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Marzo 2015

PITOL Y LA FUERZA DE LA PALABRA. Marco Antonio Cerdio Roussell

Sergio Pitol

Me encuentro en algún momento de la primera mitad de la primera década del milenio. Asisto al Coloquio Internacional Cervantino en la ciudad de Guanajuato, gracias a los auspicios de la universidad local. Son los días en que Eulalio Ferrer Rodríguez y su Fundación Cervantina de México logran convocar desde los más remotos puntos del globo, autores y personajes de la vida pública con el fin de discutir y celebrar la figura de Cervantes y su polifacética obra. Si mi mente no me traiciona ya pasó el evento protocolario y esperamos – impacientes, ilusionados, ávidos- tanto el vino y los bocadillos como la oportunidad de ver alguna de las figuras convocadas, éstas no sabemos que tanto atendidas, que tanto apresadas por el protocolo oficial y las comitivas estatales. Veo como se acercan dos chicas a un individuo delgado de cabello entrecano tirando a blanco que me da la espalda. Luego se colocan frente a mí – intento captar los detalles, esa fugacidad que siempre nos deja vacío- y mientras una persona a mi lado les toma una fotografía (todavía no se presenta el fenómeno de las selfies, todavía hay algo de aparatoso y ritual en la toma de la fotografía) reconozco en el individuo delgado y sonriente de suéter azul a Sergio Pitol Domeneghi.

El problema con autores como Pitol es que aunque no los conozcas, el toparte con el ser humano más allá de la obra siempre resulta una empresa azarosa. No sabemos nada de él: sólo conocemos la obra y a veces está no nos dice nada del personaje público. En la construcción de esta percepción del autor como alguien próximo mucho ayudan otros escritores: a Pitol primero lo conozco por reseñas en la prensa, luego por una crónica de Juan Villoro (¿En Los once de la tribu?) y por algunos cuentos. Lo veré ahí feliz y sonriente entre las estudiantes. Lo veré más tarde charlando con Guillermo Sheridan. Esa era la atmósfera de los Coloquios Cervantinos cuando la presencia de Eulalio Ferrer les daba esa sensación de urgencia, de acto de supervivencia de la razón estética y el humanismo en medio de su negación más absoluta.

Encuentro la memoria de ese evento. Precisamente fue el XVI Coloquio Internacional Cervantino en mayo de 2005. Se celebraban los cuatrocientos años del Quijote y como si de premonición se tratará, ese año Pitol recibiría el Premio Cervantes de Literatura. Cual flashback recuerdo de un pasaje de El arte de la fuga, ese trabajo misceláneo donde Pitol se recuerda a sí mismo y a su tiempo. En él, el autor refiere las condiciones que lo impulsaron a viajar a Europa y cómo su viaje marítimo coincidió con la crisis de la división de Berlín y la construcción del Muro. En todo el relato, Pitol se descubre evadiendo los eventos históricos, llegando demasiado tarde o yéndose muy pronto para que éstos lo afecten directamente. Sin embargo, en todo el texto va decantándose por la superioridad de la lengua literaria para sobreponerse a las vicisitudes de la historia, los grandes eventos y las pequeñas miserias de lo cotidiano. Luego, al recordar su cuento Nocturno de Bujara, pero en realidad pensando que estoy encontrado una constante en esa parte de su obra que conozco, reconozco una lucha sorda, si ustedes quieren suspendida, entre las vivencias del escritor diplomático y las apetencias de su imaginación creadora. Cómo si la realidad de Pitol, esas esperas en el aeropuerto, esos recorridos a pie por ciudades que muchos sólo conocemos por la literatura, no pudiera competir con esa serie de monumentos de la palabra y exigieran construir un poco más, otro relato, un cuento o un ensayo (digo por decir algo) que demandará su auxilio a la imaginación y permitiera regresar a ese espacio geográfico, cotidiano y monótono, la magia con que otros escritores le adornaron. Ya se trate de Praga, Kiev, Samarcanda, Venecia o la ciudad de México, el espacio geográfico le exige al autor otro lenguaje, un esfuerzo compensatorio de la chatura de lo cotidiano.

Vuelvo al hombre que se está tomando la foto con las dos chicas diez años atrás. Los flashazos de las cámaras, los reflectores, su reflejo en las copas de vino. El intento de retener ese momento se me revela infructuoso. Vuelvo al Nocturno y pienso como el narrador trata con verdadero esfuerzo alcanzar una visión lo menos fragmentaria posible de las bodas tradicionales de Bujara. Paradójicamente esa sensación de integridad la logra al intercalar el otro relato de la pintora enloquecida. Pitol estaba esa noche resistiendo o gozando lo cotidiano. Seguramente si por el fuera hubiese preferido escribir algún relato que reformulará esa noche y ese tiempo. En ese mismo evento, horas más tarde participarían Juan Manuel de la Fuente y José María Sanguinetti. Pitol ya no era el traductor de tantas obras de la literatura eslava o el diplomático que llegábamos a entrever por las reseñas. Quizá esa noche en el Museo Iconográfico del Quijote se estaba construyendo la parte institucional del otorgamiento del Cervantes. ¿Quién puede saberlo?

Pero al leer a Pitol, al revisar sus relatos y la construcción de su mundo narrativo y ensayístico, al recordar la memoria que sus exalumnos tienen de sus cursos de literatura europea en la Veracruzana, es evidente que esa dimensión oficial, protocolaria, de todo escritor que poco a poco es reconocido en vida, le resultaba pesada, le permitía esa sonrisa de goce al tomarse la foto y ese cierto dejo de cansancio que en realidad compartían todos los presentes ajenos al medio gubernamental (él cual disimula su tedio, no precisamente goza con estos eventos). No dudo que hoy resulte lo mismo. Para Pitol, si algo queda claro tras leerlo, la libertad está en la lectura y la escritura, en la posibilidad de elevarse sobre la monotonía de las pequeñas ambiciones y viajar al exterior o al interior de su alma. En ese pequeño ejercicio Pitol, como alguna vez Cervantes, propone al lector una vía de liberación de lo inmediato a través de la imaginación que, probablemente, sea una de las mejores maneras de reconciliarnos con las expectativas que generan cientos de años de historia y tradición. Para él, tal es la fuerza de la palabra.

© All rights reserved Marco Antonio Cerdio Roussell

Marco A. CerdioMarco Antonio Cerdio Roussell. Escritor y profesor universitario. Radica en Puebla, México. marco.viajero@gmail.com

twitter@Marco_Cerdio

 

Muchas gracias por su comentario, este artículo se compartió con el maestro Sergio Pitol y su equipo y no nos hicieron ningún señalamiento.
Está lleno de errores este pseudoartículo.

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