Porque nací en casa. Sin partera y asmático mientras mi padre tapizaba sillas en los cines de La Habana. Porque mis pulmones llenos de pájaros – decía abuela Mercedes- eran como el dulce trino del enfermo. Porque al parir Nena, despertó a los sapos del patio y, en la breve fiesta de fuertes alcoholes olvidaron darme aliento para sobrevivir y, me inventaron la soberbia. Ebrio por dar a luz. Por las palabras perdidas. Porque las metáforas traquean los huesos. Porque la quimera es más fuerte que el sacrificio. Porque estos ojos saltones se rinden ante la tierra abierta de una mujer, traspasan las paredes y los muertos en vida. Porque la belleza es perder el miedo o desvanece en esa traición a ti mismo. Porque hay golpes tan fuertes, yo no sé, como César Vallejo. Porque tuve soldaditos de plomo, ahogados en la última inundación de la casa. Diluvio en los ojos, cabalgando en mi caballo de palo, y me aleje de mí, y fue terrible la inocencia. Por una infancia de bagazo de caña. Por una familia sin oro y con libreta de bodega. Por novelar novelitas que destruyó mí hermana por higiene. Porque mi padre lloraba con la película de Oliver Twist, y porque el tufo hasta la coronilla pudo justificarse con la maldita honradez. Porque tuve novias que no tocaron esta soledad baldía. Porque el amor es un mal de ojos, y una terrible costumbre. Porque soy el hijo que se fue de la casa, y maté la oveja negra. Porque todo es separación. Porque fui creciendo con miedo. Miedo a las organizaciones de masas. Miedo al trabajo voluntario. Miedo a las guardias, a las vanguardias, a la retaguardia, al brillo sutil de unos ojos espías. Miedo al miedo de los demás. Porque en Miami también salen lunas equivocadas, y lobos arbitrarios, y el sol quiebra los ojos como en cualquier parte. Porque la libertad es otra forma sublime de ejercer la soledad. No es la izquierda ni la derecha, sino con la cabeza. Porque hablo de mí y por mí. Por mil demonios en la mesa. Porque Pinar del Río fue más que una hoja de Vueltabajo. Porque en Coyoacán envejecen bellísimos los coyotes. Porque no hay mayor pobreza que agradecer. Porque el corazón es un respiradero sucio, aún después de muerto. Porque la mierda es menos salada que la guerra, al provocar la primavera. Porque el poeta se fue por el caño el coño el cáñamo sin decir otra palabra, de prisa, pisando los charcos, polvo sobre el polvo, alejándose de la cultura del engaño. Porque no sé si de madre o madruja, padruchuelo o padre, pero ADN hay uno solo. Y el linaje está en la mirada fruncida. Por la herrumbre en la sangre. Porque no volveremos al mismo lugar. Ni será como antes el mediodía en tus ojos. Porque es difícil ser fiel, y arrullar la fantasía. Porque mi oficio es sobrevivir bajo las patas de los caballos. Porque ya no me importa la verdad. Porque la agresión es todo lo contario. Porque el tiempo no cura nada, solo cicatriza. Porque al final todo es intrascendente. Y el alma es vertiginosa para salvarse de la tristeza. ¿Por qué la incertidumbre? Porque mar abierto. Rumba adentro. Porque no me arrepiento. Porque soy de esos espíritus que nunca descansan en paz.
© All rights reserved Ernesto Olivera Castro
Ernesto Olivera Castro, La Habana 1962. Ingeniero Forestal. Diseñador de jardines. Escritor, poeta, editor, promotor cultural. Tiene publicado seis libros de poesía y una novela en Amazon, aparece en varias antologías y en docenas de revistas y periódicos, en países como Cuba, México, España, USA, Italia, Argentina, Brasil, Noruega, etc. Ha obtenido Mención Caimán Barbudo, La Habana 1989, Premio Nacional de Poesía Paula Allende, Universidad de Querétaro 1991, entre otros. Tiene estudios en técnicas de guion cinematográfico en el College de Miami Dade. Editor de Los cínicos editorial.