Lugares donde nació, vivió y murió la gran poetisa mexicana
Apenas yo vi el movimiento y la figura,
empecé a considerar el modo de la forma esférica.
Sor Juana Inés de la Cruz
Es el trompo, el trompo de la vida que gira y gira. La forma esférica, símbolo del amor divino y del amor humano. Es el trompo que los niños mexicanos crean con madera, hilo y fantasía.
Esta niña llamada Juana, lo vio girar y descubrió el mundo y se convirtió en una de las escritoras más famosas del siglo XVII. Su fama llega hasta hoy por ser la primera mujer latinoamericana que defendió los derechos de la mujer, cantó al amor con encendidos sonetos, y fue ávida de estudios y conocimientos, en tiempos en los cuales esos aspectos estaban vedados a la mujer.
Su personalidad de poeta seduce, ese interés me llevó a reconstruir su ruta geográfica y espiritual en México, la hice durante varios viajes, y es probable que existan cambios, pero lo fundamental se conserva. Fue una manera de acercarme a su mundo, tratando de comprender ese pasado, no para juzgarlo con ojos contemporáneos como se hace equivocadamente hoy, sino para entender su época y su comportamiento.
Pocas veces un escritor de tantos siglos puede ser recreado a través de los lugares donde vivió y que estos lugares se mantengan como testimonio de una época. La ruta de Sor Juana es posible en México, porque hay una profunda conciencia cultural y respeto al patrimonio histórico.
Primero decidí visitar Nepantla, el lugar donde nació, a solo una hora de la ciudad de México, por la autopista de Cuernavaca, con entronque a Cuautla, pasando por campos cultivados. Llegué a San Miguel Nepantla, un pequeño pueblo enclavado entre colinas, en el municipio de Tepetlixpa.
Amado Nervo, otro gran poeta mexicano, estuvo en el lugar y recuerda:
La transparencia de la atmósfera daba a los astros, la ilusión de una proximidad emocionante, una placidez de tonalidades admirables reinaba en el paisaje, largo rato vagué por las calles humildes y los campos, repitiendo con íntimo deleite: Aquí, nació Sor Juana.
Esa misma emoción embarga al entrar al gran Centro Cultural, levantado en l995, en conmemoración a los trescientos años de la muerte de la Décima Musa. Es un moderno edificio construido por el arquitecto Abraham Zabludovsky, cuenta con un Museo, talleres de arte, biblioteca y auditórium. Está rodeado de jardines y flores.
En un área cerrada se conservan los vestigios de la modesta casa donde nació Sor Juana, un 12 de noviembre de 1648. La guía nos explica que era una alquería rentada por su familia a la Iglesia. La madre de sor Juana, Isabel Ramírez era una criolla amancebada con Pedro Manuel Asbaje, con quien había tenido otras hijas: María y Josefa. Juana era, por lo tanto, hija natural y nunca conoció a su padre.
Observo las paredes de adobe y piedra, una parte de la cocina y el cuarto donde nació la poeta, que extrañamente se llamaba «la celda».
En 1945, Isidoro Favela, gobernador del estado y admirador de la escritora, recupera el patrimonio, abandonado cuando se construyó el ferrocarril y decide construir el edificio protector de las ruinas.
Camino por los jardines y gozo leyendo los sonetos de la monja inscriptos en una pared cubierta de buganvillas.
Détente, sombra de mi bien esquivo,
Imagen del hechizo que más quiero,
Bella ilusión por quien alegro muero,
Dulce ficción por quien penosa vivo.
Luego, visité el museo que guarda objetos y documentos, los guías voluntarios me dan todo tipo de información: la fecha de nacimiento de la poeta es incierta, Juana pasa pocos años en este solar, tuvo un hogar disfuncional, la recuperación del mobiliario y objetos fue tardía… y más detalles.
La ruta continua hacia el lugar donde fue bautizada, el 2 de diciembre, en la Parroquia de San Vicente Ferrer en Chimalhuacán, municipio de Ozumba. La pila bautismal se conserva en estado original y es una piedra tallada por los indígenas. Se encontró el acta de bautizo, que fue robada en 1987, con intención de subastarla en New York, pero luego reapareció. Actualmente, se expone en un nicho especial.
La parroquia fue fundada en 1528 y es considerada patrimonio nacional.
Sigo camino a la Hacienda de Panoaya, donde la familia se muda al cumplir Juana tres años. Antes de llegar a la hacienda paramos en el pintoresco pueblo de Amecameca. La iglesia conserva su arquitectura colonial, un amplio atrio y una plaza donde se desarrolla un colorido tianguis o mercado. Amecameca es un centro agrícola-ganadero, también lo era en tiempos de Sor Juana. Asistió a una escuela llamada «Las amigas» y a los ocho años compuso una loa al Santísimo Sacramento, que fue premiada por el vicario. Apuntaba en la pequeña el amor al estudio y talento para escribir.
La Hacienda de Panoaya ha sido restaurada y es un bello ejemplo de arquitectura colonial barroca del siglo XVII, con amplios ventanales enrejados y cuartos que convergen a grandes patios. Una de las salas alberga la biblioteca de su abuelo Pedro, donde aprendió a leer y a descubrir el mundo del saber. Esta solariega casona es un museo que guarda los recuerdos de toda una época.
Recorro la hacienda y sus jardines y me encuentro con un reservorio de ciervos que esta anexado a ella. Los encantadores animales comen de la mano y como indica el cartel son «ciervos acariciables».
Desde el parador donde almuerzo el famoso «mixiote» y unas enchiladas, típica comida regional, servidos en platos de cerámica y vasos artesanales, la mesera me muestra el ventanal con la bella fachada de la hacienda y el majestuoso volcán Popocatépetl.
