Existe un lugar en el que el presente, el pasado y el futuro se conectan sin fricción, se trata de Paris, “La ciudad de la luz” o “La Ville Lumière”, aposento del arte y la cultura. Una ciudad colmada de los más renombrados monumentos del mundo, entre ellos la famosa Torre Eiffel, la Catedral de Notre Dame, la Avenida de los Campos Elíseos, el Arco de Triunfo, el Panteón y la Ópera Garnier, por citar algunos ejemplos. La sensación que uno se lleva al caminar o visitar estos lugares es que no existe una competencia entre lo histórico y lo moderno, que cada época tiene un mensaje, una función en el contexto urbano y que los ciudadanos son parte de esa fusión.
Al empezar a escribir, me doy cuenta de que hay muchas aspectos de corte intelectual que deberían ser parte de estas notas, pero me voy a aventurar como el pintor ansioso que hace sus primeros trazos y me limitaré a resalta el factor que considero más valioso en este peregrinaje… y es haber comprendido que una ciudad como Paris, permite apreciar el fenómeno de la valoración cultural a través del arte y de como este, sirve de enlace entre las generaciones. Su presencia revela el paso y la huella de la historia, la creatividad sin límites y es testimonio de la búsqueda del hombre por reinventarse y trascender. La obra artística que encierra esta ciudad exterioriza la evolución permanente de lo que conocemos e imaginamos.
Cada día de este viaje es una aventura sensorial. Las calles están tan cargadas de arte, objetos antiguos, galerías y artistas “actuando en vivo”, que se diría que los espacios urbanos, son otro tipo de museo o teatro ambulante. Durante mis recorridos he visto a decenas de niños caminando de la mano de sus maestros, escuchando las explicaciones de las exhibiciones… No ha de sorprendernos el nivel el nivel cultural e intelectual al que estos niños están expuestos desde tan temprana edad y el consecuente impacto que tiene la sensibilidad artística en su formación integral. Esto sumado a una segunda observación cuando visité varias tiendas de juguetes, en las que pude constatar que la parte lúdica está orientada a juguetes que promueven el desarrollo creativo a través del estímulo a los sentidos. Juguetes, dicho sea de paso, que ni remotamente uno encuentra en las tiendas de los Estados Unidos −y si los encuentra son costosos y parecen satisfacer más el deseo de coleccionar o decorar−, acá en este lado del mundo, son piezas para armar, pintar, crear, dañar y reusar. Una última nota sobre este punto, es que hasta el momento no he visto a ningún niño jugando video juegos mientras cena en un restaurante o espera en la banca de un parque, ni tampoco he visto pantallas de televisión en los automóviles, de esas que se usan para entretener a los niños y evitarles que hablen, que jueguen, que peleen o que griten. (Si las hay, y seguro que las hay, no las he visto… porque quizás no son una necesidad básica de las familias en este lado del mundo).
En este, mi segundo viaje, he tenido mayor oportunidad de recorrer la ciudad e impregnarme del ambiente parisino, por lo que debo admitir que si uno quiere aprender de arte o de historia del arte, debe venir a Paris… Ahora si entiendo por qué muchos escritores y artistas plásticos pasan largas temporadas en esta ciudad. La carga de estímulos es tal que la poesía, en mi caso, surge de cualquier elemento que observo. Si bien, el aprendizaje es dinámico y la inspiración puede darse en cualquier contexto, admito que hay muy pocas ciudades en el mundo con las características de Paris, y me refiero a que esta ciudad tiene el embrujo de la historia. En la cotidianidad, las personas te refieren a aquellos lugares en donde sucedió algo novedoso o importante, y si se observa con atención el vecindario por el que se transita, no es difícil encontrar placas que atestigüen la antigüedad de algunas viviendas, que pueden ser hasta de más de doscientos o trescientos años. Otras placas o fotografías mustias colgadas en las paredes, son parte de la leyenda de escritores y pintores famosos de los años 20’s… o como me sucedió hoy, cuando el “casero” me dijo que a media cuadra en Montmartre quedaba uno de los bares en los que cantaba Edith Piaf, y que no me olvidara de tomarme allí unas cervezas en su nombre… De repente me acordé de la película de Woody Allen “Midnight in Paris”… ¡Cuanta vida ha pasado por aquí! Y aunque la vida sucede en todas partes y es igual de importante en cada sitio, es esa vida parisina, la que atrae por su brillo y se distingue del resto de ciudades, pues aporta entre otras características una ostentosa arquitectura, la exquisitez de su gastronomía y una magna riqueza cultural, elementos que unidos, atraen alrededor de 42 millones de turistas cada año, convirtiéndola en el destino turístico más importante del mundo.
