La vi venir en falsa escuadra: gatuna, envolvente. Y me miraba a mí, se me acercaba como una reina, envuelta en un chal, respondiendo al cabeceo. Y le digo en falsa escuadra porque no venía enfilando derecha, sino como dudosa, amagando a irse más que a venir. Así empezó esta historia… y hoy que la cuento ni yo mismo me la puedo creer…
De tocarla nomás supe que era una mina distinta… ¿sabe? en las milongas hay cada reventada, cada loca. Esta era de cuna… y no piense en la guita, no, era de alcurnia pero de adentro.
Bailaba mal, insegura, hasta torpe le diría: la saqué varias tandas y aceptó; para el ritmo de milonga era más ducha pero en el tango se apuraba, quería mandar ella. La fui domando, hasta le llegué a decir “no te apures, dejame que yo te lleve”; la noche era de cristal, me parecía que se iba a romper de fina y transparente. Después de un rato de bailar me dijo “me voy” y salió del salón…
Nunca me animo a pedir el teléfono; la ví irse, y aunque me sentí un pelotudo como siempre, sabía que la volvería a encontrar en esa milonga. La puerta se cerró detrás de ti… pensé, y ella vació todo el salón con ese irse. Me quedé en la mesa, hundido en la impotencia y la esperanza. ¿Quiere creer? no pasaron dos o tres minutos que la veo entrar, con la carita mustia, preocupada… va a la mesa, se agacha y recoge la bolsa con los zapatos de tango que por poco se olvidaba. Y ahí sí me animé: le pedí el teléfono, me lo dio y volvió a desaparecer dejando la estela divina de su chal.
Hace un año pasó todo esto que le cuento; el papelito con su teléfono brillaba como su piel, me iluminó los ojos, abrió mi corazón que hacía rato no latía de verdad.
¿Por qué le cuento esto? si para usted yo soy un vulgar asesino, uno de esos locos vengativos que mejor tener encerrado. Pero el mundo está hecho de cuentos, y cada uno tiene el suyo alguna vez en la vida, aunque sea un cuentito de morondanga… ¡qué sé yo¡ ganarse una botella de champagne en una rifa puede ser la gran historia de un tipo que perdió siempre, o para una solterona que un hombre la piropee en la calle se puede convertir en lo único importante que le pasó en toda su existencia.
Le digo más: haberla matado no es la historia de mi vida sino esto que le estoy contando: que aquella mina me haya dado bola a mí, que soy un simple artesano.
No podría decirle que fue fácil ¡ni pensarlo! fueron meses de “juntar afrecho” viéndola bailar con todos, en especial con uno al que le decían El Turco… le juro que parecía un beduino: moreno, de ojos inmensos como estrellas negras. Ella se le acurrucaba en el pecho, porque era grandote, y parecía perderse en su abrazo…además me aguanté de todo: quedar en encontrarnos y que a última hora me dijera que no, o que después de la milonga otros amigos la llevaran en auto hasta la casa… y ella seduciéndolos… y me lo decían; además me hablaban de su boca. ¡Imagínese las fantasías que tenían con su boca!
Aunque en realidad con el único que la vi realmente perdida fue con el Turco, con el único que cerraba los ojos mientras se deslizaban por la pista.
A mí me rechazaba y me incitaba todo el tiempo, era dulce y brava… pero de a poquito, como un duque, me la levanté. Decía que no entendía lo que le pasaba conmigo, hablaba mucho, puro psicoanálisis…
Más o menos después de medio año ya aceptaba más dócil mi mano en su talle y me rodeaba el cuello con más entrega… ¿sabe lo que era bailar con ella un tango de Pugliese? … y con los valses parecíamos volar en la pista. Pero a veces duraba poco el hechizo: de repente se deshacía de mis brazos y se iba de la milonga, como enojada… no sé… me volvía loco. Sentía que la perdía otra vez, que no me tenía que ilusionar… que por más que me esforzara ella estaba perdida por el Turco… seguro que era él que la tenía así…
Un día me hinché las pelotas: era verano, había ahorrado unos mangos y me las tomé; el mar me calmó un poco. Cuando volví ella era otra… hasta me llegó a decir que me había extrañado. Ahí empecé a entender un poco más cómo tratarla, le respeté los tiempos… la dejé venir, me avivé de lo que necesitaba… ¿sabe qué? era una triste, una mina hermosa y segura pero triste, habituada a la soledad de tal manera que ni sabía pedir. Y fuimos entrando: ella en mí, yo en ella… no me mire así como si yo fuera un loco.
