Me aventuro a decir que desde finales de la década de los 80 he estado muy al tanto de las muchas publicaciones de Editorial Betania, producidas en Europa. El formato compacto y precio accesible de sus libros me recuerdan los ejemplares de la serie Austral que mi madre tenía en su pequeño estante en la isla. En aquel entonces, una copia costaba un peso, cuando la unidad monetaria mantuvo por años su valor adquisitivo, que en la praxis es como decir que, gracias al sistema económico de entonces, el costo de uno de aquellos ejemplares era un dólar. Luego, ya asentado en los Estados Unidos, donde hice mi primer contacto con el sello —curiosamente vía un libro del poeta imprescindible Gastón Baquero— no sólo compraba yo los cuadernos publicados por esta empresa propiedad de un cubano, sino que tuve amigos, compañeros de estudios y profesores que publicaban sus trabajos en Betania, nombre familiar entre todos nosotros, a pesar de residir al otro lado del Atlántico. Puedo mencionar algunos nombres: Eugenio Angulo, Carlos E. Cenzano, Mabel Cuesta, Gustavo Pérez Firmat, Joaquín Gálvez, Daína Chaviano, Magali Alabau, Olga Connor, Matías Montes Huidobro y el propio Felipe Lázaro, su fundador. Recuerdo que en mis años de estudiante graduado me matriculé en dos cursos de literatura que Reynaldo Arenas, gracias a la iniciativa del doctor Reinaldo Sánchez, dictó en la Florida International University (FIU). La doctora Florence Yudin fue una de mis profesores regulares en el recinto sur de la Universidad. Ambos decían maravillas de Felipe Lázaro y nos recomendaban publicar en Betania.
Con este toque anecdótico, no sin antes agradecerle su disponibilidad para esta entrevista, procedo a hacerle algunas preguntas a Felipe, poeta, narrador y editor que, como empresario consciente, indiscutiblemente funge como protector del patrimonio literario cubano en más de un continente.
1) ¿Qué experiencias en tu educación en el hogar e instrucción escolar marcaron tu trayectoria como estudiante y luego como profesional? De este aprendizaje moldeado por las peculiares circunstancias en Cuba, ¿recuerdas alguna incidencia en particular que contribuyera a definir esa inclinación a esparcir la obra de escritores, poetas e intelectuales en general?
Desde muy chiquito siempre tuve profesoras que me ayudaban con las tareas diarias del colegio. Recuerdo con sumo cariño a mi última maestra (Lydis Soto) con la que todas las tardes hacíamos los deberes en mi casa. También debo resaltar el excelente plantel docente del Colegio americano (presbiteriano) Kate Plummer Bryan Memorial de mi pueblo natal (Güines) donde cursé desde el Kindergarten hasta el 5º grado (1954-1960). Fueron seis años inolvidables, en un colegio precioso, muy amplio, y con alumnado mixto. De las maestras (todas Doctoras en su especialidad) debo resaltar a la Dra. Josefa Jiménez que enseñaba Lenguaje y Gramática, las Dras. Hena y Mahelia Núñez, Hortensia y Mercedes Carrión, la Dra. Cuesta (Aritmética) conformaban un plantel de excelencia, de profesoras brillantes, dirigido por el Dr. Raúl Guitart, gran pedagogo cubano.
Fachada de la antigua Kate Plummer Bryan Memorial, en Güines.
En ese Colegio, todas las mañanas, después de escuchar el himno e izar la bandera cubana, se leían frases de Martí y algún pasaje de la Biblia. Y lo leíamos los alumnos y alumnas por el altavoz que estaba instalado en la oficina del director. También todas las tardes preparaba y estudiaba unas lecciones que al otro día por la mañana me examinaba de ellas. Era un buen sistema para que estudiaras todos los días. Quizás ese ambiente de estudio —en casa y en el colegio— influyó en mí posteriormente, no lo sé.
Referente a la educación familiar, yo perdí a mi madre a los seis años de edad y esa ausencia me marcó toda mi vida. Mi hogar era típico cubano-español por las comidas, la música y las constantes visitas de familiares (españoles por parte paterna y cubanos por la materna). Mi padre estaba en casa en el desayuno, el almuerzo y la cena, el resto del día estaba en sus negocios, donde lo iba a ver a cada rato. No recuerdo un ambiente cultural-literario, salvo en las fiestas, sobre todo en los cumpleaños, donde siempre invitaban a un declamador que recitaba poemas de Martí o Buesa. Sí recuerdo que mis hermanas tenían cada una su pequeña biblioteca, como la mía, que era mínima y recuerdo, sobre todo, un Amadís de Gaula.
