Me olvido del Me acuerdo de Georges Perec sangrando a mi lado. Luego resulta ser que es mi sangre que invade el papel un día en que se cegará el mundo. Desde entonces vivo de olvidos.
Me olvido de alguna tarde de domingo bajo un naranjo apagado en las sombras. Mi perro está a mis pies y me enseña sobre la compasión.
Me olvido de las mañanas con el café atardeciendo temprano.
Me olvido de la noche en que la puerta de mi casa cierra de manera estridente y el techo se destapa como una botella.
Me olvido de una boda en que hago de chico de los anillos y son muchas bodas y muchas otras más, pero siempre yo porto los anillos.
Me olvido del pedregal que hace de patio a la casa de mi infancia Nestlé de fresa.
Me olvido del Mustang blanco de mi padre.
Me olvido de Molly Hatchet tocando en San Juan mientras enarbolan la bandera confederada.
Me olvido que tengo los pies grandes y tal vez por eso las distancias me parecen cortas.
Me olvido del antiguo Asilo de Beneficencia en ruinas y de un tipo que merodeaba en sus interiores en Converse All Star y tutu.
Me olvido de la recreación viviente de la natividad en la que yo hago de Melchor y me pintan la barba con corcho quemado y no se me borrará por cinco días. En la misma escena, además de José, María y el niño Jesús, hay un astronauta.
Me olvido del cine Esperanza, adonde llevo mi hermana RJ para ver Annie y ella se duerme en mis brazos. It’s the hard. Knock. Life.
Me olvido de la calle llena de niebla por donde pasean los fantasmas de pan temprano en la madrugada cuando las hojas en los platanales brillan en el argento del rocío.
Me olvido del rosario que mi madre cuelga del retrovisor el día que la Muerte se antoja de tenerme entre sus brazos por un rato. Me injuria. Me escupe.
Me olvido del sonido de la radio susurrando en la madrugada, cuando despierto por el frío y suena U2 como fundido en un salmo moribundo. Casi indistinguible, pero presente. Algo de no encontrar lo que se busca. Como un olvido que intenta buscar lo que no encuentra.
Me olvido de las estrellas embovedadas en el interior de mi cráneo cuando en realidad es que me voy al techo de mi casa a mirar el cielo en la noche.
Me olvido de «Don’t Dream It’s Over». Prefiero morir en tus brazos esta noche.
Me olvido de las caminatas por el monte. Llegar a algún lugar imposible. O dar vueltas en círculos. Perdernos como materia en deterioro.
Me olvido de la guitarra que mi abuela carga por el pueblo como si viviera de tocar mariachi. Lo cierto es que es mi regalo de cumpleaños y que rezó a tres muertos para comprarlo. Esto también lo olvido.
Me olvido del catecismo los sábados y la abeja que me pica luego de la lección en que la maestra habla de la creación bondadosa de Dios.
Me olvido del primer cuento que escribí, «Y la cuna mecerá», como igual olvido que el título es una canción de Van Halen.
Me olvido de la guerra de Irak, en vivo por CNN, y yo y mi novia enmudecemos luego de hacer el amor. Pensamos que el mundo llega a su fin. Que ya no habrá amor posible.
Me olvido de la mentira triste en que vive mi país.
Me olvido de que lo bueno alguna vez volverá a ser mejor.
Me olvido de Siddartha.
Me olvido de la cama de mis padres, que una vez prendí en fuego.
Me olvido de la noche que te veo tomada de la mano de la luna. En tu corazón guardas las pinturas con que iluminarás la noche que seré huérfano.
Me olvido de mi hija que calza el sol en las mañanas y tiene la piel como el trigo y tiene manos de las cuales brotan creaciones maravillosas.
Me olvido de la mirada de mi madre en el Día de Acción de Gracias cuando ella por fin decide vestirse de luz.
Me olvido del sabor del helado de chocolate en una playa sobrepoblada de extraños y mi hija y yo observamos la glotonería de los pelícanos.
Me olvido de las horas que pernocto navegando las maravillas del ciberespacio.
Me olvido que fregué platos en un restaurante en la primera avenida, entre la 57 y la 59 Este, en Nueva York. Había un hombre de Harlem que pensaba que Puerto Rico era plano.
Me olvido de 1ero de agosto de 1981. Otro astronauta.
Me olvido de la chica con el tatuaje de mariposa, el que, cada vez que beso, aletea.
Me olvido que una vez me casé y fue una ceremonia íntima entre familiares. Servimos cordero y vino. No fue ninguno de mis amigos. Igual que a la última vez que presenté un libro mío.
Me olvido que la oscuridad es un lugar normal.
Me olvido del tipo que aparece en una foto tomada el 7 de enero de 1987 y en la que el extraño aparece junto a mi padre. El tipo de la foto trae Ray Ban’s Clubmaster. No se le distingue la mirada y probablemente no tiene espíritu. Es obvio. Se ve pálido.
Me olvido que una vez las cosas eran de cierta forma y de otra. Que el tiempo, como las ideas, transita al cielo de las cosas que mueren pero no pierden su vida útil.
Me olvido que algún día este escrito me recordará.
© All rights reserved Elidio La Torre Lagares
Elidio La Torre Lagares es poeta, ensayista y narrador. Ha publicado un libro de cuentos, Septiembre (Editorial Cultural, 2000), premiada por el Pen Club de Puerto Rico como uno de los mejores libros de ese año, y dos novelas también premiadas por la misma organización: Historia de un dios pequeño (Plaza Mayor, 2001) y Gracia (Oveja Negra, 2004). Además, ha publicado los siguientes poemarios: Embudo: poemas de fin de siglo (1994), Cuerpos sin sombras (Isla Negra Editores, 1998), Cáliz (2004). El éxito de su poesía se consolida con la publicación de Vicios de construcción (2008), libro que ha gozado del favor crítico y comercial.
En el 2007 recibió el galardón Gran Premio Nuevas Letras, otorgado por la Feria Internacional del Libro de Puerto Rico, y en marzo de 2008 recibió el Primer Premio de Poesía Julia de Burgos, auspiciado por la Fundación Nilita Vientós Gastón, por el libro Ensayo del vuelo.
En la actualidad es profesor de Literatura y Creación Literaria en la Facultad de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Ha colaborado con el periódico El Nuevo Día, La Jornada de México y es columnista de la revista de cultura hispanoamericana Otro Lunes.
twitter: @elidiolatorre