Hola, amigos y lectores: de vuelta a Miami después de seis irrepetibles semanas en Europa, les saludo con afecto.
Certifico el título de mi aporte en octubre, con un préstamo de la cuarta parte del Diario de abordo del marino genovés Christopher Columbus. Me adelanto a indicar, que independientemente de las ambiciones que poblaban su mente y de los grandes errores que cometió, este intrépido aventurero poseía una inteligencia poco común entre los hombres de mar de la época. Sus proyectos requerían una profunda capacidad científica y un sólido sentido de organización. No hay duda de que los poseía, como demuestra la detallada enumeración de fenómenos, objetos, substancias y productos naturales, desconocidos en el resto del mundo medieval renacentista que le tocó vivir.
De acuerdo con explicaciones impresas años después de la publicación del documento, el excéntrico navegante, ya pasando los cincuenta años de edad, narra en un híbrido castellano, aquella cuarta expedición transoceánica planeada con el propósito de “encontrar un paso marítimo por el oeste hacia Asia”. Otro texto referido reza así: “Salida de Cádiz, 9 de mayo de 1502; regreso a Sanlúcar de Barrameda, 7 de noviembre de 1504…” Investigaciones de archivo muestran no pocos historiadores que confirman que el ambicioso proyecto náutico fue un fracaso total. Esto se debió, entre muchas dificultades, a trabas burocráticas en el “Imperio”, encuentros bélicos con los moros en las colonias isleñas al oeste de África, y a la débil fabricación de los navíos. Todo esto iba unido a la testaruda asiduidad de los huracanes que seguían el mismo curso de la flota de tres carabelas y 144 tripulantes, grupo que incluía a su hermano Bartolomé y su hijo Hernando. Pero dejemos esa antigua institución que llaman Historia con letra mayúscula. Aunque la visito con bastante frecuencia, me obligo a decir que en realidad ocupa un lugar terciario en mis preferencias. Concentrémonos pues en un presente más cercano.
La primera vez que visité España con mi esposa, en junio del 2003, lo hice con el fin de asistir a la boda de una de mis sobrinas con el hijo de quien quizás fue el último genuino <<caballero>> español, fallecido hace apenas un año. Con Madrid como punto de partida en territorio europeo, nos fuimos por unos días a Cádiz y al Puerto Santa María, donde se celebraron las nupcias, y que nos impactó por su obvia similitud arquitectónica con ciertas zonas de La Habana, San Juan y Santo Domingo.
Dejando atrás a la pareja, para que disfrutaran de su merecida luna de miel en una antigua bodega de brandy convertida en hotel, viajamos en autobús hacia Sevilla. Después de un corto pero espléndido lapso en esa ciudad, nos recreamos con el hermoso Madrid Capital, y sus paseos, plazas, librerías y museos. Finalmente, nos fuimos a París, donde pasamos unos días de festín con los muchos iconos culturales que ofrece a sus visitantes, para luego dirigirnos a Miami.
Enamorados de las maravillas del Viejo Mundo, subsecuentemente, regresamos en el 2010, también por motivos familiares; esta vez para conocer a los sobrevivientes de la generación del abuelo y tío abuelo paternos de mi esposa, dos hermanos que se fueron a hacer fortuna en Cuba, casándose ambos con sus respectivos amores criollos. En esa búsqueda sentimental que nos prometimos emprender, nos topamos con muchas cosas interesantes que, en muchos sentidos, nos sorprendieron y regocijaron, particularmente al norte de la península, en un excitante recorrido desde San Sebastián hasta Santiago de Compostela. Pasamos por Bilbao, Gijón, Santander, A Coruña, Ramales de la Victoria, para mencionar algunos sitios de interés que vale la pena conocer.
Recuerdo la ocasión en que nos sorprendió el triunfo de España en el Mundial de Fúٍtbol, compartiendo una mesa con un policía catalán y su compañera, que pasaban allí las vacaciones, mientras pernoctábamos en el pueblito de Torrelavega. De manera muy civilizada, nos preguntaron si no nos molestaba que nos hicieran compañía en nuestra mesa, petición a la que accedimos con gusto. Se mostraron obviamente curiosos por conocernos, ¿y nosotros? pues honrados con su petición. Les llamó la atención el hecho de que no teníamos facha de españoles y, nos confiaron al entrar en confianza, que hablábamos con un acento melodioso muy diferente al del resto de los concurrentes. La velada tuvo lugar en una cantina de tapas repleta de entusiastas del deporte que seguían los pormenores del partido final en una enorme pantalla de televisión. Detrás de la barra, tres hermosas argentinas servían a granel, y de mal humor, gigantes <<cubalibres>>, eufemismo con que se conocen los tragos mezclados con ron y Coca Cola. Esa noche preparaban las bebidas con los más caros rones de Cuba, Guatemala, Costa Rica y Venezuela, y los cobraban a 2 € por copa. Soy de opinión que echarle soda a un buen ron cotizado en el mercado en más de 60 euros por botella, cuando la inmensa mayoría de la población de esos países donde se destila y añeja, jamás lo toca, constituye un verdadero acto de sacrilegio. Con morboso placer, las “bartenders” triplicaban la acostumbrada cantidad de ron en cada vaso. Justificaban en secreto las ninfas que servían tras el mostrador, que no le perdonaban a los dueños del local ni al resto de España, que unos días antes, los jueces de la FIFA le habían arrebatado la Copa Mundial al Imperio de Maradona, aunque en definitiva fueron los holandeses los que quedaron en segundo lugar. No se imaginaban que las acciones de aquel oculto rencor conosureño, exacerbaban con marcada persuasión, el entusiasmo de los “hinchas” que copaban la taberna. El resto fue historia. Demás está decirles que regresamos a nuestra habitación a pie y nada menos que a las 7 de la mañana. Lo curioso del caso es que mi esposa y yo habíamos ido al lugar con el único fin de probar las “cañas” de la región y los Escalopines al Cabral del restaurante, recomendados por el personal del hotel. Esto lo aclaro, porque nosotros nos criamos en un ambiente de equipos donde reinan el bate y la pelota, y donde las piernas se utilizan para anotar o robar bases, no para patear bolas.
