Sionismo
para portar el gen cultural ––
¡O el muy brillante destino del elegido!
El niño hace rebotar una pelota que cae al barro
al otro lado de la alambrada;
las pisadas son paradójicas en un campo minado.
Su corazón late de prisa como un detector de metales,
lentamente, la pelota amarilla rueda hasta detenerse.
Propuesta: para avanzar en un territorio ancestral,
o retornar a la tierra blanda y familiar,
un viaje de tranco inverso. Su ojo
contrae la tierra a desierto.
Vuelves a la estupa, anualmente,
a buscar tu regreso. Deseas
volver como un ciervo del bosque, pero
ese ciervo se ha extinguido. La estupa es una roca
en la que tus sueños sucumben,
cada año, –– devuelves eso que
no tienes. Mientras tanto, en el
Occidente, bajo cielos rugosos y debajo de unos
cien capiteles ya no soñados
la feligresía baja súbitamente;
cada piedra, quieta, en un espacio
hueco dentro de un espacio cavado debajo.
Las piedras acumuladas. El suelo
nivelado y barrido. El primer cubículo
construido con paredes de cuatro ventanas,
una puerta abierta. Un hombre
sobre un peldaño de cara al mar. La Civilización
abierta para negocios. Pronto, el mármol
se elaboraría blando y cuadrado. La Idea
se mantiene inconmovible. La curiosidad
estimulaba el comercio, mientras que otros vendrían
conquistaron y luego se marcharon.
Ese primer paso que nunca se olvida se convirtió en
un trono –– el asiento de la historia.
“Con lo digital, no hay pasado”,
dice Jean-Luc Godard. De cualquier manera,
el botón es redundante. La Voz de Mando
es pensamiento –– el miedo profundo y sin futuro
como la historia, el deseo que apacigua que
se queda sin rasgos, no el tiempo desorganizado
lo que realmente es, tanto como una parte importante del
aliento de las estrellas como constancia de la roca.
La Sra. Heladería Móvil entreteje
su melodía dentro y fuera de los suburbios, una
caravana en busca de una ruta de comercio ––
a través de la aldea que nunca existió.
¿Cómo es posible que la isla flotante
se separe del horizonte en sueños? ––
su primera aparición, etérea,
pero de este mundo, una rueda suelta
del trinquete del mundo, fuera del tiempo,
montado encima de ella y habitada por
gente alucinada con un determinado
pensamiento teorémico; imponderables sublimes
por los cuales se accede a esta isla por la puerta
emplazada debajo mientras navegas sumergido.
Islas, un sueño de torres redondas!
la prisa repentina del agua bajo las carenas.
Asaltantes mediocres están al acecho.
Los dientes castañetean en el sueño, sueños pesados
con la emboscada. Los pedidos interceptados,
cifrados al estilo de la casa.
El literato es rastreado a través de
el ISBN hasta la tierra de nadie ––
el verbo robótico activado, es enviado
bajo una metáfora mordaz que se despliega
donde los árboles una vez estuvieron como
camuflaje. Las señales de su
búnker en el cerro son una turbina eólica. Las acusaciones
se derrumbaron en la noche. Durante meses él
escuchó un martilleo suave, mimético;
ellos fracasaron. No pudieron hacer recular el
tiempo en su tierra elegida.
El tiempo pasa – esa presión en
el espacio nuevamente, el regreso de los banales
jugueteando con el generador de energía ––
tanto trabajo sublime –– tendiendo trampas
a la oscuridad. El tiempo pasa ––
zarpas curvan y se enganchan –– cómo
la boca se sofoca con ceniza. Los pies se arrastran
mortecinos bajo las mazmorras. El tiempo pasa ––
esa presión en el espacio una vez más –– una
nueva proclamación de la Ciudad Semiótica ––
este domo a la medida y
la luz del acuario, pulsando: a partir de ahora,
ninguna esquina que encubrir – ninguna zona
cedida a la sorpresa para cruzar de un salto.
Enorme, nuestra indiferencia se pone en cuclillas sin levadura
como el miedo, la sangre se contiene
dentro del metraje de las noticias. Los arqueólogos
evitan cavar en los desiertos debido a
las minas terrestres. Los camellos esperan que las dunas
se amontonen en crestas de arena –– revolotean las banderas azules
de vuelta al Fuerte Apache sobre
los camiones blancos y briosos (lo que se percibe
es el aroma del café). Un niño con un pie menos
pasa cojeando, va en busca de gangas,
una vida contra viento y marea –– humo a la deriva
sobre Manhattan, al otro lado del río Hudson
como la de una fogata de beduinos.