Este paisaje imponente y pastoril fue lo que Sor Juana vio en su niñez. Sus compañeros fueron picos nevados, verdes bosques, cervatillos, cielos azules, la biblioteca, los libros y el cariño de su abuelo.
Cuando Sor Juana tenía apenas nueve años, muere Don Pedro, y se va a vivir con sus tíos, a la ciudad de México, la ciudad del Virreinato de la Nueva España.
Decido continuar mi itinerario en México D.F. Me dirijo al centro histórico de la ciudad, el Zócalo, presidido por la bella catedral, que en época de Sor Juana se encontraba en construcción, hoy está restaurada y ostenta sus bellos altares barrocos. Fue en esta iglesia donde se cantaron los villancicos y las loas que la monja compuso.
En el Zócalo se llevaban a cabo los grandes ceremoniales religiosos y era lugar de reunión del pueblo. A pesar de los años, no ha cambiado, hoy, sigue siendo centro de festejos religiosos y patrios y lugar de ventas de mercaderes.
Frente al Zócalo se levanta el Palacio, donde Sor Juana ingresó a los dieciséis años en la Corte Virreinal, como dama de la Virreina Leonor Carreto. Asistió a fiestas y a las intrigas cortesanas. El bello edificio de piedra roja (tezontle), sufrió un incendio, pero fue restaurado y hoy es Palacio de Gobierno, mantiene su majestuosa escalera con murales de Diego Rivera, sus amplios salones y se puede visitar libremente.
Sor Juana renuncia a la vida en la Corte, por consejo de su padre espiritual, para ingresar al Convento de San Jerónimo en l669. El convento existe, fue recuperado por Margarita López Portillo, con quien tuve el gusto de conversar en varias ocasiones, y fue ella quien me dijo los afanes puestos para lograr que se recuperara el sitio histórico.
Actualmente, es la Universidad del Claustro de Sor Juana. Está ubicado en la calle Izazaga. Se fundó en 1585, con veinticinco monjas, y era el más grande de la ciudad. Me recibe el director que me enseña el Patio de la Fundación donde estaban los basamentos. Cuando llegó Sor Juana se había construido el Patio de las Novicias y el Gran Claustro. En el patio se encuentra la celda de Sor Juana, del tamaño de un pequeño apartamento, con cocina, baño con tina de cerámica, dormitorio y sala. Vivía en este estudio con su Biblioteca y su colección de objetos científicos, su telescopio y globos terráqueos.
Actualmente solo se puede observar una parte de la celda.
Embriaga el perfume de las rosas del pequeño jardín, que era cuidado por la monja, además de ocuparse de la administración del claustro. El convento conserva parte de la iglesia barroca, con el altar que Sor Juana conoció, con columnas salomónicas y retratos de santos pintados.
El convento fue expropiado en el siglo XIX, durante el período de la Reforma. Fue hospital, depósito y centro nocturno, llamado «Esmirna». En la década de los setenta se iniciaron las tareas de rescate y las labores arqueológicas que continúan hasta hoy.
Impresiona la austeridad de la sala del Sepulcro donde está enterrada la monja, rodeada de sus retratos, copia del de Cabrera y Miranda y originales los de Corzas y Ocejo.
En este convento escribió sus obras maestras, dentro del estilo barroco-conceptual, llamado «culteranismo». Escribió obras dramáticas: autos sacramentales entre ellos El divino Narciso que fueron representados en la corte y sus loas y villancicos que adornaban las celebraciones religiosas.
Sus bellos sonetos de amor y filosóficos, según expresara la autora eran poemas de encargo. En Primero sueño, y en su obra en prosa: Carta Atenagórica, Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, defiende los derechos de la mujer y el derecho a estudiar y saber. Un documento de rebelión y libertad.
Al perder el apoyo virreinal, por presiones eclesiásticas renuncia a la literatura para dedicarse a su vocación religiosa. A los dos años de esta decisión, una epidemia de tifus azota la capital virreinal. Sor Juana muere contagiada a la edad de cuarenta y cuatro años, el 17 de abril de l695.
Este convento guarda sus restos, y guarda la memoria de la gran monja poeta, que desafió a su tiempo y a la iglesia, proclamando su amor al saber, al estudio y a la poesía.
Antes de irme del claustro, veo a una joven leyendo a Sor Juana en el patio de las rosas. Le pregunto si le gusta la poesía y me contesta:
En medio del trajín y el estrés, leer a Sor Juana, aquí, donde ella concibió estos poemas es un placer y un privilegio.
Me siento a su lado y leemos juntas el poema a la rosa:
Rosa divina que en gentil cultura
eres, con tu fragante sutileza,
magisterio purpúreo en la belleza,
enseñanza nevada a la hermosura.
Amago de la humana arquitectura,
ejemplo de la vana gentileza,
en cuyo ser unió naturaleza
la cuna alegre y triste sepultura.
¡Cuán altiva en tu pompa, presumida,
soberbia, el riesgo de morir desdeñas,
y luego desmayada y encogida,
de tu caduco ser das mustias señas,
con que con docta muerte y necia vida,
viviendo engañas y muriendo enseñas!
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Adriana Bianco. Profesora de Filosofía y Letras, con Postgrado en la Sorbona de Paris. Ejerce actualmente como periodista y colabora con la revista de la OEA, la agencia EFE, Carátula, la revista de la Academia Norteamericana de la Lengua Española-ANLE, Radio Nova y Radio Miami Internacional. Ha publicado varios libros, entre ellos: Borges y los otros, y Miami Habla (2013).