Reembarque, documental de cincuenta y ocho minutos dirigido por la realizadora cubana Gloria Rolando, quien también fue su guionista y producido por el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), tuvo su première en La Habana en el ya lejano septiembre del 2014. Con posterioridad ha sido exhibido en muchas latitudes, tanto dentro de la isla como más allá de sus fronteras terrestres. Cuentan que durante la exhibición en la ciudad cubana de Camagüey, se escuchó nítidamente la voz de un niño que asombrado preguntaba: «Abuela, ¿qué tú haces allí?». Ese «allí» eran las costas cubanas y haitianas, personajes ineludibles de la historia que Gloria Rolando tejió, con respeto y hechizo, con rigor, ceremonia y candidez, sin que sea posible saber muy bien dónde acaba una orilla y dónde comienza la otra. La lágrima sobre el rostro curtido, la lágrima real, no la del sentimentalismo ramplón, ocupa el lugar donde –a ojos vistas– ha reinado el vacío: vacío de estirpes divididas, vacío historiográfico donde debió figurar la permanencia y desgarro de familias protagonistas de la emigración haitiana a Cuba. Es válido recordar que de 1910 a 1931 del total del millón de inmigrantes que surcó aguas para probar suerte en la isla cubana, setecientos mil eran haitianos.
Amparados por un excelente contexto musical, con banda sonora diseñada por Juan Demósthene, basada en composiciones de Lucía Huergo e interpretaciones del grupo vocal Desandann, se suceden los testimonios, especies de haikús caribeños que resultan aportes antropológicos para el estudio de la relación Cuba-Haití y del Caribe en general. La memoria de descendientes haitianos de comunidades de Camagüey y Santiago de Cuba (entre otros enclaves) y las voces desde Les Cayes se agolpan a ratos en creol, a ratos en español y a ratos salpicadas por contaminaciones lingüísticas, que enriquecen los comentarios y aportan mixtura a la mirada sobre la realidad caribeña.
El ciclo de hogares divididos es eje central de este trabajo de Gloria Rolando, ejemplo de dignidad investigativa y fílmica. Aquí aparecen familias haitianas escindidas al partir algunos de sus miembros hacia Cuba en busca de mejoras económicas. Emigrantes que sufrieron más tarde la deportación, volviendo a quedar fragmentado el núcleo consanguíneo. Madres, padres, hijos, obligados a regresar a Haití.
Cuba para los cubanos y la salvaguarda de la economía contratando solo el 50% de toda la mano de obra extranjera, fueron el pretexto esgrimido por el gobierno de Pío Socarrás que comenzó a llevarse a efecto a partir de 1933, siendo 1937 el año de mayor crudeza. Repatriación humillante, hijos que permanecieron en la zona oriental de Cuba perdiendo casi todo contacto con sus familiares inmediatos. Haitianas y haitianos que no han vuelto a su país natal, que no regresaron, que no enterraron a sus muertos en la isla vecina y cuya propia muerte es muy posible que también suceda en suelo cubano.
Y en medio de todo el panorama anterior, en la punta del mástil, la solidaridad: hogares cubanos que acogieron y escondieron –para evitar fueran regresados a la fuerza– a niños y ancianos que de la noche a la mañana quedaron convertidos en mercancía descartable. Así vemos desfilar las lomas de Oriente por los ojos de quienes siendo pequeños fueron devueltos a Haití y ahora, ante la cámara, hacen recuento desde la isla vecina. Así vemos desgarrarse a quienes en Cuba soportaron firmemente las noticias de sus pérdidas en la isla próxima y a la vez distante, llorando en la angosta y dramática línea de las separaciones.