Circuito, en sentido derecho,
homenaje al sol –– como lo hicieron los antiguos
Celtas, los Escitas, también – anfitriones
de los Milesios en su última etapa hacia
Irlanda, como los primeros náufragos celtas ––
cuya tierra patria fue el Mar Negro,
la mano derecha hacia el centro;
y los memoraron en círculos de piedras.
¿Pero, homenajear al sol
pilar andante de fuego, con el infierno por corona?
La respiración del mundo y el misterio
termina aquí, en las entrañas de la tierra engullidos, dispersados
y enrojecidos de costa a costa.
Si las calles tuvieran adoquines
la sangre correría en harapos –– banderas
desgarradas para una revolución perdida. Calles
que suavemente se inclinan para drenar. El corte profundo,
y la sangre se despabila de su negrura,
aplastada como las bayas en las hendeduras
de un vagón, exuda su aceite
del féretro corporal –– hasta que la carne se convierte en
porcelana, la superficie ideal para la luna,
el hielo, el cielo de cristal biselado para esplender;
en los silencios profundos, como el abedul en la
oscuridad con bayoneta –– y las hojas por último
se asemejen a los billetes apilados
bajo la luz de la lámpara de turbina.
Un dibujante de Obras Públicas
pasó treinta años diseñando el Sistema de
Alcantarillado Reticular de la Ciudad
por el que él eventualmente anhelaba escapar ––
¡una obra maestra! Un perro de la pradera habría
estado orgulloso de aquello. Complejo de
cagaderas acentuadas, ángulos, descensos, compuertas,
bombas, zanjas, un sinfín de
arcos indoblegables, estanques de tratamiento entrando
a la luz del sol –– los arquitectos de Atenas
habrían estado orgullosos de eso.
Sólo en el papel –– ¡sin levantar una llana!
millas y millas y millas de lo mismo.
Pirra, tu pelo amarillo, cubierto de rocío,
fragante, doblemente coronado
de jazmín, recién sacado del enrejado
esta mañana –– tu nuevo amante aún no
ha llegado, sin aliento. Tus rabietas
son las tormentas del mar, que descorazonan
a ese viajero desprevenido –– tal vez
como sobreviviente, yo debo advertirle
sobre tu borrascosa lujuria, el no encontrará
refugio seguro en tus brazos! Esta nota
es evidencia suficiente –– de lo que he puesto por escrito
en contra de tu abrazo lúbrico.
Véase: la oda de Horacio, “Pirra”. I, v
Las llamas encima de la pared,
un show privado para los dioses, la ciudad
ardió durante tres días, en la noche, el humo
calentaba las estrellas. Los bosques lindantes
se movían con escudos –– el chirrido del mochuelo,
el aliento impaciente de un caballo –– el halcón
revolotea bajo un gallardete de la luna.
En el alba gris los hombres volvieron al norte.
Los druidas tallaron estos sucesos
en los troncos que conducen a la revelación del bosque
más profundo –– al silencio, al hechizo;
al Dios que se encuentra dentro de la piedra.
Una vez que la cuna de la civilización ––
ahora un crisol, una tormenta de arena de los tanques,
una batería de lanzacohetes
cada uno brilla como una estrella guía
se abalanza de golpe contra su lugar de nacimiento, los demonios de arena
saltan como derviches, las extremidades bailan la danza de la muerte,
los caballos se abaten a sí mismos ––
se destripan como un fuelle agotado.
Un mendigo (en harapos innominados) clama
a gritos o maldice a
la noche del desierto que es el refugio predilecto de los santos;
La Cruz y la Media Luna escupen fuego.
Cuarenta mil toneladas. Polvo
espacial, diamantes y zafiros, rebanadas
de luz, se recogen cada año en la tierra.
