Lo conocí de rodillas. Un martillo en la mano y unas cuantas puntas en la boca. Sus espejuelos bajos y nuestras pupilas frente a frente mientras montaba The Pledge 1997, el conjunto de sus obras en Fred Snitzer Gallery, antes que el dueño, se trasladara a la zona industrial de Coral Gables. De esto hace veinte años justos. El tiempo, no ha detenido mi devoción por su discurso a la hora de hablar a través de “las cosas” y hacerlo de la manera en que Rubén Torres Llorca las concibe. Pues bien, haciendo honor a the pledge…aquí va mi exclusiva hacia este “sujeto” cargado de “verbos” puros y disímiles frente al campo del arte contemporáneo en Miami.
Me ha interesado siempre este fondo cinematográfico que evoca el relato de Rubén Torres en su obra durante esta última etapa. Sus personajes “hollywoodenses” están detenidos en la expresión de sus rostros. Sus emociones se las lleva la cámara o la acción en sus diálogos. La luz directa y los primeros planos en blanco y negro en que aparecen, le sirve para diseñar “avisos publicitarios” de lo-que-somos-y-lo-qué-pensamos. Una lectura crítica, sobre nuestro quehacer cotidiano. Actores, actrices, modelos y héroes de la pantalla que bien pudieran estar como portada de la novelas de las series policíacas de los años 40/50. El artista aborda siempre lo mordaz y lo muestra distinto desde un surrealismo muy personal y serio.
Bajo el volumen escultórico, provocadoramente silencioso, nítido y “monótono” -…y lo digo desde un punto de vista positivo este último término- una preocupación que lo inviste hacia una manera propia de detenerse a narrar lo que le interesa: el saber qué hacemos aquí. Solo a él le he visto empapelar un mueble o distintos objetos en hojas de periódico -geométrica y delicadamente recortado- para enfatizar o recrear lo que es el teatro de la vida en cada lectura de sus piezas. Y hacerlo como telón de fondo para advertirnos que, en verdad, somos información… se lea cómo se lea. Sólo a él lo he visto utilizar los significantes para un interrogatorio sobre lo existencial bajo una imaginería cercana al cómic o la fotonovela. Solo él me hace reír y me asusta, al unísono.
Irónico y con un humor negro que crea estilo. O si quieren, lo pueden traducir, como rigurosamente serio con lo que ocurre a nuestro alrededor desde una aparente sonrisa. Casi cercano a aquel Magritte de iconos en reposo. De figuras humanas con bombín. O sujetos y animales en posición sedente o mágicamente estáticos. Una elegancia visual más próxima a lo lúgubre que a lo explícito construida a base de elementos simples como libros o un puñado de cuerdas en una boca de un sujeto para configurar un parlamento con sus semejantes figurativos u objetuales.
A mi entender, político. Rubén Torres Llorca es, un artista político en su sentido etimológico. Un ser que se preocupa de la polis y la filosofía que se ahonda en el lugar donde vive. Al fin y al cabo, él se hace preguntas al igual que lo hacía el mundo helénico en sus ciudades-estado como Atenea o Corinto. Y bajo hombres venerados como Sócrates, Aristóteles o Platón…
Una diferencia: ellos lo hacían en el ágora a través de la palabra. Rubén lo muestra en su pequeña Acrópolis expositiva bajo el lenguaje de la imagen y los signos. ER
Conde Contemporany, 204 Miracle mile Coral Gabes, Fl 33134 hasta el 18 de diciembre