Nada más que de amor
Hazme el amor,
como si no existiéramos,
como si yo fuera el cuerpo que deseas,
y no, tan solo, el amor de la casa.
Hazme el amor,
como si no supieras
mi nombre y la costumbre
de enredarte en mi piel hasta el cansancio.
Hazme el amor,
como si ya los hijos nos culparan de padres,
y no hables sino quejidos.
Hazme el amor,
definitivamente, con más que abrir las piernas,
con más que la intención y el deseo,
como si no tembláramos,
nada más que de amor.
Oración
Mar,
tú que acogerás en tu eternidad las cenizas hastiadas de Reinaldo Arenas,
tú que insolente y colérico cantas desde otros tiempos
más inocentes,
ajeno a los hombres que desde su pequeñez y su miseria,
todavía te amamos.
Tú, que estirando tus manos puedes tocar las dos orillas.
Tú, que como fuego te agazapas y saltas y golpeas,
por favor,
no hagas daño a esos muchachos, sólo protégelos.
Y si te es posible,
burla a políticos y comisarios,
a patrias y países,
y permite que sus cuerpos hambrientos
y desnudos,
sus cuerpos furiosos y gastados,
arriben a esta orilla.
Hazlo a cambio de las cenizas hastiadas de Reinaldo Arenas,
que fue joven, hermoso,
y te amaba.
Debajo del puente
Yo iba, algo nervioso, sentado
en el caballo de la bicicleta.
Lázaro pedaleaba y a veces su barbilla
rozaba mi hombro; sentía
su respiración.
Sus manos, a ambos lados, sujetaban
el manubrio.
Cuando llegamos al puente de Altabana,
descendimos y caminamos por debajo;
se sentía hueco y húmedo.
Lázaro sacó el carrete con el nailon
y los anzuelos; se acercó
a la orilla del río.
Yo, pegado a la pared, lo miraba…
Ay del tiempo caído, de aquellos niños
temblando debajo del puente y del sudor,
que hace surcos trigueños en la espalda.
Canción de exilio
Chante, poème, à la criée des eaux l’imminence du thème,
Chante, poème, à la foulée des eaux l’évasion du thème:
Saint-John Perse
Para Z.V.
Canta, poema, la soledad de esa bala que destroza mi cráneo,
la cadencia precisa de mi cuerpo abatido y el estupor
de esa hoja que envejece y multiplica la caída;
como manos abiertas pidiendo qué.
Canta, poema, la inminencia del golpe, el olor del estruendo,
la arenilla y el fuego sobre los hierbazales de mis ojos,
el ardor alrededor de la carne quemada
y esa ola, más que ingenua, que me empapa los pies.
Canta, poema, la desidia del trillo al amanecer
cuando los contornos renuevan su efervescencia,
se escucha mejor el crujir de los huesos,
y yo vomito parte del asco acumulado.
Canta, poema, el tropel de andamiajes, la traición
de los amigos, el total de naufragios, el número de ahogados
y a ese muchacho que con la soga al cuello
piensa que la nostalgia tiene también su pino en el ombligo.
Canta, poema, el brillo de la navaja en mi garganta,
el candor del pomo de pastillas de Carlos, los cadáveres
perdidos de Esteban y Eddy, los mutilados por la plaga,
y los amigos muertos por la distancia o el amor.
Canta, poema, con desenfado y hasta con cierta desfachatez
a ese humo que en la voz parece una plegaria, pero que no lo es.
Cántale, que ya me abre las piernas, ya me acerca la boca,
ya me mata.
EL ROSTRO DE LA MADRE MUERTA
El rostro asombrado de mi madre,
al final del pasillo, se parece
al de la madre muerta.
Está como si lo hubieran distendido y luego,
torpemente, intentado remodelar
o recomponer.
Un rubor absurdo en la mejilla, delata
el rostro de la madre muerta.
Unos labios cosidos –o presillados– retienen
o impiden, clausuran, la palabra.
El pelo desciende desde atrás y se hace paja,
algo que cruje de rabia y de amarillo.
El rostro de la madre muerta recuerda
la vieja canción de los que parten,
un solo de trompeta que toca con sordina.
Es un rostro exiliado.
En Poey, mi madre barre hojas moradas
y las amontona junto al muro del portal.
El 302 de la calle Cuarta se resquebraja
y las tejas se deslizan como goteras.
De los cuartos helados y abatidos
queda un aire dulzón en el polvo cuadriculado.
Está nevando en Madrid
y la bombona de butano no calienta.
A la una y cuatro minutos, en Miami,
hay una mujer comprando pan
y el calor derrite las visiones.
Quiero y no me rindo, pero ¿cómo hago
para pensar, para recomponer,
el rostro de mi madre muerta?
© All rights reserved José Abreu Felippe
José Abreu Felippe (La Habana, 1947), partió al exilio en diciembre de 1983. Reside en Miami desde 1987. Es poeta, narrador y dramaturgo. El tiempo sometido (2016) reúne su poesía escrita entre 1973 y 2016