Teatro. Adriana Barraza Black Box 3100 NW 72 Ave. Suite 127 Miami.
Autor. Abilio Estévez. Dirección. José González. Actriz. Vivian Acosta. Grupo Teatral. Galiano 108.
Excelencia…punto y final.
El dilema ante el titular es el siguiente… ¿por dónde empezar? Hacerlo desde un texto que habla de una Habana hermosamente muerta en la memoria de una mujer. Mostrarlo desde el laudo que uno puede otorgar a quién sabe dirigir una obra teatral desde el clasicismo, la exquisitez o la pura experimentación escénica. O poner en el altar a una actriz, que adoptando el papel de cadáver, da plena vida a lo cotidiano y violento de la historia de una ciudad. O destacar a un público que, ante lo sostenido del dolor, lo dulce o lo histriónico de otros personajes que interpreta en el monólogo, queda extasiado – repito extasiado- ante Vivian Acosta dentro esta caja negra donde solo brillan sus ojos, y unas ligeras gotas que el sudor le deja en su maquillaje.
El primer protagonista que aflora en el espacio escénico, es de madera. Una barroca e imponente silla azulada donde parece que el océano la haya cincelado en forma de alga. Estamos en el fondo… nunca mejor dicho. Posiblemente un homenaje a Yemayá y a los “ahogados” en este mar que “desde el malecón le permite a uno ver el horizonte”. A continuación entra Cecilia. Enlutada de innumerables telas ajadas que cubren un cuerpo frágil y blanco, pidiendo al público las “buenas noches”. A partir de aquí, al igual que la composición metafórica de su vestuario desconchado, miles de imágenes de calle, históricas y unipersonales de la Habana.
Fotografías del infortunio “el dolor es lo único que enseñan”. Pero también recuerdos a la bandera, a Martí o a Macedo. Citas a Proust o a Carpentier para hablar del tiempo o las que el propio pueblo puede instituir desde su mundología, sin envidiar para nada a Jacques Lacan: “Todo lo real es gozable y todo lo gozable es real”. Momentos donde el sonido del agua o la lluvia es “bendita”, y un ciclón de vapor que se extiende por el escenario, “lava” todos los demonios del personaje. Frutas. Jugo de tamarindo. Plátano maduro…limonada con hielo. Papayas. “La piña es la fruta prohibida, no la manzana”.
Una siesta y un homenaje a la hamaca caribeña con el simple balanceo de un pañuelo entre sus manos. Una mantel extendido en el piso con la palma de la mano…la naturaleza tropical junto a Cecilia, el olor profundo del tabaco dentro de una pipa. A veces un danzón de fondo, o Bola de Nieve para amenizar un baile apacible en un salón. Otras el sonido de los tambores batá y el canto yoruba en el patio de un solar. De repente, la voz prodigiosa de Enrico Caruso –sólo por esta cautivadora escena vale la pena ver esta obra- envuelve la atmósfera del público y Abilio Estévez, su autor, le recuerda cuando, en 1920, el tenor puso en pie al Teatro Nacional.
No podía faltar el erotismo, en este caso sin el “objeto” real, pero presente; un mulato. “Tu no eres un mulato… sino Dios”. Entonces Vivian Acosta saliva sus labios…sus ojos giran y su cuerpo se contornea y avanza a trompicones hacia su imaginario. Le da piropos… lo desnuda…lo posee. Y al final del coito, le declama el deseo de un delirio “¡Abrázame hasta que me hagas desaparecer!”
La Habana evaporada como lo fue “Nínive, Síbaris o Sodoma”. Todo bajo la luz del contraste de sus habitantes o del placer popular. “La única palabra que un habanero no tiene que buscar en el diccionario es… ocio”.
Al final, como dije en el primer párrafo…el éxtasis. Y no en cápsulas o pastillas, sino de pie y a través del aplauso libre y cerrado de la audiencia. Desde su cementerio marino, Vivian nos lanzó pétalos de rosas a los asistentes. El perfume viajó a ambas orillas. Las gracias fueron mutuas. Nagari
Nota Este fin de semana es su última oportunidad 29 y 30 de mayo a las 8.30 pm. LLamen para reservar a 305 436 29 16 o 305 401 71 89