Me lo dijeron cuando volví de la ciudad, ya de noche cerrada. Lo habían encontrado junto al arroyo, no muy lejos de la majada. Nadie sabía qué hacer con él, de manera que lo habían dejado allí a la espera de que yo llegara y decidiera. Así pues, me puse las botas de serraje, mandé llamar al capataz y le pedí que me guiase hasta el lugar en cuestión. Había luna llena y se podía caminar campo a través sin linternas, así que no nos llevó más de media hora cruzar la arboleda y dar con el torrente que lindaba con los pastizales. Luego no tuvimos más que seguir su curso por la orilla menos abrupta hasta que por fin nos topamos con el corzo a la vuelta de un recodo fangoso. Estaba tendido de costado junto al agua, gruñendo débilmente y soltando un hilo de vaho por los ollares. No movió un músculo cuando nos acercamos. Ni siquiera volvió la mirada hacia nosotros. El capataz se inclinó sobre él, le tocó el morro y le escudriñó el blanco de los ojos.
-Se muere –dijo.
– ¿De qué?
El capataz levantó la vista hacia mí y se encogió de hombros.
-Se muere.
Era un macho muy joven. Tenía la cuerna aún incompleta y difícilmente llegaría a los veinte kilos. No conseguía imaginarme cómo había acabado en aquel sitio. La reserva de caza se encontraba a más de cien kilómetros de distancia, y entre medias había multitud de cercados, zanjas, barrancos y ríos crecidos. Pero allí estaba. Agonizando en el último rincón de mi propiedad.
-Vaya a la alquería a por la escopeta –le dije al capataz.
– ¿Para qué? No llegará a mañana.
-Usted vaya a por la escopeta.
El hombre torció visiblemente el gesto, pero dio media vuelta sin rechistar y se alejó torrente arriba hasta perderse entre las sombras del robledal. Yo me agaché junto al corzo y le puse la mano en el cuello. Tenía la piel fría y su latido era leve como el de un pájaro. Soltaba espuma por la boca y jadeaba tan fatigosamente que parecía a punto de ahogarse. Retiré la mano casi de inmediato. Me repelía sentir en la punta de los dedos la vida escapándose a borbotones. Me puse en pie, di un paso atrás y respiré hondo a la luz de la luna. La pradera frente a mí estaba completamente blanca por la escarcha. El arroyo fluía con tanta suavidad que parecía remansado. En la linde del bosque se acumulaban las hojas secas de los robles y los castaños. Saqué la petaca del bolsillo para echar un trago, y al hacerlo se me cayó al suelo el manojo de las llaves. Entre ellas estaba la del armero. Me había olvidado de dársela al capataz. En ese momento, se levantó una ráfaga de viento helado tan violenta que me hizo encogerme y trastabillar. El corzo, a mis pies, agitó las patas traseras en un espasmo y dejó escapar un quejido suave y ronco. Una rana rompió a croar en el arroyo. Otra le respondió desde la enramada. Las nubes ocultaron la luna y se hizo la oscuridad en la llanura. Me arrodillé en la hierba y me obligué a posar de nuevo la mano en la garganta del animal. Casi al instante, sentí que se me revolvía el estómago y me empezaba a correr un sudor frío por la espalda. Definitivamente, yo no estaba hecho para aquello. Pero allí no había nadie más.
© All rights reserved Antonio López-Peláez Manoja
Antonio López-Peláez Manoja nace en 1967 en León, España. En la universidad de esta ciudad obtendrá en 1990 su Licenciatura en Filología Inglesa. Ya en su etapa universitaria comienza a escribir guiones cinematográficos, consiguiendo en 1989 el primer premio y mención especial del jurado en el Certamen de Guión Cinematográfico convocado por la Delegación de Cultura de la Junta de Castilla y León. Más adelante, en 1993, comienza a impartir clases de inglés en la Escuela Oficial de Idiomas de Mérida, trabajo que simultanea con la escritura y publicación de varios relatos breves en revistas literarias como El Signo del Gorrión, Solaria, La Luna de Mérida o El Espejo. Estas narraciones acabarán compiladas en el volumen No te Duermas, mi Amor, Mira la Calle (KRK Ediciones, 2001). Posteriormente, Antonio López-Peláez Manoja publicará sus novelas Nada Puede el Sol (Random House-Mondari, 2008) y Casa Dividida(Extravertida Editorial, 2022). Su más reciente obra, por último, es el relato El Fin de los Días, publicado en 2023 en la revista El Coloquio de los Perros.