Esta mañana cualquiera
un herrero honró la sabiduría popular al cortar el pan;
en un árbol de tronco contrahecho algunas flores se abrieron,
y David Pearce, alquimista tardío,
profeta de la nanotecnología y el postdarwinismo
se sienta frente a su laptop como a un grand piano
dispuesto a citar a Milton y al Dalai-Lama;
a llenar su lienzo de cristal líquido
con la fórmula que borraría para siempre el sufrimiento
de la faz de la tierra.
Y mientras la mañana se abre como una flor más sobre el árbol
con los primeros rayos del sol,
David Pearce pinta heroicas cascadas post-sinápticas,
rescribe la Utopía de Tomás Moro, agregando palabras
como opioide, anfetamina y homeostasis.
Pero el herrero se aferra a su cuchillo de palo.
En el árbol torcido se abre la flor de la fábula.
Es abril, el mundo es más feliz y más tirana su belleza.
Y David Pearce atraviesa la sombra del árbol
que como un ave sacude el viento de sus alas,
dejando escapar el canto súbito del polen.
Y estornuda estornuda estornuda,
David Pearce estornuda,
y por un momento el curso de su idea
se detiene.
Los campos esperan la lluvia, como a un grato recuerdo:
Es una ocasión perfecta para no creer en casi nada.
La belleza del mundo a veces duele.
La vida aprovecha cualquier ocasión para ganar
un poco de tiempo.
Don Quijote bioquímico, diocecillo sin creación,
David Pearce ve las nubes del atardecer
poblarse de molinos.
Del Poemario ‘Eidos’, (2009).
Alain González (Cuba, 1978). Varios de sus poemas han aparecido en antologías y revistas literarias en línea. Ha publicado Eidos, (poesía, 2009) y actualmente trabaja en un segundo cuaderno, El más inquieto de los fuegos. Tiene dos novelas inéditas, Pirata de jardín y Los primeros días que Mario vivió después de muerto. Bloguea enwww.laesplendidaderiva.com. En Twitter: @alainaleph