Él me habló de su libro con entusiasmo y elogió a la autora con afecto mientras depositaba la novela en mi estantería blanca. Miré el ejemplar y pensé “ blanco sobre blanco”. Las alabanzas a una mujer, pronunciadas por mi hombre proclive al enamoramiento instantáneo, despertaron mis sospechas y, la desconfianza, condenó el libro al ostracismo a corto plazo.
El suceso aconteció en verano.
Ahora el invierno interior mece el frío en mi balcón y Noches Árticas escrito por Ana Vidal Egea ha entrado en mi vida. ¿Por qué? (…qué más da).
Un sábado gélido de noviembre de este año (2013) inicié su lectura. Sin intermediarios. El texto y yo frente a frente. La historia narrada en primera persona me atrapó al instante y la escritora se reveló ante mí con la fuerza de una “loba esteparia” que no puede amamantar a sus crías.
Ana Vidal Egea nos describe la frustración de una mujer enamorada de un hombre homosexual, Adriano. Finlandia es el escenario de esta pasión no consumada. Y la protagonista – sin nombre- narra la historia en cinco capítulos utilizando el presente de indicativo como un tiempo verbal que anula el futuro.
La inmediatez y la ausencia de pasado sitúan a los personajes en un espacio dramático que no permite el cálculo del por qué; da la impresión de que la autora no quiera saldar deudas con el pasado y su historia -real o ficticia- sea no se ubique en un tiempo determinado.
Intuyo que la mujer apasionada que redactó esta novela quiso mantener la veracidad ardorosa de la protagonista que solo puede sostenerse en el momento preciso del vivir cotidiano. El tiempo mata el desgarro de las emociones porque las congela, y Ana Vidal nos presenta su historia en un presente acerado y blanco en que, el frío, lastima.
La novela se lee con fluidez. Aunque la aparente “naturalidad” del texto puede engañar al lector; no es una obra fácil y la escritora nos obliga a interpretar el significado de los referentes intelectuales que cita a lo largo del libro y, especialmente, en el capítulo final titulado, Los Días en la Cabaña. Sitúa el final del amor agónico en un casita aislada en Laponia. El diario del desenlace se inicia un jueves y finalizará un martes. La autora narra la vivencia cotidiana de Adriano y la protagonista, y anuncia cada día una película a visionar: Lost in Traslation, de Sofía Coppola, Paris-Texas de WimWenders, Persona de Bergman, “In the mood forlove” de Won KarWai, Azul, de Kieslowski.
Ana nos cuenta los sucesos dramáticos y la clave metafórica de las emociones descritas.
Si tuviese la oportunidad de entablar una conversación con la autora le diría que los párrafos en los que he visto los destellos de una escritora excelente han sido aquellos en los que describe a su padre, su madre, su pueblo. Al leerlos percibes la profundidad con la que esta mujer vierte los sentimientos a flor de piel. El texto adquiere credibilidad, fuerza y provoca la identificación con lo que lees.
Una mujer que es capaz de precisar la necesidad de ser leída entre líneas para que la comprendan, escribiendo:
“Hay momentos en que uno no debería decir ya nada o debería decirlo todo, pero es tan grande el temor a equivocarse que se pide ayuda, se suplica que se lea entre líneas”
No necesita muletillas ni referentes académicos porque restan emotividad.
Su producción literaria muestra solidez y ha sido galardonada en diversas ocasiones: Premio Voces Nuevas 2009 de la Editorial Torremozas, finalista del Premio Jóvenes Talentos Booket en el 2006. Ha publicado poemas y relatos en diversas revistas, incluyendo en Nagari o Suburbano, revistas ambas de Miami. Y su primer libro en solitario, La otra vida, 18 relatos de amor y miedo apareció en el año 2010 en la Editorial Traspiés.
Una loba–escritora que conquista el corazón de los lectores con lo que sale de sus entrañas. Y es que, Ana Vidal Egea, las tiene en estado de alerta recargadas con un doble conocimiento: el intelectual y el sensible.
Este hombre mío me cela con mujeres interesantes… bueno a lo mejor todo son fantasías mías… pobrecito, está tan solo que deber sentír el frío del trópico, cuando no debiera.
Ángels Martínez