Sin ser una fanática del turismo urbano he caído de nuevo de rodillas, vencida por el glamour y la riqueza de Paris, paso obligado para quienes deseen estar rodeados de arte en todo el sentido de la palabra. Me apena no saber francés para potenciar más lo que he aprendido en este viaje; sin embargo, el idioma no es una barrera en realidad, porque el arte es universal y con los adelantos de la tecnología, el conocimiento está al alcance de quien lo desee. En algunos casos han sido de gran utilidad las aplicaciones de los Smartphone para guiarme en la ciudad o para traducir.
Entre mis visitas a museos, cabe destacar la del “The Centre Pompiduo”, que es un museo multicultural fuera de serie. Cuando uno llega a sus instalaciones siente un choque mental, pues no se trata de un edificio que armonice con la arquitectura parisina, más bien la intención es todo lo contrario: sobresale por no dejar nada oculto. Es un armazón de tubos de acero con colores llamativos, como un Lego gigante. La National Geographic lo definió como “Un amor a segunda vista” y la verdad es que en mi caso, aprendí a querer al Pompiduo desde adentro hacia afuera. Hoy su “look” exterior me encanta y hasta me senté a observarlo sentada en el andén como todos los demás visitantes que estaban ansiosos de que se llegara la hora de apertura del museo.
La exhibición del “The Centre Pompidou”, fue la que más me impresionó pues reúne una amplia muestra artística e incluye a varios artistas de origen latinoamericano, entre los que sobresale el cubano Wifredo Lam. La obra expuesta en este museo está tan bien seleccionada que es imposible saltarse una obra de forma intencional, y hace que el visitante siga el orden que se ha sugerido y se deje llevar en un deguste del arte, la arquitectura y la escultura. Al final el visitante se lleva una excelente muestra del arte contemporáneo, una visión de lo que posiblemente será el arte del futuro y, sin duda, una reflexión sobre el uso del reciclaje como materia prima para hacer arte.
Un punto final, sin ser de menor importancia: Entre las obras expuestas estaba una exhibición monumental de revistas literarias de más de un siglo entre las que brillaba la reconocida revista Martin Fierro y las mejores de su época. Al pasearme por esas salas vestidas de periódico, sentí la nostalgia de esas revistas literarias que se imprimían en antaño… Recordé aquella revista “Piedra” que solíamos imprimir en papel amarillo o rosado en mis épocas de colegio en Cali… ¡Que lastima que no guardé ningún ejemplar! Pero su imagen ocupa un lugar privilegiado en el museo de mi memoria.
Escribo para no olvidar…
© All rights reserved Pilar Vélez
Pilar Vélez, escritora y poeta, es economista de la Universidad Autónoma de Occidente de Cali, Colombia, y magíster en Administración de Empresas de Nova Southeastern University. Es directora y fundadora de AIPEH Miami de la Asociación Internacional de Poetas y Escritores Hispanos/ Asociación Internacional de Arte y Cultura Hispana y creadora de la celebración internacional del Mes del Libro Hispano. Dicta conferencias y talleres a nivel internacional sobre Construya su Plataforma y marketing para escritores. Es miembro de Sigma Beta Delta, International Honor Society for Business, Management and Administration y de AMA, American Marketing Association.