“¿Para qué me servirá leer poesía si yo no quiero ser escritor?”, me dijo alguna vez uno de mi alumnos que seguro estaba en Comunicación o Antropología. “Para que no andes por ahí preguntando tanta pendejada”. Posiblemente mi respuesta no fue la idónea, pero estoy seguro que sí fue la mejor.
Más que un género literario, la poesía es parte de nuestra propia vida. Cuando se lee en voz alta (¿hay otra manera de leerla?), la poesía nos lleva a conocer lo que nuestros antepasados sentían alrededor de la hoguera, hace miles de años, cuando “el hablador”, quien poseía la palabra de la tribu, empezaba a labrar mundos a través de la música en la palabra. Por medio del verso podemos nombrar al tiempo. Más aún: por medio del verso podemos nombrar al silencio atrapado, desde un principio, en el tiempo.
La poesía es la vida, me dijo Iván Oñate, ese extraordinario poeta ecuatoriano que vino a saborear, palpar y llevarse algunos dejos de la tierra de José Alfredo. El poeta, a diferencia del escritor, vive como poeta. El poeta tiene que vivir como poeta. De otra manera no podría sembrar alas en sus palabras.
La generosidad en los ojos, percibir la misericordia en la podredumbre diaria, hermanarse con el mundo cada vez que se refugia en el deseo de unos labios, esa es la vida del poeta. Por eso existen poetas que en todos sus años de existencia apenas han delineado algunas rimas y, en cambio, hay tanto encumbrado, con premios y versos perfectos, que dominan el ritmo y su rostro aparece en los estantes de las librerías, que por más libros escritos nunca serán poetas. Más bien se trata de imbéciles que se dicen poetas y conocen de técnica y han leído y hasta posgrados tienen. La poesía puede rechazar muchas cosas, pero en primer lugar rechaza la mamonería que sólo demuestra el grado de pendejez del portador.
Saludar a la madrugada junto a Iván Oñate me recordó esa necesidad de los poetas de vivir la poesía, de poetizar la vida. Un día después, tuve la fortuna de volver a charlar con Javier Sicilia, luego de un sombrío año. “Debemos ser fieles a lo que hemos amado”, me dijo mientras compartíamos el viaje por el tiempo marchito. Fue como escucharlo en clase, en la cafetería de la UAEM, en donde nos explicaba que el mundo es tan real como un libro. Javier, el hombre, el amigo, el maestro. Javier, el poeta.
Al igual que con Iván, prometimos con Javier volver a vernos. Hablar de la poesía, de la vida que es la poesía. De ambos me guardo sus palabras en el bolsillo izquierdo del saco. Junto a lo que se ama y se admira. Espero andar más ligero, reconocerme en sus palabras, leer poseía, saborear el desamparo de las horas yermas aunque sean sangrantes.
Borges escribió:
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto
El que acaricia a un animal dormido
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho
[…] Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.
El poema se titula “Los justos”. Siempre la justicia, la paz, el abandono en las caricias. Siempre la mujer, la poesía, el viejo día muriendo… las golondrinas.
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XALBADOR GARCÍA (Cuernavaca, México, 1982) es Licenciado en Letras por la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM) y Maestro y Doctor en Literatura Hispanoamericana por El Colegio de San Luis (Colsan).
Es autor de Paredón Nocturno (UAEM, 2004) y La isla de Ulises (Porrúa, 2014), y coautor de El complot anticanónico. Ensayos sobre Rafael Bernal (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2015). Ha publicado las ediciones críticas de El campeón, de Antonio M. Abad (Instituto Cervantes, 2013); Los raros. 1896, de Rubén Darío (Colsan, 2013) y La bohemia de la muerte, de Julio Sesto (Colsan, 2015).
Realizó estancias de investigación en la Universidad de Texas, en Austin, Estados Unidos, y en la Universidad del Ateneo, en Manila, Filipinas, en la que también se desempeñó como catedrático. En 2009 fue becado por el Fondo Estatal pJara la CulturPoesía, ensayo y narrativa suya han aparecido en diversas revistas del mundo, como Letras Libres (México), La estafeta del viento (España), Cuaderno Rojo Estelar (Estados Unidos), Conseup (Ecuador) y Perro Berde (Filipinas). Fue editor de la revista generacional Los perros del alba y su columna cultural “Vientre de Cabra”, apareció en el diario La Jornada Morelos por diez años.
Actualmente es colaborador del Instituto Cervantes de España, en su filial de Manila y mantiene el blog: vientre de cabra.