Cuando uno lee en los diarios CRIMEN PASIONAL, siempre se piensa que es porque hay un tercero: o se mata a la mina o se mata al otro y a veces a los dos. Lo mío fue algo así… pero otra cosa…, algo que no se explica porque -en realidad- yo ya me la había ganado e igual la maté. ¡Es raro el bicho humano… sí señor…, muy raro!
Profesora de francés era, le daba clase a los ejecutivos de Puerto Madero y a grupos de viajeros… ¡imposible estar a su altura! sin embargo esa mina me empezó a querer: me dejó entrar en su casa, de tanto en tanto me preparaba una comida y, aunque no era muy cariñosa, cuando dormíamos juntos me buscaba la caricia. Es más: llegó a pedirme que nos fuéramos a Uruguay por un fin de semana; laburé como un buey para conseguir la guita, porque ni loco la dejaba pagar… y todo venía bien. Hasta que pasó lo del sueño.
¡Y claro! es lógico que nadie crea que por un sueño un tipo se despierta y mata a la mujer amada que duerme a su lado.
Era en colores, dicen que pocos sueñan en colores, pero el mío era en technicolor e inmenso: ella venía en camello por un desierto, unos tules celestes le volaban al viento; hermoso el contraste con el pelaje marroncito del animal. Sonreía, sonreía a nadie, a nada, como emocionada por algún recuerdo; horas andaba allá arriba, el sol era un mechero inmenso y ella parecía de agua; el camello tenía ojos coquetos y avanzaba sin apuro, como un perro fiel. Ella cruzaba las manitas en la montura de piedras preciosas, los velos flotaban. ¡Todo tan pacífico! no se veía a nadie… de repente sonó una música: leve, levísima, como de un violín que agujereaba el sopor; se le agrandó la sonrisa… los pasos del camello brincaron un poquito y el sol pareció reverberar en el arco invisible de aquel instrumento. El camello avanzaba, ella sonreía, entrecerraba los ojos… se bamboleaba… todo era lento, suave en el desierto mudo. Como si la música la acunara, como si ella y el animal fueran los primeros seres del mundo… Ese sueño era hermoso, créame, tenía color, sonido y casi se podía tocar; la bestia seguía impasible, parecía ir a ninguna parte, y ella… su balanceo… la armonía, el sol…
De pronto me sobresalté, tal vez por el ruido tenue que hizo su chal al deslizarse por el respaldo de la silla, y la miré durmiendo junto a mí. Tenues líneas de madrugada le encendían la cara que comenzaba a emerger para mi beso, la toqué como si tocara un biscuit y se estremeció apenas.
No solo era la bella de mi sueño envuelta en tules, a lomo del camello: ahora, en esa realidad casi diurna, era la mujer de carne y hueso que me daba lugar en su cama; la estreché y retomé el sueño- como un cuento al que no se quiere abandonar…- pensar que por prolongarlo la maté… la macana fue volverme a dormir …pero ya no sé si me volví a dormir o me quedé en una duermevela , medio ensoñado , y aunque quise retomar esas imágenes tan hermosas, lo que seguí entreviendo ya no fue su andar celestial arriba del camello… lo que de repente creó mi mente en ese espacio indefinido fue una escena tan horrorosa que desconocí a esa mujer que dormía dulcemente a mi lado.
