“El centro es inmóvil, pero minúsculo.
Todo se va, pero también se queda.”
Es el salvoconducto para entrar al laberinto de Papyurs de Osdany Morales, una Biblioteca con una cantidad de libros infinita (siete) como diría “el Gran Masturbardor.”
Osdany entra y sale con mordaz facilidad en los juegos Borgeanos en este libro que también pudiera ser como el azul tornasol de los pavorreales, y que el propio autor acota como un texto que se vuelve asimismo, como un perro que busca morderse la cola.
El protagonista de Papyrus es el lector-escritor que decide recorrer las Siete Bibliotecas del Mundo, pero no las icónicas como pudiesen ser la de Alejandría o la del Congreso sino esas que uno mismo va trazando en la cartografía de la existencia.
“… hay un primer libro que se escribe desde el tiempo ocupado, el sostén ajeno o el hambre.”
Osdany se lanza a un recorrido aleatorio donde la condición para permanecer en cada destino es entregar una obra que el propio visitante ha escrito, por consiguiente, cada Biblioteca es un Libro entretejido a través de las historias que se narran en el camino.
La lectura de Papyrus me evocó el instante en el Teatro cuando para el espectador el actor se transforma en el personaje y uno se deja vencer por la ficción. Ya se ha dicho que la ficción es más exigente que la realidad pues está obligada a transpirar verosimilitud, con agilidad pasé de un escenario italiano del medievo, a las notas al margen hechas a un relato de un novelista ruso del siglo XIX y de vuelta al tiempo actual. En todo caso, a mi juicio, existe en este texto una pausa, un intermedio en El Libro de los Contemporáneos que por su tono ensayístico me pareció una digresión dentro de la ficción, como un pasadizo para llegar al Libro de la Fama y retomar el hilo del relato bajo el velo de los bankai (poderes sobrenaturales) heredados del anime al aplicarlos a diferentes escritores, “el de Bukowski: una máquina de escribir abandonada en una zanja por la que corre el agua de la lluvia arrastrando hierbajos, servilletas obscenas, muñecas mutiladas […] El de Bolaño: él mimso, Roberto caminando a su oponente, atravesándolo cabizbajo como si el otro fuera un fantasma que nuestro guerrero no pudiera ver […]”
El mundo (o quizás uno mismo) es La Biblioteca, parece decirnos Osdany Morales, el truco consiste en descifrar cada volumen que se nos ofrece.
“imaginé que la biblioteca municipal de O City, si la tuviera, sería de espejos y los libros habrían de ser también ilimitados. Sus historias tendrían un solo personaje multiplicado en lustrosas perspectivas.”
En el diálogo que el protagonista entabla con Las Parcas y en la reflexión sobre su último texto Papyrus que le da nombre a su obra, encontramos la definición (o estado final) de su biblioteca que yo resumiría en estos versos:
Pero si la mirada persiste,
la mirada que alimenta tu memoria,
tu memoria será mi biblioteca.
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