Ya está aquí, la crisis que inaugura los dramas del siglo XXI. Ninguna de las numerosas distopías que se han publicado en los últimos años, incluida la mía, supo predecirla. Todas anticiparon elementos (yo imaginé el cierre completo de las fronteras europeas). Pero está claro que es el detonante, como lo fue la Primera Guerra Mundial. Van a cambiar muchas cosas después de esto, empezando por el modelo productivo. Todos los analistas parecen coincidir en que la concepción lineal de la autodenominada ciencia económica no casa con un mundo que vive una complejidad y está abonado a las catástrofes. Su concepción del tiempo, tan lineal, es demasiado simple, tan concentrada en los períodos de crecimiento, es propia del siglo XIX. Cuando en la vida real tienes un accidente de gravedad, no hay espacio para pensar en ganar dinero con unos modelos tan rígidos. No lo vieron los analistas de big data ni los Cummings, Redondo o Bannon, los grandes gurús contemporáneos. Los primeros sirven para hacer ganar más dinero a los que ya lo tienen sobre unas predicciones pautadas. Los segundos para ganar elecciones. Ninguno protege a los ciudadanos. Es por ahí por donde vendrán los cambios. Pero si yo no vaticiné esta pandemia, difícilmente vaticinaré el porvenir. Otra cosa es el cambio que se operará en la literatura. Ese lo vislumbro de forma cristalina. Estamos a punto de asistir a una pandemia de producciones literarias en los próximos 2 años. El encierro es la mejor inversión para la producción del talento escrito. Uno de los libros que anticipan el Renacimiento, el Decamerón, precursor del relato moderno y de la novela corta de Giovanni Boccaccio, se ambienta en un encierro forzoso entre un grupo de jóvenes por culpa de la peste —ironías del destino que sea de nuevo la Península Itálica el espacio geográfico de otro encierro—. Y los Cuentos de Canterbury, de Geoffrey Chaucer se escriben en un entorno en el que la peste y el confinamiento también están muy presentes. En otoño de 1918, por culpa de la epidemia de la mal llamada gripe española, Josep Pla se vio obligado a dejar una universidad que cerró sus puertas y a recluirse —que no confinarse— en Palafurgell (Girona). De aquello surgió el embrión de El quadern gris, un dietario que describía la cotidianidad del escritor aquel año- Si bien se trata de un diario ficticio, que el autor reescribió años después, impresionado por la prosa de la cotidianidad de Marcel Proust, la reclusión fue el germen de ese texto. El confinamiento suele ser bueno para la creación. Cervantes inició El Quijote desde la cárcel, y Shakespeare compuso algunas de sus piezas teatrales más conocidas en una cuarentena por la peste. Los nuevos frutos están en camino. Ya se observan señales como el Diario de la guerra del virus de mi amigo Manuel Marín. Vendrán los nuevos decamerones y los nuevos quaderns, no todos cuando justo acabe esto, sino unos años después, cuando sus autores acaben de dar con la forma que requieren sus historias. Si todo sigue así, serán textos largos, con otra economía del tiempo, alejados de la prisa que nos ha perseguido estas últimas décadas, cuentos de confinamiento. Estoy deseando disfrutarlos.
© All rights reserved Carlos Gámez Pérez
Carlos Gámez (Barcelona. 1969), es escritor y profesor. En 2012 ganó el premio Cafè Món por el libro de relatos Artefactos (Sloper, 2012). En 2002 publicó el relato de no ficción Managua seis: Diario de un recluso (Instituto de Estudios Modernistas). Sus relatos han sido seleccionados para las antologías: Emergencias. Doce cuentos iberoamericanos (Candaya, 2013); Presencia Humana, número 1 (Aristas Martínez, 2013); Viaje One Way: Antología de narradores de Miami (Suburbano, 2014); y para la revista de creación Specimens (Septiembre, 2014). Colabora con las revistas literarias Nagari, Suburbano y Quimera, además de colaboraciones puntuales con Rocinante y Agitadoras. Acaba de finalizar su tesis sobre ciencia y literatura española en la Universidad de Miami. Malas noticias desde la isla es su segundo libro de ficción.
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