El polvo comparte el pan en nuestro planeta demasiado
polvoriento; en nuestro planeta dos veces polvoriento;
en nuestro planeta excesivamente polvoriento
a disposición del viento; el polvo
desmorona los glaciares. Desiertos desgarrados por la
las tormentas de arena devuelven las carcomas de dinosaurio,
carreteras que liberan polvo de neumáticos, vuestra
casa una cápsula del tiempo –– nuestra tierra inclinada
polvo abajo resignada a la decadencia.
Una luna giallo antico enmarcada
dentro de ruinas agrietadas. El país se encogió
en los bordes, como una tarjeta postal sucia.
Los álamos, son palos quebrados de pino,
cipreses. Plataneros polvorientos en carne viva
por tanques corroídos en la plaza del
mercado. Dos ambulancias dejadas de lado en
Kabul. Las montañas nevadas de la República
de Georgia [son un telón de fondo para algún
desolado campo de fútbol]. Unos hombres magros,
que portan lanzacohetes en sus hombros pasan,
sonrientes, hacia el lago escarchado.
‘La quiebra de las Naciones’
un caballo tose, como la historia lamenta
su propia muerte. ¿Qué fantasmas
incitan a estos disturbios? La memoria está muerta,
las banderas y las pancartas se diluyen
en las calzadas. El Oriente
es relicario; astillas de hueso y metralla
mezclada a diario. ¿Qué fantasmas
incitan a estos disturbios? La barbarie se cierne sobre
el triunfo de la inmediatez, la salida final
desde el Jardín del Edén, hace unos momentos
cargado de bombas, al canto del gallo.
Una línea lleva a un punto final
a dar un paseo, dijo Klee. Una línea
recta es el acto supremo de crueldad;
es la intención, sin tregua, la emboscada
y el juicio final; Alpha
y Omega, el principio y el fin,
(bala a la víctima), la ficha técnica,
un escuadrón de líneas;
los estratos del habla, una geología
del sonido, la hoja inclinada del horizonte
que ensangrienta al sol; es la gravedad
comprimida y la parábola que hace un disco,
es planicie de vida que parte hacia la nada ––
una lanza arrojada en una llanura al ponerse el sol.
Edificios fuera de la capa de la corteza,
hombros inclinados –– se apoyan, en contra del
cielo en el chiflado telón de fondo surrealista,
la bruma expresionista es un impacto entre
los escombros y los cascos moteados de seguridad
iluminados por una lámpara –– un motor siega a un infante,
afortunadamente, cadavérico, pero afligido; el polvo
aglomera cuevas repentinas a través de un
décimo piso aplastado a tierra, astroso,
enjaulado en hormigón armado. Las placas tectónicas
bloquean un instante los tambores de freno en la
la escala de Richter. Taiwán se desliza en el diente de un engranaje.
La generalización del Viejo Mundo
atrapada en la presteza del avión. ¡Mira hacia arriba!
El sonido suscita una memoria posterior.
Arrastrar el fracaso es violencia; ¡Oh vosotros,
que sufrís el destierro, la nutrición
atascada. Penuria est. La chusma es
ordinaria, una cosa aparte, el chacal
en recreo jugueteando con los diamantes del mundo,
su baba esplendente. La risa desparramada,
reducida a barro. De dónde
el bamboleo y el arco, el rugido de la sangre creció
hizo vibrar al primer paso –– antes de
la palabra, el viento en la palabra;
fue una arenga. En el principio.
Los directores corporativos en sus castillos hacen una cascada
de dinero en efectivo, silenciosos como un virus cibernético ––
lo invisible esconde causa y efecto,
la captación de acciones, mercadas en Japón a través de
Bielorrusia en cada patio trasero, donde
cae la sombra de una ciudad como una amenaza que se
cierne sobre el último cañón de la chimenea muerta,
ni siquiera la luna puede vaciar su
orinal de desechos de color amarillo y plata
que se desparrama en callejones que crepitan
con jeringas de plástico, condones usados,
trazas de sangre, que emponzoñan
el páramo de las autopistas y los rascacielos
Oh, los muertos resucitan en los ascensores cada noche
así como los fariseos irrumpieron en el templo.
¿Huellas para satélites?
Un viejo juego. Los mayas lo conocían;
configuraciones geográficas camufladas, mapas
de estrellas, bestiarios airosos, águila, llama,
laderas de montañas con lomo de bestia, de color blanco
Vía Láctea cubierta de guijarros blancos, una pasarela
ancestral. Mira hacia abajo o hacia arriba,
hacia atrás o hacia adelante. Extrañamente,
rotando nuestras opciones, ponderando probabilidades;
atrapado en el ciberespacio erizado
o en una cámara con ménsula de piedra.
