tienen lugar. Es el caso del libro del que les voy a hablar hoy, Dios conmigo. Un texto que me llegó por invitación a mi correo electrónico desde mi blog, al que un usuario accedió después de consultar la barra del blog de Javier Avilés: El lamento de Portnoy, canónico entre los blogs literarios españoles.
Todo este camino, intrincado, para recibir una novela de la que no me quedó clara la autoría, pues no supe bien quién se escondía detrás de Camargo Rain ni cuál era su relación con su valedor, que fue quien accedió a mi correo. La cosa no dejaba de ser sugerente. La curiosidad mató al gato, y más cuando se me prometía que el texto, que ya estaba en Amazon, entroncaba con Pynchon, con Faulkner, con Galdós y con Valle.
Así que después de ciertos problemas técnicos, conseguí una versión para mi viejo Kindle y comencé a leer. Lo lamento, pero más allá de la frase larga, no he visto atisbos de la complejidad de Faulkner. Mucho menos de Pynchon, sus teorías conspiratorias y sus simpáticas bombillas parlantes. Quizá algo de Galdós y Valle, pero no desde luego sus potentes apuestas estéticas: la novela realista y el esperpento.
¿Qué es entonces Dios conmigo? A mi entender, que es igual de válido que cualquier otro y no pretende sentar cátedra, se trata de una novela histórica, con un claro héroe y una serie de circunstancias históricas que la rodean. El libro tiene carencias, pero también ofrece una lectura positiva. A mi juicio, el texto podría funcionar bien como novela juvenil si subsanara una serie de problemas:
1- Una estructura dramática más evidente, en la que los nudos narrativos se pudieran seguir de una forma secuencial, y en donde la persona que los lee tuviera claros los objetivos de los protagonistas, así como sus cambios de fortuna, y no la suerte de acontecimientos históricos circunstanciales que van salpicando la vida del protagonista principal: Ramón. Es cierto que una novela de aventuras siempre resulta episódica, pero hasta en el mismo Lazarillo, esa sucesión de episodios conlleva consecuencias que se leen como nudos narrativos. Y los relatos épicos no narran toda la vida de un personaje, sino aquellos momentos determinantes, como ocurre en El Cantar de Mío Cid. Si la novela no alcanza las cotas de complejidad de un Pynchon, mejor ceñirse a una estructura más manejable. No estamos hablando aquí de vida, que siempre está gobernada por las veleidades de las circunstancias, sino de literatura, y eso requiere de un plan. Por ejemplo, la acción se inicia con el trágico episodio de la muerte de los padres del protagonista. Pero entonces, ¿a qué todas esas páginas previas describiendo los recuerdos de infancia de Ramón y cargados de información innecesaria para lo que vendrá después?
2- Aunque el narrador hace un aviso al lector de que el lenguaje utilizado no va a ser arcaizante y, por tanto, no tiene que ver con el castellano medieval, en mi opinión, expresiones propias de la contemporaneidad como “¡Qué guapas…!”, o expresiones tan forzadas como “mis seres preferidos”, o “Tenía enormes ganas de hacerlo” después del primer beso, rompen el hechizo narrativo. No es necesario narrar con el lenguaje de la época, pero sí creando una atmósfera que haga que quien lea crea en la historia que le están contando.
- Si estamos de acuerdo en que el protagonista es un señor de la guerra y la vida en la frontera es una vida al límite, como puede serlo ahora en Afganistán, resulta inverosímil (y peliagudo por sus consecuencias en este momento político en Europa) suponer que los hijos del protagonista “crecieron como crecen los niños”, sin dificultades añadidas.
- Se observa un notable esfuerzo por recuperar en el texto la arcadia de las tres religiones. Sin embargo, el narrador patina muchas veces en consideraciones que plasman la (futura) superioridad cristiana, como la justificación de Leonor de que La Reconquista es la lucha por la vida. Debía serlo para los musulmanes también, tanto entonces como ahora, lo que justificaría aberraciones como Estado Islámico. O el hecho de considerar a los reinos musulmanes de “país inculto”, cuando su ciencia y su tecnología eran aún superiores a las de los reinos cristianos. Lo que sí se agradece, en cambio, es la apuesta por situaciones de justicia social, que tan poco han abundado en la historia de España, pese a los espectaculares cambios de fortunas, aunque eso sí es propio de la novela de aventuras.
En definitiva, creo que el libro y el autor tienen posibilidades futuras si trabajan a fondo las carencias, que es lo que deberíamos hacer todos, por otra parte.
© All rights reserved Carlos Gámez Pérez
Carlos Gámez Pérez nació en 1969, en Barcelona, España. Estudió Ciencias Físicas, Historia de la Ciencia y Creación Literaria. Colabora con revistas como Sub-Urbano, La bolsa de pipas y Nagari. Es autor de un diario sobre sus vivencias en las cárceles de Nicaragua titulado Managua seis (2002). Ganó el IX Premio Cafè Món con la novela Artefactos (2012) y ha sido seleccionado para las antologías Emergencias. Doce cuentos iberoamericanos (2013) y Llegamos en avión (en prensa), así como para el primer número de la revista Presencia Humana (2013), dedicada a nueva literatura española extraña. En la actualidad trabaja en la University of Miami. En su bitácora personal, El blog de Carlos Gámez, estudia las relaciones entre ciencia y literatura.
twitter: @cgamezzz