Qué me hizo matarla ¿me pregunta usted?… ¿conoce el tango Pasional? ese que dice “tus ojos que embriagan y que torturan mi razón”… bueno algo así me pasó, estaba obnubilado, como en un delirio o como lo llaman ahora emoción violenta…lo único que apareció en mi cabeza fue la imagen de un beduino igual al Turco ese con el que ella bailaba embelesada.
¡Todo era tan vívido!, él la veía llegar: erguido como un cactus negro, se aproximó para ayudarla a desmontar del camello, los tules de ella se enredaban en la cara radiante del Turco… después, bajo el sol implacable, caminaron abrazados un trecho y penetraron juntos en aquella tienda nupcial que se abría para recibirlos… de allí adentro surgía la música, y seguramente allí habría una estera dorada en la que se amarían hasta el amanecer.
Me dio pena pero no dudé. Recoger el chal del suelo, al pie de la cama, tensarlo entre mis manos y rodearle el cuello fue un único gesto… escuché sus arcadas, sus sofocos… vi el pavor de sus bellos ojos en blanco, sentí la lucha de su cuerpo.
Y después, el silencio sobre las sábanas deshechas.
© All rights reserved Alicia Grinbank
Alicia Grinbank nació el 20 de noviembre de 1949 en Buenos Aires, ciudad en la que reside, la Argentina. Egresó en 1993 como Profesora de Francés, en la especialización Literatura, por la Alianza Francesa de Buenos Aires. Entre otros, obtuvo en el género poesía el Primer Premio del Concurso Literario “Olga Orozco” (con prosa poética) en 2002 y el Primer Premio del Concurso Literario “Alberto Luis Ponzo” en el mismo año, organizados ambos por la Universidad de Morón, así como el Primer Premio en el Concurso “Carlos Alberto Débole” por su libro “Curanto” en 1993; Tercer Premio en el Concurso de Poesía “Leopoldo Marechal” organizado por el Museo Saavedra en 2000, mientras que en el género cuento recibió el Primer Premio en el Certamen “Discurso Abierto” en 2005; el Segundo Premio en el 4º Certamen Literario Programas Médicos en 2006, el Primer Premio de Cuento de la Editorial Torremozas, España, en 2011 y el Segundo Premio del Concurso Victoria Ocampo en 2013. Coordina talleres de orientación en la escritura y cursos de lectura desde 1987, en forma privada y en instituciones de su ciudad y del conurbano bonaerense. Como profesora de francés enseña y traduce. Poemas y artículos suyos aparecieron, por ejemplo, en el suplemento cultural del periódico porteño “La Razón”, en la revista “Uno Mismo” de la ciudad de Buenos Aires, en el periódico marplatense “La Capital”. Incursionó en la co-coordinación de un Café Literario en 2007: “Mirá Lo Que Quedó”, junto a Alfredo Palacio, Alberto Boco y Rolando Revagliatti. Fue invitada a participar de la Antología Oral de la Poesía Argentina en 1996; asimismo fue incluida en las antologías “PoetasArgentinos de Hoy” (editada por la Fundación Argentina para la Poesía, con selección de Julio Bepré y Adalberto Polti, 1991), “Por la Senda del Reencuentro Chileno-Argentino” (editada por el Centro Cultural Chileno “Gabriela Mistral”, 2005), “Testimonios del Presente” (Editorial La Luna Que, 2008), “Memorias del Vino – Poemas Elegidos” (en Uruguay, 2007), “Travesías Poéticas – Poetas Argentinos de Hoy” (edición bilingüe español–francés, Editorial L’Harmattan, 2011), “Antología de Poesía Argentina 18 Poetas” (Alción Editora – Reflet des Lettres, 2012), etc. Publicó en co-autoría con Manuel Bendersky: “Alguien que amo rodea mi cintura” (poemas cubanos, 1993), así como los poemarios “Bruma y verdor” (1987), “Curanto” (1992), “La balsa de la medusa” (2002), “Noche cerrada” (2006) y “Pulmón de manzana” (2011).