No obstante, había otro mundo y era el comercial: mi padre era mayorista y era propietario de un gran almacén de víveres con cinco o seis camiones (además de una bodega con una furgoneta de reparto y una panadería con tres carromatos con sus respectivos caballos repartiendo pan por todo el pueblo). El negocio se llamaba Compañía de Víveres Felipe Álvarez, S.A. aunque todo el público la conocía como La Reina (nombre de la bodega y de la panadería). Y, para mí, siempre fue un placer deambular, entrar y salir, por todos esos negocios. Lo mismo pasaba un rato en el mostrador de la bodega con su cantina y su gran nevera industrial, que iba al almacén para ver como llenaban los camiones con sacos de azúcar, de harina, de arroz o de frijoles y todo tipo de víveres como las cajas con latas en conservas para llevar esa mercancía a otros pueblos, cerca del nuestro. También iba a la panadería y siempre me comía un par de galletitas o terminaba sentado en la oficina donde varios empleados pasaban las facturas a mano y trabajaba el contable con unos libros enormes y pesados. Ese bullicio, ese frenesí del trabajo, la cordialidad que se vivía, que se palpaba, siempre me llamó la atención. Y no digamos cuando se organizaban grandes comilonas con oficinistas y camioneros, dependientes y cargadores de las mercancías, panaderos y comisionistas. ¡Todos juntos, con mi padre, comiendo, bebiendo cerveza y celebrando alguna fiesta patria o algún cumpleaños familiar!
Iglesia San Julián de Güines.
2) ¿Qué dificultades tuvo que enfrentar tu familia tras el asentamiento del régimen actual en 1959? ¿Podrías compartir algunas de las circunstancias que finalmente motivaron tu salida de Cuba?
Mi familia no tuvo ningún problema con el triunfo de la Revolución del 59. Recuerdo que el 1º de enero se desplegó una gran bandera cubana en el balcón de nuestra casa, pero según pasaron los meses, crecía la preocupación de mi padre —que era un comerciante próspero— por el rumbo radical que iba tomando el nuevo gobierno.
Respecto a mi salida de Cuba a mis doce años, el 23 de agosto de 1960, debo decir que salimos en familia (mi padre y mis dos hermanas con un sobrino) como turistas rumbo a Miami (donde otros años veraneábamos). Yo pensé que íbamos a estar unos días en el Hotel Sand (ubicado en Lincoln Road, esquina Collins Avenue), pero a finales de septiembre nos fuimos a Nueva York y desde allí a España, donde estuvimos unos largos siete meses y regresamos otra vez a Nueva York, de donde viajamos a Puerto Rico en abril de 1961. Después de Bahía de Cochinos, mi padre gestionó el asilo político para toda la familia. En pocos días, dejamos de ser turistas y comenzamos con la tragedia del exilio.
Imagen de Playa Girón (Bahía de Cochinos)
Debo decirte que mientras estuvimos de paso por Miami y Nueva York, España y Puerto Rico los negocios de mi padre no se vieron afectados por el torbellino estatalista. Todos seguían funcionando (el almacén, la bodega, la panadería, dos fincas y casas urbanas alquiladas), hasta que en ese año 1961 una Ley revolucionaria proclamó que todo ciudadano cubano que estuviese fuera del país y no regresase a los meses, le serían confiscadas todas sus propiedades. Así a mi padre, tras dos años de estar fuera Cuba, es que le expropiaron sus negocios y propiedades. No obstante, si nos hubiésemos quedado en Cuba, le hubiesen expropiado sus empresas en octubre de 1960 como le pasó a su hermano Fermín, dueño de la Bodega La Espiga de Oro (aunque también era almacenista, mayorista) y no pudo salir de Isla hasta 1967.
Con la intervención estatal de los negocios de mi padre, cerraron la bodega y el almacén y todos sus trabajadores pasaron a la agricultura. Solo quedó funcionando la panadería, que aún funciona como empresa estatal, aunque ahora producen un pan incomible.
3) Ahora que mencionas esa metamorfosis del pan, circunstancia que retrata fielmente el deterioro de tantas cosas en Cuba, me viene a la mente que algunos historiadores y sociólogos afirman que, en más de un sentido, la coexistencia de elementos disímiles: costumbrismo, carácter, cotidianidad, lengua, música, más las orientaciones tanto éticas como estéticas, aún las filosóficas, le dan al cubano una constitución cultural diversa muy peculiar. ¿Hasta qué punto estarías de acuerdo o no con esta hipótesis?
