Autora Teresa Cifuentes Plá basado en su cuento “Cocodrilo”.
Directora Ivette Kellems.
Escenografía y Vestuario. Alejandro Galindo.
Luces y Sonido Belkis Proenza y Miguel Pascual.
Elenco Renato Campilongo. John Chavez, Eduardo Alemany, Luis Acosta, Katia Ribeyro, Bernardo Bernal.
Un pecado llamado… deseo irrefrenable.
Estamos en pleno oficio eclesiástico en una iglesia. Posiblemente en celebración dominical. El altar está custodiado por su sacristán donde, en son de purificación, extiende el incienso y quema un cirio enorme en señal de fervor a Dios. Entran a la nave el capellán y tres feligreses del lugar: Moldován, un zapatero, Edgardo, el talabartero, y la atrevida y joven Amalia vestida en rojo, y removiendo las pasiones más ocultas de los tres bajo una falda roja. Una historia de lujuria escondida, amor, celos y un complejo de inferioridad de Moldován. El deseo de confeccionar unos zapatos de piel de cocodrilo para su pretendida amada, van a llevar al protagonista a un encuentro con la tragedia.
Basada en un caso real, esta historia cuenta como el desenfreno y la concupiscencia pueden llevar a la pérdida de la razón en lo seres humanos. En “Cocodrilo”, cuento publicado en Nagari #3 Ceci n´est pas Mexique, Teresa Cifuentes pone especial relieve en detalles exquisitos de los personajes. En su transformación a obra teatral, sus diálogos adquieren lo cotidiano y cogen fuerza y autenticidad en sus acciones.
Si bien hay algunos aspectos a comentar en la dirección actoral que a mi entender está bien planteada en su desarrollo escénico en principio, sí apuntar que falta algo de fuerza en la dramatización y el ritmo. Esta pieza tiene la lujuria a flor de piel y, en mi opinión, no la transpira teniendo todas las posibilidades para hacerlo. A mi entender, flojean un poco en los momentos donde la lascivia tiene su máximo esplendor con Amalia y el sacerdote. (¿Por qué no desnuda piel a piel, tanto a la primera mujer como a Amalia simulando el acto con la luz?). Me faltó en escena, que la crueldad del pecado respirara su putrefacción moral en la platea.
Ivette, de todas maneras, ha sido inteligente en dar tiempos de transición bajo el silencio entre los diálogos. Decisión que yo valoro mucho y que se ve poco aquí en Miami por parte de bastantes directores donde parece que “uno no es actor si no dice siempre algo constantemente”. Me gustó mucho el arranque, donde la fuerza está en estas acciones silenciosas de los personajes en el altar y el traspaso visual ideado para mostrar la acción criminal en la sacristía. La sustitución de la imagen de Cristo en la cruz, por un inmenso cocodrilo disecado en la pared, cierra muy bien esta escenografía concebida por Alejandro Galindo, bajo una hermosa metáfora: Aquél a quién adoras… puede ser quién te devore. ER