“Hay personas que necesitan del fracaso para funcionar en la vida” dijo el periodista radial refiriéndose al acaecido en el gobierno argentino. Esta frase se quedó conmigo por días, preguntándome sobre qué lugar ocupa este sentimiento en nuestras vidas.
A los pocos días me encontré con una gran amiga que llorando me dice que volvió a naufragar en el ámbito romántico, y me cuenta que, inconscientemente, siempre supo que aquella relación no funcionaría. Aquella frase del periodista me vino automáticamente a la cabeza e hizo mucho ruido en mi interior: ¿Por qué en ciertas áreas de nuestras vidas se instala el fracaso?, ¿será que el mismo es necesario para tapar los miedos del cambio profundo?, ¿será que a veces lo requerimos para sentirnos mejor?
El fracaso se nos aparece de manera estoica, y es que desde pequeños se nos muestra como un sacrificio imprescindible para el éxito. Socialmente, nos romantizan ese sentimiento; escuchamos frases como “el fracaso nos hace más fuertes; nos hace darnos cuenta de lo que tenemos, nos cambia la vida”. Si bien el fracaso es parte del vivir y de ser vulnerables, ¿por qué muchas veces necesitamos de él, consciente o inconscientemente, para “triunfar”? ¿Será que el triunfo es más sacrificado?
“El único fracaso está en el abandono” dice Jorge Sinay en su libro La felicidad como elección en donde hace referencia al médico y humanista Viktor Frankl quien afirma que “vivir es responder con responsabilidad, teniendo a la felicidad como consecuencia.”
Fracasar se define como frustración, como la renuncia de un sueño. Triunfar, opuestamente, es alcanzar lo anhelado… vencer el miedo. De cierta manera el fracaso conlleva destrucción, y el éxito construcción. Construir implica trabajar, esforzarse, armar. Distintamente, el fracaso nos abre la puerta a tirar todo por la borda, y volver a empezar. Si bien es catalítico, liberador y trae orden en muchas oportunidades, también nos permite “tirar la toalla” y ser vistos como héroes o víctimas de las garras del destino. Por otro lado, el éxito, una vez alcanzado, es más tedioso. ¿La razón? : hay que sostenerlo por todos los medios.
¿Será entonces que la búsqueda inconsciente y repetitiva del fracaso en cierta forma nos libera de encontrarnos con la larga tarea de poder alcanzar los deseos más profundos? ¿Es una manera de responder a la vida que nos exime de la búsqueda en la toma de decisiones que implique un compromiso con nuestra propia felicidad?
Me quedo con las palabras de Sinay basadas en las de Alan Wilson Watts, un filósofo británico que decía “Aferrarse a la vida por temor a la muerte, obsesionarse con el placer por miedo al dolor, hacerse adicto al dinero por pánico a la pobreza e inyectarse continuamente juventud para alejar la vejez… es una manera “eficaz” de andar descuartizado por el mundo”.
María Inés Marino es argentina, radica en USA desde 2008 tiene una maestría en periodismo por la FIU