De cualquier manera, te mareas.
Una vez es como siempre fue, siempre será:
Los Dioses salen a caminar por un sendero de estrellas.
¿Es el recuerdo ver de nuevo,
trozos antiguos, reorganizados, aparentemente?
Dejar ir de la nada lo sugiere ––
(como) el aire acondicionado, el zumbido del computador.
Esperando por nada. Ómfalos;
centro del mundo, nadir de la mente, siendo el punto
sobre el cual gira todo.
Persecución de papel de Dios. Ómfalos,
mente umbilical. Piedra hundida
al fondo del lago es la memoria,
encarnación. Salto de la mente antes de que el
instinto viera la eclipse oscura. El escudo del cielo.
Con su tachón de luna. A través de embalses ctónicos
el horizonte, apartado bruscamente.
Así ‘la Calva’ más dramática de la Tierra
(agujero de ozono) se ha reducido
a 15 millones de kilómetros cuadrados más sobre
la Antártida desde octubre de 2002. La contracción,
Big Time. Un año de lectura en
la reducción de los CFC no marca tendencia.
¿Es esta la hora feliz? ¿Menos recalcitrantes
con gas lacrimógeno? gel capilar en lugar de pelo
con laca. Vientos asmáticos rastrillan guijarros
en los valles secos del Ártico. Presidentes
y dictadores se enfrentan. Puritanismo
v tribalismo. El Día del Juicio Final es un
asunto sindical. La vida es buena.
Yo quise extender mi mano hasta
el costado de la montaña.
Los romanos esperaban, los judíos morían.
Erigieron un altar de sacrificios,
tal como Abraham hizo con su Dios.
Una pequeña caverna, socavada en
la base de Massada. Mejor la muerte que
rendirse –– un acto de valentía
para vivir en contra de las probabilidades. Día
a día el peligro se renueva, el castigo
no disminuye ni se larga.
Para cada edad una nueva generación,
mayores armas para sondear el vacío.
Tus senos en el espejo,
naturaleza muerta de calabazas. Escudos tachonados.
La habitación de paredes blancas descascaradas,
flanqueada con contraventanas de madera abiertas
sobre el muelle de un pequeño puerto
el restaurador echó casualmente
la basura al Mediterráneo.
Una noche de espinas de pescado, colillas de cigarrillos,
bamboleada en una mancha oleaginosa. El Occidente,
en sombra, Antinoo anclado frente
al cabo, el motor fuera de borda silenciado,
dinamita explotando como un pulpo
bajo un banco de peces sumergidos.
La isla de Alcatraz no las ruinas minoicas.
La niebla mañanera cuelga su jardín
en el puente Golden Gate. Se vislumbran hombres
en la niebla espesa. ¿Niebla o cuerno de carnero?
Buques portacontenedores –– barcaza de guerra,
pasa por debajo con otra carga de
coches japoneses para deleitarse en las
autopistas. ‘Los heterosexuales son
codiciados’ dijiste. (O al menos eso
oí por casualidad). Siete meses bajo
tu techo en tu cama. Nunca llegué
a Texas –– Nunca visité la ruta 66.
Abandonado en mi isla, en lo profundo de
ese encierro solitario y lujurioso.
¿Qué llevan las palabras a la mente
edificios de paredes planas, muralla de acantilado, cataratas?
Cada emoción a su respectiva
estación y el clima. Edad significa era,
época, cada transformación física
que (nuestro) cuerpo lleva a cabo. Viaje
desde el pie hasta la impresión fósil, el único
aliento, vaho a relente.
Sombras de sangre un denso valle;
edificios descuidados, un viejo aserradero;
la sangre se adelgaza a icor de dioses. Me acerco
a ti como a un autocine. Evocación de
lo que nos falta, nos enrollamos en su bobina.
Puente con respaldo serpenteado perfila:
la ciudad, con tonos caliza, desplegado como una
galería de tiro. Desde Green
Point (redes fantasmales para cazar submarinos hasta Georges
Head) una V de gaviotas rápidamente ciñendo
la bahía; su superficie apretada,
alboroto.gris. Grano del viento. Yates
a la deriva, el golpe de las velas. Transbordadores a Manly,
el francobordo (verde amarillento) se desliza
entre las boyas salero de color blanco.
