—Amálame el noema —Lo dice sin pensar, mientras Javier le besa el cuello. Se trata de una suerte de prueba para elegir amantes, el resultado no tiene que ver con la lectura de Rayuela, sino con la reacción del sujeto en cuestión ante las palabras inventadas. El profesor Mandrake, por ejemplo, le soltó las tetas para mostrar su erudición y hacer crítica literaria, Marina se subió los calzones de inmediato y le pidió que se marchara; en cambio, Donovan, el joven plomero, se desabrochó el pantalón y dijo:
—Te amalo lo que quieras y ahorita mismo te voy a hacer la urracarrana.
Tuvo sexo con él por un lapso de seis meses. Terminaron porque, aunque se divertían, Donovan no fue capaz de inventar ni una sola palabra.
A Javier lo conoció en la universidad. Le gustó desde el principio del semestre pero intentaba no mirarlo, siempre ha sentido que es fea y compensa las inseguridades sobre su físico con una membrana de arrogancia que suele ahuyentar a las personas. A Javier no, porque es un poco igual a ella. La vida los juntó en los pasillos, en los jardines y en instagram hasta que un miércoles Javier dijo que le prepararía una cena y le mostró sonriente un par de ácidos. Cuando se halla en confianza, Marina no puede ocultar que alucinar le gusta, que la realidad la asfixia, que el mundo la tiene harta. En compañía de Javier era libre, se reía a carcajadas, no se avergonzaba de nada. Claro que quería que fornicaran, claro que quería tragárselo y que se la tragara y que el mundo ¡plom! desapareciera. La única salida del abismo es la destrucción del mundo. Ese miércoles sintió las notas de una melodía muy triste corriendo por su sangre, era miedo.
El departamento de Javier es pequeño, está casi vació y pintado de blanco. No cenan ni se drogan, van directamente hacia sus cuerpos. La luz de la tarde está por todas partes. Le toma un poco de tiempo darse cuenta de que está respondiendo y no proponiendo: cuando Javier menciona el clémiso, el noema escapa de la boca de Marina como un caracol con alas, torpe, pero de todos modos audaz y sorprendente. Se miran a los ojos un segundo y sienten el tiempo como una extensión infinita de plástico de burbujas, buena para correr, excelente para caer. El miedo se esfuma de la sangre de Marina para dejar lugar a una cura-veneno más potente que el ácido lisérgico.
Esa noche fundaron su propia, íntima lengua libre. Por supuesto, los primeros términos sirvieron para designar al pene, la vulva y el orgasmo. Parecía que el juego iba a ser divertido. Comenzaron hablando algo de vesre y un poco de lunfardo. Revisaron el parlache, pero no les pareció un código apropiado para el juego. También se pusieron a intercambiar significados y significantes de manera constante. Decidieron que su idioma se llamaría Eskei y comenzaron a liberarlo: pronto dejó la cama de Javier para viajar en metrobús, sonar en los jardines y en el salón de clase. Era fácil de entender y contagioso. Poco a poco todos en el campus comenzaron a tomar el mionca, a prestarse brolis, y a escuchar a Gotan project.
Con el correr de las semanas, sin embargo, Marina se dio cuenta de que lo único que realmente la satisfacía era inventar palabras. Cuando, en un receso, escuchó que Cynthia presumía sus nuevos ataúdes deportivos marca Nike, se sintió irritada y se propuso levantar una muralla, construir una casa de palabras para permanecer a solas con Javier y, sobre todo, para ponerse a salvo del mundo.
Una noche, mirando la vapoki llena y estando absolutamente intoxicada, le hizo jurar a su novio que no volvería a llamar agua al agua ni fuego al fuego. Dio comienzo una dictadura del idioma que los conduciría a lugares diferentes. Ella se asomaba con embriaguez a un mundo que siempre había estado en su cabeza y él miraba hacia atrás y hacia afuera con nostalgia por lo simple, por lo común y corriente, por la poesía y por las leperadas.
Marina enfureció cuando descubrió que gunaydin significa buenos días en turco y cuando Javier propuso llamar árboles a los domingos. Para ella esas prácticas batku deben eliminarse. Su misión y revolución es construir un idioma absolutamente nuevo.
—¡Alcaira fot partevali! —Dice apretando los puños y mirándolo con sus ojos verdes llenos de ira. Piensa que Javier, como otras veces, va a sonreir y a abrazarla. Él se dirige resoplando a la cocina.
—Sí, quiero tomar agua o water, no quiero más eriau. Quiero valer verga ¡Ya valimos verga!
Marina abre mucho los ojos y se viste como si estuviera poniéndose una armadura. Sale del departamento sin decir nada. No siente por Javier más que desprecio. Es sólo un pendejo que quiere agua, como cualquier otro pendejo latinoamericano.
Mientras recorre la ciudad en tren subterráneo de regreso a casa de sus padres, Marina repasa sus apuntes en Eskei, garabatea unas notas sobre el fin de su relación con Javier. Programa sus siguientes movimientos.
Está molesta, pero al mismo tiempo comprende que Javier haya abandonado la invención de un idioma: no era su sueño. De todos modos, tiene que agradecerle el gran progreso del Eskei y lo extrañará en la cama, es la verdad.
Después de romper con Javier, Marina dejó la universidad, se dio cuenta que estaba embarazada y fue eliminando el español. Esto causó gran confusión en su familia. Al principio pensaron que se había vuelto loca. Ahora ya sólo habla y escribe en Eskei, aunque a veces lee los periódicos o escucha música y ve películas en español y en inglés. Trabaja como mesera. Algunas personas creen que es muda, pero en realidad habla mucho: con su hija, con Javier cuando viene a visitarlas, con toda su familia y con algunas pocas amistades. Hemos aprendido, es un idioma simple. Oftin drabuc leskei.
© All rights reserved Elsa Herrera Bautista
Elsa Herrera Bautista es socióloga, escritora y activista. Trabaja como investigadora y docente en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Es autora de Toy kids. simedetengomealcanzo@gmail.com