El cubano se diferencia poco —o muy poco— del ambiente cultural que caracteriza a un español o a un hispanoamericano, salvo la ausencia de libertades en la Isla y en todo el mundo hispano, nos une la lengua, que es nuestra grandeza y riqueza, a la vez.
Es posible que una multiplicidad de factores de todo tipo, confluyan en la forma de ser del cubano. El resultado actual es la meta de un proceso que comenzó hace siglos. No obstante, no creo en lo peculiar del cubano, salvo lo anecdótico. Más que un todo (único) que es un horror, hay muchas individualidades que se forjan en las respectivas trayectorias vividas. Por ejemplo: yo soy cubano, como también ya soy español, que es mi caso.
En realidad, hay muchas variantes. Además, creerse peculiar, exclusivo, roza lo pedante y muestra algo de ignorancia. Heidegger comentó que la “condición de apátrida será el destino universal”. Uno, con los años, tiende a desnacionalizarse. Lo cual es muy sano. Ya te digo, me siento cubano y español (a la vez), pero cada vez tiendo más a preferir ser ciudadano del mundo.
4) Me parece bien, y agrego que, contrario a la opinión de muchos, en Cuba hay de todo un poco. ¿Cuán temprano tuviste conciencia del marcado proceso de sincretismo a que estuviste expuesto en la isla? ¿En qué aspectos de ese desarrollo antropológico y cultural te sentiste cómodo y en cuáles no?
En Cuba, desde chiquitico, yo oía: «Del queso, el quesito/ del español, el españolito». También como toda mi familia paterna era asturiana (dos tíos y dos primos comerciantes) siempre escuchaba lo de “pinchón de gallego” que era decir “hijo de español”. Sin embargo, mi niñez en Cuba fue muy feliz, arropado por tíos y primos, un cubanito más, quizás con padre rico (lo cual no es malo, todo lo contrario), pero jamás me sentí fuera de lugar. Entre otras razones, porque había mucha población española o descendiente de emigrantes que fueron los que levantaron económicamente la República (del 1902 al 1958) y se les admiraba y quería a nivel popular. Otra cosa fue el odio social (de clases) que se desató contra los ricos, los propietarios, el comercio privado o la empresa libre. Ese disparate llevó al fin del capitalismo privado en Cuba (1960-1968) y sentó las bases del ya fracasado capitalismo de Estado actual.
Pero, en mi caso, no solo está mi niñez en Güines, que era una ciudad (40,000 habitantes en 1959) muy cerca de La Habana (a 45 km.) donde predominaba más lo urbano que lo rural, a pesar de tener dos ingenios importantes y estar cercado por más de 25,000 fincas productoras de viandas y frutas. Güines era llamada la huerta de La Habana. Es decir, crecí en un medio urbano cubano y viajaba con mucha frecuencia a la capital del país o a las playas Guanabo y Varadero (aunque también a la playa de Rosario, al sur de Güines).
Después, mis siete años en Puerto Rico (1961-1967) y mis cincuenta y cinco años residiendo en España (1967-2022), que confluyen en lo que soy: un cubano-boricua-español, pero que más bien se define como un ciudadano de la Humanidad.
Algo muy importante —y que no quiero dejar pasar— es que en mi etapa puertorriqueña tuve una militancia política (1964-1967) que me marcó toda la vida. Primero, en el Directorio Revolucionario Estudiantil (DRE), más tarde, en la Juventud Demócrata Cristiana (JDC) y, finalmente, en Vanguardia Social Cristiana (VSC) donde conocí y trabajé con otros jóvenes cristianos cubanos con un fervor y amor por Cuba que ha caracterizado, desde entonces, la trayectoria personal de muchos de aquellos jóvenes militantes.
El escritor peruano Alfredo Alencart, su esposa Jacqueline Alencar, QEP, y Felipe Lázaro,
En una terraza de «Plaza Mayor» en Salamanca.
Ya en España, también participé en otros proyectos político-culturales cubanos, como la revista Testimonio (1967-1969) que publicábamos un grupo de universitarios cubanos —de tendencia cristiana— en Madrid, hasta pertenecer al Consejo Editorial del Boletín Cubano Pro-Derechos Humanos que dirigía la Dra. Martha Frayde y la Revista Hispano Cubana. Igualmente, fui uno de los fundadores de la revista Encuentro de la Cultura Cubana. O sea, una trayectoria vital muy cubana, tanto en Puerto Rico como en España, lo cual continúo realizando al frente de la editorial Betania (fundada en 1987) tras estos treinta y cinco años de fecunda labor editora con más de seiscientos títulos publicados.