Problemas en el Paraíso? ¡Nunca!
Trueno primaveral no es ningún coche bomba.
Un cuadrante del cielo gira,
boca arriba, negro como el as de espadas.
Tanto como un Dios puede manipular
murmurando con la comisura de su boca.
Motas de estrellas, baba de nova. La rabia del
vacío se derrama, para fastidiar
interminablemente. Mirando hacia atrás
cualquier comienzo. Todo el tinglado
avanza hacia adelante, más allá de nuestros
mejores esfuerzos. Vivimos bajo un Niagra
de cascada de estrella, enormes ópticas dilatan el tiempo,
negritud como el terciopelo que se desliza sobre
el cromo. Sonidos de la nada
ensartados en una camiseta de luces.
Barril del sol, fieltro de arma,
plagada de nubes, se aplaca el resplandor
napoleónico. El sol es soldado
y héroe, después de todo; siempre en guardia
para trazar la última pose, perfilando
sus rayos a través del paisaje agradecido.
Montañas harapientas se yerguen para encontrarlo,
las llanuras inflan sus pechos, el mar
un carnaval de luz, los bloques de hielo
se erizan, los glaciares gruñen. El tiempo gira
en una moneda. El horizonte sacude su
colchoneta sucia sobre el paisaje urbano,
sobre el vidrio y las conspiraciones del hormigón ––
las autopistas queman sus fusibles en las noctepistas.
El cielo restregado exhibe una
primera mano de blanco que es realmente
deslucida, el calor del mediodía. Los pájaros
cambian por turnos. Las cosas se asientan.
Las sombras caen debajo de los aleros, nivel
a nivel. Melaleuca es una tormenta de nieve
de florescencias en un patio trasero.
Los aviones llegan de aquí y de allá;
los turistas, los heridos
y los muertos, los intercambiables
destinos de hoy. Un club nocturno explota
en un paraíso tropical. En la
estela encima de la estratosfera,
el miedo se desplaza alrededor del globo
como polen mortal.
El día combustible como un
club nocturno. Obras de destrucción
en grande, gestos rotundos. Una
explosión no es un redescubrimiento, es
volver sin guía a la
profunda torca de donde
emanan las risotadas del infierno. Una
succión hacia la nada; vacío
detrás de las máscaras gemelas de
luz y oscuridad. No repetición
sino continuidad. Pre-inicios.
Un punto preciso de la muerte
muerte en sí, no infinito sino
infinidad, el espectro del dolor.
La compresión de las abejas,
en forma de matorral, en circuitos cerrados de protones,
en un colchón de aire. Primavera!
Veo el medidor, su brillante tictac
con su extensión a prueba de fallos. ¿Quién lo puso
allí? este cilíndrico paquete conciso,
cables verdes y rojos que se extienden a
terminales ocultos –– Miro los números
titilar, el aire colmándose de calor
este objeto listo para detonar sin advertencia alguna,
un estallido, flash
de verde fílmico y la floración
demasiado rápida para aferrarla cuando salimos de nuestros
edificios a la carrera para verla.
El perfume hace visible al aire,
estacional; el otoño pone su largo
andamio de sombra bajo del humo de la
leña; el invierno huele a albañilería
húmeda; la primavera alza el tapón de
los olores suaves –– es algo
entre los quitamanchas o el jardín.
Sólo a altas horas de la noche son develados
los verdaderos secretos y los olores; el verano
los refuerza. El aroma es un mapa de un
antiguo viaje. Los poemas impresos constituyen
un sello de cada temporada
su mensaje es entregado y leído.
© All rights reserved Stephen Oliver
Stephen Oliver Lived in Australia for 20 years. Now NZ. His most recent book, Intercolonial, Puriri Press, Auckland, NZ (2013). A transtasman epic. Creative non-fiction and poems appear regularly in Antipodes: A Global Journal of Australian and New Zealand Literature. His work has been translated into German, Spanish, Chinese, Dutch and Russian. Forthcoming: poetry in Ghost Fishing: An Eco-Justice Poetry Anthology, edited by Melissa Tuckey, University of Georgia Press, 2016.