Los sistemas
Los agalamaberenten,[1] habitantes de los valles de Glau, sostienen que en cada espíritu se manifiesta uno de doce Humores Fundamentales; cada uno de éstos, prosiguen, puede mostrarse con una de treinta intensidades distintas, en uno de quince modos y con una de dieciocho tonalidades. De esto, finalizan, resulta que hay noventa y siete mil doscientas clases distintas de carácter, y es el destino de cuantos nacen el estar marcados por uno y sólo uno de esos signos numerosos, que para siempre los resume y explica.
Cada signo tiene un nombre –la Dama Negra Vestida de Blanco; el Sol Brillante y Recordado; Un Pez y Mil de los Ríos Desconocidos–, que se enseña junto con la precisa combinación[2] que lo define. Este aprendizaje, muy arduo, se prefiere a cualquier otro, pues se cree más importante; “Ordenarás a los hombres”, dicen los maestros y los viejos, “que en ese rigor están las puertas del mundo”.
Nada en la doctrina liga los signos a circunstancias de la tierra o del cielo, y por tanto su determinación es larga, hija de pacientes escrutinios. Los casamenteros de este pueblo pasan horas y días aparejando testimonios de progenitores, amigos y espías de los muchachos casaderos; los libros de historia son especulaciones sobre los signos de los reyes de antaño, con larguísimas glosas y comentarios; cuando alguien es muerto en la calle o el monte, las autoridades, en lugar de buscar al asesino, se preguntan quién fue “en verdad” el muerto, cuál era su signo, qué infausta conjunción lo llevó hasta otro de signo adverso.
Humildad
Cuando hablan con extranjeros, los uquq[3] sonríen mucho y dicen grandes palabras, para que el visitante vea sus bocas desdentadas, húmedas y brillantes. Unas veces se glorian –el más lerdo de ellos, les gusta decir, es más hábil para arrancar muelas que el mejor quirurgo de otras tierras, que el más delicado de los barberos–; otras predican. La raíz de su credo es la noción de la indignidad de los hombres, la altura ínfima que les corresponde en la escala del mundo, como la enseñó Gagaaq, primera de las Reinas Sometidas. “Dos sicarios le vaciaron la boca a garrotazos”, declaman, “y ella entendió que era una señal, y que no debía nutrirse más de la carne viva ni de los tallos y las hojas, en las que duermen agua y vigor hermanados”.[4]
Sus recién nacidos pueden beber la leche de las madres porque es materia humana, tan vil como sus propios cuerpos. Peor indignidad, opinan, es la de los muchos que, en cada generación, son incapaces de dejarse morir de hambre, y comen papillas en rincones oscuros, y se aparean.
Plenitud
Los khaam[5] aprenden que las almas son tan enormes, de tal densidad intangible, que llegan al mundo divididas, repartida cada una entre varios cuerpos que nacen. Cuando sus niños llegan a la pubertad han de buscar a sus Hermanos de Aliento, como los llaman, y, tras reconocerlos por medio de los ritos adecuados, competir contra ellos en un torneo de armas. Quien sobrevive es tenido por un ser completo, y debe aprender los hechos de los muertos, para preservarlos.
(A veces ocurre que los magos encargados de juzgar cuántos y cuáles trozos son de un mismo espíritu declaran que hay faltantes: tercios, quinto o décimos de alma que no se hallan en ningún sitio de la tierra de los khaam, y que por tanto han de estar en otras. Los Hermanos de Aliento a quienes aflija esta desgracia deben seguir juntos, y juntos partir a recorrer el mundo en busca de lo que les falta. Grande es el dolor de quienes los ven marcharse; casi nunca regresan.)
Historia
En las playas de Junudde, las de arenas y aguas pardas, los iutud[6] viven de la pesca y los naufragios. Sólo este rasgo los distingue de otros pueblos de ese litoral: su lengua tiene una palabra que muchos traducen como “escritura”, pero en verdad desconocen las artes de los símbolos, y el término designa en cambio este diario ritual: de mañana, cuando baja la marea, se acercan al borde del agua que retrocede, se arrodillan en la arena pesada y blanda y entierran la cara en ella. Luego se levantan. A los rostros así grabados los llaman “historia”, y los creen su testimonio a los dioses del mar, que les dieron la vida y les exigen relatarla de tal manera, silenciosa y fugaz. (Estos bajorrelieves se desdibujan con rapidez, y al fin la marea, que vuelve, los borra del todo.)
Cuando alguien muere, se le lleva hasta la playa para dejar una última huella; se piensa que sólo así lo reconocerán quienes lo esperan más allá del mundo.
[1] “Los Que Nos Conocemos”.
[2] “Irascible undécimo, distraído, azul oscuro de calma” es, por ejemplo, la definición del tercero de los signos mencionados.
[3] “Los Que Tomamos Nuestro Sitio”.
[4] En esta frase se ha querido ver una paráfrasis de los célebres versos finales de la Góndola perversa, el gran poema de Suryau de Haydayn.
[5] “Los Que Somos Muchos”.
[6] “Los Que Nos Revelamos”.
Publicado originalmente en Nagari #3 Ceci n’est pas Mexique
© All rights reserved Alberto Chimal
Alberto Chimal (Toluca México, 1970) Ha publicado una docena de libros de cuentos, entre los que destacan 83 novelas, Grey y Éstos son los días (Premio Nacional de Cuento INBA 2002); también es autor de la novela Los esclavos y de La cámara de las maravillas, una colección de ensayos. Chimal es maestro en Literatura Comparada por la Universidad Nacional Autónoma de México e imparte cursos en la Universidad Iberoamericana y la Universidad del Claustro de Sor Juana. También fue miembro del jurado de Caza de Letras, concurso-taller por internet organizado por la UNAM, entre 2007 y 2010. Actualmente es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte, institución mexicana que patrocina el trabajo de artistas de diversas disciplinas.
Textos suyos han sido traducidos al inglés, francés, italiano, húngaro y esperanto. Es considerado uno de los escritores más originales y talentosos de su generación y un pionero de la escritura digital, documenta actualmente en la bitácora www.lashistorias.com.mx.