5) Tengo una sobrina viviendo en Madrid desde los 90. A menos de dos años de residencia allí, hablaba como una española. He escuchado tus entrevistas en video y me ha impactado el hecho de que todavía mantienes nuestro sabroso toque cubano al hablar. Lo he comentado con mis amigos y hemos compartido una orgullosa y genuina satisfacción al oírte. Nos parece que esa peculiaridad lingüística está íntimamente relacionada con tu labor de editor y curador de Betania. ¿Qué opinión tendrías de este feliz criterio de parte del exilio en Miami?
Créeme, no es forzado, hablo siempre igual. Pero, fíjate, siempre existen otros criterios o puntos de vista: cuando recibo familiares de Miami o de Puerto Rico, nada más vernos me dicen: “Oye, estás hablando como un gallego”. Así que creo que todo depende de quien escucha.
Quizás, mi asiduo contacto —o comunicación— con escritores e intelectuales cubanos (en estas tres décadas y media de labor editorial en Betania) me ha condicionado en mi forma de hablar. Es posible…Piensa que en Betania hemos publicados libros de más de doscientos autores cubanos (poetas y narradores, ensayistas y dramaturgos, profesores y críticos, etc.) y mi trato con estos escritores ha sido (y es) frecuente y continuo. Además, si sumas a esta labor editora, mi trayectoria político-cultural de los últimos años en España, verás que mi contacto con todo lo cubano ha sido cotidiano.
Portada de uno de los libros de la cosecha de Felipe, con el conocido estilo de la editorial Betania.
Aunque, quizá, en las décadas de los 80 y 90 hubo muchísima más actividad cultural cubana en España que en la actualidad (que la hay y mucha, aunque ahora es más digital). En esos años, irrumpió un boom cultural cubano donde casi todos los días se presentaba un libro de autor cubano, alguna exposición de un pintor cubano, un acto musical, cine o teatro cubano y no digamos las charlas o conferencias de temática cubana. Eran tardes y noches cubanas donde se terminaba en un restaurante cubiche o en algún bar bailando música cubana. ¡Qué tiempos aquellos!
Irrepetibles, mi estimado Felipe; sin embargo, todavía tienes mucho qué ofrecer y disfrutar en los años venideros. Te reitero mi profundo agradecimiento en esta aventura historiográfica que has compartido conmigo, y te auguro lo mejor de lo mejor en tus proyectos presentes y futuros. Un abrazo fraterno para ti desde Miami.
Nota final: para los lectores que deseen escudriñar el imaginario de este peculiar escritor y poeta cubano, recomiendo hacerle una visita al segmento «ENTREVISTA A FELIPE LÁZARO» publicado por Joaquín Gálvez en el Número 3 Año 1, marzo del 2022, de INSULARIS, revista de literatura, arte y pensamiento, de la cual es fundador y director en Miami.
© All rights reserved Héctor Manuel Gutiérrez.
Héctor Manuel Gutiérrez ha realizado trabajos de investigación periodística y contribuido con poemas, ensayos, cuentos y prosa poética para Latin Beat Magazine, Latino Stuff Review, Nagari, Poetas y Escritores Miami, Signum Nous,Suburbano, Eka Magazine, Insularis Magazine, Linden Lane Magazine y Nomenclatura, de la Universidad de Kentucky. Ha sido reportero independiente para los servicios de “Enfoque Nacional”, “Panorama Hispano,” “Latin American News Service” y “Latino USA” en la cadena difusora Radio Pública Nacional [NPR]. Cursó estudios de lenguas romances y música en City University of New York [CUNY]. Obtuvo su maestría en español y doctorado en filosofía y letras de la Universidad Internacional de la Florida [FIU]. Es miembro de National Collegiate Hispanic Honor Society [Sigma Delta Pi], Modern Language Association [MLA], y Florida Foreign Language Association [FFLA]. Creador de un sub-género literario que llama cuarentenas, es autor de los libros CUARENTENAS, Authorhouse, marzo de 2011, CUARENTENAS: SEGUNDA EDICIÓN, agosto de 2015, CUANDO EL VIENTO ES AMIGO, iUniverse, abril del 2019, DOSSIER HOMENAJE A LILLIAM MORO, Editorial Dos Islas, 2020 y DE AUTORÍA: ENSAYOS AL REVERSO, Editorial Dos Islas, 2022. Les da los toques finales a dos próximos libros, ENCUENTROS A LA CARTA: ENTREVISTAS EN CIERNES y LA UTOPÍA INTERIOR, estudio analítico de la ensayística de Ernesto Sábato.