Hace un mes, el pasado 2 de septiembre, a las 19.30 horas (UTC-3) y entre los fragores noticiosos que sacudían a Oriente y Occidente, una novedad espantosa se destacó del conjunto. Después de ocho horas de peligroso trabajo por parte del cuerpo de bomberos, fue controlado el feroz incendio desatado en las instalaciones del Museo Nacional de Brasil, no sin que terminara destruido el 90% de sus instalaciones y los tesoros que albergaba.
La institución, la más antigua y completa de todo el país, cobijaba entre sus deterioradas paredes y bajo su techo plagado de goteras 20 millones de piezas de incalculable valor cultural y la biblioteca científica más grande de toda la ciudad: medio millón de ejemplares, incluyendo 2.400 obras únicas. Alcanza con introducirse en la página Web del arrasado museo para comenzar a tener una idea aproximada de cuánto perdió la humanidad en unas pocas horas (ver: http://www.museunacional.ufrj.br/). Ocupaba un primerísimo lugar en toda la región gracias a sus colecciones de antropología biológica, arqueología, etnología, geología, paleontología y zoología.
Ubicado en Quinta da Boa Vista, en el palacio imperial de São Cristóvão, el museo fue inaugurado por Juan VI, rey de Portugal, el 6 de junio de 1818 bajo el nombre de Museo Real: en el corriente 2018 celebraba su bicentenario. Tras su amarilla pared delantera, tiznada por las llamas -lo poco que ha quedado en pie, apenas la fachada, como si fuera un montaje de escenografía- fue firmada la declaración de independencia de Brasil en 1822. En sus hoy calcinados salones se rubricaron también la abolición de la esclavitud en 1888 y la primera constitución brasileña, en 1891.
Desde 1946 era administrado por la Universidade Federal do Rio de Janeiro (UFRJ), la mayor de todo el país, y que también ofrecía en la destruida infraestructura cursos de posgrado ligados en las áreas de antropología y sociología, botánica, geología, paleontología y zoología.
Abundantemente cubierta por los medios de comunicación la desoladora noticia en su momento, se señalaba la magnitud de los daños a poco de producido el siniestro. La colección del Antiguo Egipto, que incluía el mayor número de momias -700- de toda América Latina; enseres y obras de arte grecorromanas, entre ellos, murales pompeyanos; colecciones paleontológicas -más de 26.000 piezas- en cuyo inventario se destacaban, entre los miles de fósiles perdidos, el del dinosaurio Maxakalisaurus topai (aproximadamente 80 millones de años), el de mayores dimensiones descubierto en el país, y el Angaturama limai, el más grande de los dinosaurios brasileños carnívoros (circa 115 millones de años). También desaparecieron para siempre el sarcófago de Sha Amum En Su -datado como del año 750 a.C. y uno de los muy escasos que, en el mundo, jamás había sido abierto-; el cráneo bautizado “Luzia”, el segundo más antiguo de todo el continente americano (11.000 / 13.000 años); fósiles de plantas ya extinguidas; el trono del rey Adandozan, del reino africano de Dahomey (siglo XVIII); grabaciones de lenguas indígenas que ya nadie habla; objetos de las culturas andinas; millones de especímenes de las colecciones entomológicas. Todo ello, irrecuperable, era parte de un acervo considerado por los especialistas como el quinto del mundo y se ha perdido para siempre, a pesar de la heroica determinación de los estudiosos que, como Paulo Buckup, profesor de zoología que trabajaba en el museo, desafiaron a las llamas, la asfixia y los derrumbes e ingresaron por las suyas a las diferentes salas de exhibición y los archivos, procurando desesperadamente poner a salvo cuanto se pudiera.
