Playa boca arriba
La playa inicia en la punta de tus senos, se derrama.
Esos niños que juegan a ser olas
brillaron antes en tu vientre.
De esas olas he nacido,
con esos juegos me alimento,
en ese mar me abismo,
en ese calor distante cruje la luna solitaria,
me calcino.
Sacudes al mundo con la yema de tus dedos,
tu mano fantasma resplandece:
todos estamos afilando sueños
para arrancarle las escamas a la noche
y que la oscuridad no se encarne en nuestros ojos.
La vida abierta de las aguas se estira, toca tus pies,
se atora en mis branquias sin memoria.
Sólo las arenas recuerdan nuestros nombres, ya borrados,
sin promesas que dupliquen la marea:
sus palabras crecientes nos envuelven, nos desnudan.
Una aguamala amanece prendida en mi garganta.
Lo que aún queda de tu cuerpo, sale de mis poros.
Es mi llanto la piel que te repite en las orillas,
terquedad luminosa, espuma, despedida,
sol derrotado que se eclipsa
con la luz rabiosa entre los dientes.
Esa bahía ahorca mis besos.
Ya no hay labio que pueda resistir este camino.
Las caricias flotan boca arriba,
brincan los muros de agua:
¿Y si te pido que te quedes?
¿Que otros mares nos aguardan en las nubes?
Sólo eres mía en esta playa
que se ahuyenta,
que se vuelca,
que teje y desteje la mirada,
aunque no vuelvas.
Eres mujer sin inicio ni instrucciones
y yo, con mi torpeza,
sigo buscándote,
aunque ya estés entre mis brazos.
A falta de poesía, el poeta
Me falta cuerpo para tantas sombras.
Me falta boca para tantas voces.
La luna se sumerge en mi garganta,
me sobrecoge: a la noche fallida, pido cielo
para la trayectoria única y sin odio
del insecto que se estrella contra el foco.
Esa luz que deserta, cansada del poema y su mentira,
mañana volverá, ebria de sí misma y sus muslos afilados.
Y yo, ebrio también del mensaje en la botella,
me aventaré de nuevo al mar,
antes de que el amor se enfríe
en la grasa de mi ombligo insomne.
Entre mares
Ahora que se ha caído el horizonte, lo confieso:
Hice mía tu palabra y tejí con ella
una fina red de olas.
Ahora que se ha caído el horizonte,
salgo con mi red al hombro
y la cuelgo entre dos cactus.
El desierto se desborda,
brinca, se llena de peces.
Ahora que somos más horizonte,
todo lo que había en mí,
parecido a una frontera,
se ha vuelto invitación al viaje.
© All rights reserved Rubén Manuel Rivera Calderón
Rubén Manuel Rivera Calderón. Lic. en Letras Hispánicas por la UAM-I y Medalla al Mérito Académico (1997). Obtuvo en tres ocasiones el Premio Peninsular de Poesía “José Alán Gorosave” (1988, 1997 y 1998); recibió el Premio Estatal de Poesía Joven “La Paz 1992”; ganó los Juegos Florales “Margarito Sández Villarino, San José, 2000”, y en mayo de 2004, el Premio Estatal de Poesía “Ciudad de La Paz”. Publicó Torera de las aguas (UABCS-SEP, 1996), Marina. Viaje por un cuerpo en ocho cantos (UABCS, Praxis y Cuarto Creciente, 2004), La Casa de Cortés (ISC, 2004), Poemas sueltos (El celta miserable, 2009) y Tal vez un Himno (ISC/CONACULTA, 2010).