No dejo de mencionar que en aquel segundo viaje, nuestro trayecto también coincidió con la misa y ceremonia anual del botafumeiro en la Catedral del apóstol Santiago. Quizás el beato y santo esqueleto por siglos allí celado, notó nuestra presencia en aquel sagrado lugar, ya que nos recompensaron con una hermosa sorpresa cuando fuimos a comprar los pasajes para el tren que nos conduciría a Madrid. “Todos los boletos para el tren de las siete están agotados. Sólo nos quedan para el de las doce”, nos dijo el joven en la ventanilla de ventas, a lo que respondimos que acostumbrábamos viajar en asientos de segunda, no con tarifas altas. La reacción no se hizo esperar: “Comprendo, pero no olvidéis que hoy ha sido la misa del botafumeiro y como sois peregrinos, os tocan dos boletos por el precio de uno”. De modo que viajamos en el tren rápido de medianoche, desayuno y camarote incluido, que nos condujo a nuestro destino. Por supuesto, no éramos miembros del cansado grupo de peregrinos que celebraban con religioso fervor la conclusión de una larga y escabrosa caminata a lo largo del Camino de Santiago, detalle que, para el vendedor de boletos en la estación, carecía de importancia.
Continuando nuestra corta secuela de aventuras, le hicimos otra visita a París, agregando al itinerario las joyas culturales de las comunidades de Barcelona, Venecia, Florencia y Roma, para luego regresar a Madrid y despedirnos de mi sobrina y esposo. Felizmente, en los últimos 7 años la familia se había extendido con el nacimiento de dos simpáticos varones que, para el regocijo de los tíos, hablaban ya una lengua más castiza que la nuestra, con sus jotas sus ces y sus zetas. Sin otra novedad en el horizonte, de la capital española, regresamos entusiasmados a nuestro cuartel general en Miami. Dejo las impresiones de una tercera y cuarta visita para la segunda parte de mi reseña. Mientras tanto, salud… y buen provecho.
Nota del autor: el que suscribe mantiene que ha hecho de la Literatura [con letra mayúscula] su amante sentimental y, demás está decirles, la historia es real. Cualquier parecido de algún personaje o circunstancia mencionados en el texto a sus homónimos en el campo de la ficción, es pura coincidencia.
© All rights reserved Héctor Manuel Gutiérrez
Héctor Manuel Gutiérrez, Miami, ha realizado trabajos de investigación periodística y contribuido con poemas, ensayos, cuentos y prosa poética para Latin Beat Magazine, Latino Stuff Review, Nagari, Poetas y Escritores Miami, Signum Nous, Suburbano, Ekatombe, Eka Magazine, y Nomenclatura, de la Universidad de Kentucky. Ha sido reportero independiente para los servicios de “Enfoque Nacional”, “Panorama Hispano” y “Latin American News Service” en la cadena difusora Radio Pública Nacional [NPR]. Funge como lector oficial y consultor de la división Exámenes de Colocación Avanzada en Literatura y Cultura Hispánicas en College Board. Es también consultor para el Banco de Evaluaciones Interinas y Exámenes del Departamento de Educación de la Florida. Cursó estudios de lenguas romances y música en City University of New York [CUNY]. Obtuvo su maestría en español y doctorado en filosofía y letras de la Universidad Internacional de la Florida [FIU]. Creador de un sub-género literario que llama cuarentenas, es autor de los libros CUARENTENAS, Authorhouse, marzo de 2011 y CUARENTENAS: SEGUNDA EDICIÓN, Authorhouse, agosto de 2015. Les da los toques finales a dos próximos libros: AUTORÍA: ENSAYOS AL REVERSO, colección de ensayos con temas diversos, y LA UTOPÍA INTERIOR, estudio analítico de la ensayística de Ernesto Sábato.