Aunque el origen de la catástrofe no pudo ser inmediatamente identificado -se habló de un cortocircuito o bien de un farolillo volante de papel, de confección casera, que tomando contacto con las instalaciones podría haber dado origen al siniestro- cabe recordar que esta magna pérdida cultural no fue la única sucedida en Brasil en la última década. Con anterioridad, y solamente en San Pablo, el sábado 15 de mayo de 2010 ardieron las importantes colecciones de ofidios y arácnidos del Instituto Butantan (más de 80.000 especímenes conservados en alcohol desde comienzos del siglo pasado); el 22 de noviembre de 2013 se declaró un incendio de proporciones en el Memorial de América Latina, una obra del célebre arquitecto Oscar Niemeyer destinada a centro cultural y político, ubicada en el distrito de Barra Funda; el 21 de diciembre de 2015 las llamas destruyeron por completo el Museo de la Lengua Portuguesa, construido en 1867 y que había sido restaurado en 2006. El 3 de febrero de 2016 se incendiaron los depósitos de la Cinemateca de San Pablo, uno de los mayores archivos cinematográficos de América Latina, que custodiaban 200 mil rollos fílmicos, incluyendo largometrajes, cortometrajes y noticiarios, así como libros, revistas, guiones originales y afiches confeccionados desde 1895. Cabe agregar, en este último caso, que la Cinemateca ya había sufrido catástrofes similares en 1957, 1969 y 1982.
Respecto de los detalles que llevaron a las ingentes pérdidas producidas en el Museo Nacional de Brasil, la información periodística y las declaraciones vertidas por los entrevistados son coincidentes.
Señalaron las autoridades de bomberos de Río de Janeiro que la institución museística carecía de los medios imprescindibles para la extinción de incendios y que un mes antes del desastre ellas habían realizado algunas acciones tendientes a subsanar esas falencias, pero que estas medidas incipientes no llegaron a tiempo.
Por otra parte, en declaraciones vertidas ante diferentes medios de comunicación, Cristiane Serejo, subdirectora de la destruida institución cultural, manifestó que esta no poseía un seguro patrimonial ni disponía de una brigada contra incendios propia, dado que la institución no contaba con los medios adecuados para sufragar dichos costos.
Ha pasado ya un mes desde la catástrofe, que hoy, mientras usted lee estas modestas reflexiones, es ya una noticia añeja, que pocos ya recuerdan, perdida en Internet entre el aluvión de barbaridades, atropellos, guerras y masacres que en apenas 30 días sacuden puntualmente al planeta.
Las promesas en cuanto a reparar de alguna forma lo irreparable ya son cosas del pasado: habrá siempre, siempre, otras prioridades, y por otra parte: ¿cómo se repone algo que era único? ¿Hay un “doble de cuerpo”, una réplica, un duplicado imposible, para el fósil de un dinosaurio, un trono africano del siglo XVIII, un cráneo americano de 13 mil años de antigüedad, el audio exclusivo de una lengua extinguida? Pero también, a un mes de los hechos, tenemos una confirmación: parece que la cultura y sus bienes tangibles e intangibles poco y nada le importan a casi nadie. Y para algunos, valen todavía menos que eso. Aunque los museos no sean patrimonio exclusivo de los países donde están asentados, sino que sus colecciones y los estudios que permiten efectuar lo son de toda la humanidad.
La gravedad de la pérdida del Museo Nacional de Brasil es esa: se trata de un vacío que no tiene fronteras.
© All rights reserved Luis Benítez
Luis Benítez nació en Buenos Aires el 10 de noviembre de 1956. Es miembro de la Academia Iberoamericana de Poesía, Capítulo de New York, (EE.UU.) con sede en la Columbia University, de la World Poetry Society (EE.UU.); de World Poets (Grecia) y del Advisory Board de Poetry Press (La India). Ha recibido numerosos reconocimientos tanto locales como internacionales, entre ellos, el Primer Premio Internacional de Poesía La Porte des Poètes (París, 1991); el Segundo Premio Bienal de la Poesía Argentina (Buenos Aires, 1992); Primer Premio Joven Literatura (Poesía) de la Fundación Amalia Lacroze de Fortabat (Buenos Aires, 1996); Primer Premio del Concurso Internacional de Ficción (Montevideo, 1996); Primo Premio Tuscolorum Di Poesia (Sicilia, Italia, 1996); Primer Premio de Novela Letras de Oro (Buenos Aires, 2003); Accesit 10éme. Concours International de Poésie (París, 2003) y el Premio Internacional para Obra Publicada “Macedonio Palomino” (México, 2008). Ha recibido el título de Compagnon de la Poèsie de la Association La Porte des Poètes, con sede en la Université de La Sorbonne, París, Francia. Miembro de la Sociedad de Escritoras y Escritores de la República Argentina. Sus 36 libros de poesía, ensayo, narrativa y teatro fueron publicados en Argentina, Chile, España, EE.UU., Italia, México, Suecia, Venezuela y Uruguay