Pero estos acontecimientos no es posible estudiarlos aisladamente porque en cierto modo pueden ser enlazados con la masacre de haitianos en la frontera dominicana en 1937. Niños arrancados de Santiago de Cuba y repatriados para Haití. Abuelos, madres, padres, forzados a partir quedando sus hijos en la mayor de las Antillas. Mil novecientos treinta y siete, historia de expulsión en las costas cubanas. Mil novecientos treinta y siete, historia de crímenes en la frontera dominicana. Trabajadores haitianos indisolublemente ligados a la economía cubana, al progreso de los ingenios azucareros. Emigrantes con la sola y legítima aspiración de encontrar una mejor vida, de una parte. Y de otra, haitianos que no supieron pronunciar correctamente la palabra «perejil» y por ello, antes de poder cruzar el río, se encontraron con el tajazo mortal de las navajas trujillistas. Hombres y mujeres vomitados violentamente, como desecho tóxico. Supresión, eliminación, repudio, blanqueamiento, descarte… caminos de muerte sobre las aguas.
Un mérito más de la realización de la documentalista cubana es el tercer lugar que crea/recrea al mezclar el testimonio de haitianos que sobrevivieron a la catástrofe –o sus descendientes– con las opiniones especializadas de historiadores e investigadores de ambas culturas y el papel de relevantes figuras políticas. Ahí están la mirada del haitiano Evelio, contando sus días en la finca de los Castro; la potestad de las palabras de Suzy Castor, Michel Héctor y Graciela Chailloux; la presencia y leyes llevadas a efecto por Jorge Risquet. De la biblioteca al patio de tierra de la casucha y de los archivos haitianos a las calles abigarradas que ascienden hacia un cielo real en Port-au-Prince serpentea el camino que perfila aún más el devenir de Cuba, definida por la mezcla de sangre africana, sustancia europea, suelo criollo, éxodos y desplazamientos varios…, todo mezclado, tout melé, en una amalgama signada por migraciones caribeñas (espontáneas o forzadas) que constituyen la materia prima de este sólido trabajo audiovisual.
Anécdotas, danzas, cantos en creol, unen las orillas drásticamente separadas. La historia cotidiana, sobrevenida extraordinaria, irrumpe desde el testimonio expreso de quienes sufrieron la herida histórica. Una valiosa labor investigativa atraviesa estos fotogramas, sostenida por una dramaturgia no tradicional. El bregar entre documentos de época y montañas orientales deviene constatación de la huella haitiana en Cuba. El poder de síntesis de las imágenes en la fotografía de Oscar M. Valdés y la pluralidad de planos tienen el mismo sabor de la simbólica sopa de calabaza degustada cada primero de enero como celebración del fin de la esclavitud y en homenaje a la contienda de Dessalines.
¿Cómo es posible que disfrutando de esta joya de la documentalística cubana, así, de repente, toda esta gente hasta minutos antes desconocida se vuelva de pronto pariente, familia? Esta pregunta queda en el aire y su respuesta acaso tampoco consiga explicar la hazaña de transformar lo que podría haber sido un áspero curso de Historia de Cuba en vibración profunda, verdadera, que no se desdice en ningún estruendo, sino que, casi sigilosamente, devela nuevos pasajes de esa actitud de vida que es el Caribe.
En La Habana y Camagüey, y posteriormente con varias exhibiciones en Estados Unidos y en Haití, Rembarque, el invaluable documental de Gloria Rolando, logró reunir la memoria dividida, reverenciar el recuerdo histórico, juntar los desgarrones de una antigua y aún muy dolorosa herida.
© All rights reserved Laura Ruíz Montes
Laura Ruíz Montes (1966). Poeta, editora, ensayista y traductora. Ha publicado libros de poesía en Cuba y el extranjero, de los cuales Los frutos ácidos y Otro retorno al país natal, obtuvieron en 2008 y 2012 respectivamente el Premio Nacional de la Crítica Literaria. También ha publicado libros de ensayos (centrado en la literatura caribeña), teatro y literatura para niños y jóvenes. Su traducción del francés de El exilio según Julia, de Gisèle Pineau obtuvo en 2018 el Premio de Traducción Literaria. Su último libro de poesía publicado es Diapositivas (2017). Su volumen Grifas. Afrocaribeñas al habla (entrevistas a treinta creadoras del Caribe anglófono, francófono e hispanohablantes) está en proceso editorial en el Fondo Editorial Casa de las Américas. Es la editora principal de Ediciones Vigía y la directora de La Revista del Vigía de esa misma editorial.