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Marzo 2023

MIGRACIÓN Y RESISTENCIA: Las guerras perdidas de Oswaldo Estrada. IRMA CANTÚ

Hace unos meses, Las guerras perdidas (Sudaquia, 2021) de Oswaldo Estrada obtuvo la Medalla de Oro del International Latino Book Awards 2022 como “Mejor Colección de Cuentos en Español”. El premio, uno de los más importantes para los autores latinos de los Estados Unidos, reconoce la maestría del peruano-americano para tratar un tema tan candente como el de la migración, desde diversos ángulos y escenarios. Si en Luces de emergencia (2019) y en Las locas ilusiones y otros relatos de migración (2020) este tema aparece con insistencia, en esta tercera entrega cuentística Estrada cierra su ‘Trilogía del migrante’. En los tres libros, el punto de partida, el origen del migrante, es la América hispana, pero en este último ejemplar se amplía el lugar de destino, y al mapa se suma España como país receptor de una buena parte de la migración sudamericana, sobre todo de Perú y Bolivia.

El libro arranca con un “Prefacio” que funciona como un relato estampa donde curiosamente la voz le habla de tú al lector. “Con el apuro no has tenido tiempo de darte la vuelta y despedirte de los tuyos desde las escaleras de metal. Pero estás a salvo del mundo allá afuera” (15), señala la voz narrativa, asumiendo que el lector reconoce los apuros del migrante y que huye junto a un grupo variopinto de seres que al irse reconocen que “han perdido la guerra”: una muchacha de uniforme, otra que se quiere casar, un campesino presto a levantar la cosecha de otra tierra. El único que se queda es justamente quien se encarga del traslado, el taxista. Esta entrada funciona como una segunda parte de la imagen de la portada del texto: si en la cara del libro aparece la foto de un autobús escolar reventado por una bomba y las balas en la calle de un pueblo en ruinas, este “prefacio” es su contracara, la del instante de la suerte del auto urbano lleno de pasajeros. Los sobrevivientes-personajes tienen la oportunidad de acompañar al lector en el taxi y escapar juntos de la guerra.

Algunos de estos relatos no son migratorios stricto sensu, pero sí vislumbran una razón para la huida de los personajes de los otros cuentos cuya centralidad es justamente la migración -no siempre internacional- y funcionan como las zonas cero que la motivan y la explican. “El juicio final”, por ejemplo, cuenta el desencanto de un costeño migrado a Lima que confía en la paz que El Chino, nombre popular y electorero del presidente Fujimori, traería al país y que culmina con ejecuciones sumarias y desvíos de fondos. En “La otra vocación” un niño sueña con ser médico y lo logra para terminar en la cárcel por practicar un aborto clandestino a cambio de unas monedas. El Fiscal pide dinero para liberarlo por la puerta de atrás, en un canje donde todos se aceitan las manos porque en cada país hispano no hay democracia que dure, ni sistema de anti-corrupción que aguante. Aquí no hay cisne blanco que no se manche en estos pantanos tan hondos. Otros cuentos se anclan también en Lima: en “Leche negra”, por ejemplo, una adolescente es obligada a dejar la escuela para obtener unas cuantas bolsas de leche en polvo repartida por comandos armados; y en “Vivir la muerte”, donde una familia criolla adopta al hijo de su empleada indígena, las dinámicas raciales y la pigmentocracia poscolonial nos conducen a un final catastrófico. Otros relatos, como “Pena de muerte”, aluden a una migración del campo a la ciudad: de la sierra peruana a la capital; y de la gran ciudad a la región rural en la hoy llamada España vacía, como sucede en “La patria perdida”.

Si se pasa una mirada atenta a estos relatos previos pueden entenderse como vórtices explicatorios que cada tanto catapultan a los personajes del resto de los cuentos: la guerra, el hambre y la falta de oportunidades de una vida digna operan como detonantes del traslado. No importa que los personajes migrantes sean de otros países como en el cuento “Segundas nupcias”, cuya protagonista es una joven madre boliviana migrada a España que busca casarse por conveniencia con un anciano español. O el cuento , “El reino de la verdad” que narra la conversión de un sordomudo como ‘Testigo de Jehová’ gracias a una mujer religiosa; el cuento gira en torno al joven indígena “que se había quedado sin familia cuando la guerra…cuando mataron a los niños, las mujeres y los viejos que lloraban en otra lengua. Él se había salvado esa noche siniestra por estar en el monte con los animales, parecía entender que Dios lo había elegido…” (52). Los ecos centroamericanos del cuento se perciben en la “otra lengua” y en el auge de las micro-organizaciones religiosas. No se advierte el país y no importa. Todos los migrantes hispanos comparten un origen de democracia frágil o inexistente y de una corrupción galopante; es decir, todas las guerras proceden del mismo fango. Y así lo demuestran los relatos de esta colección.

Si seguimos esta misma lógica, todas las guerras se pierden: si se sobrevive a la violencia bélica huyendo de la patria, en el país receptor nos espera la enfermedad, la vejez y, por último, la muerte. Y aunque la guerra siempre está perdida, en la vida hay que ir ganando unas batallas, como le dice la peruana del cuento “Señales de vida” a Petra, una anciana sobreviviente de la Guerra Civil Española: “-No te preocupes por esta vieja, la tranquilizo desde mi balcón. Si no me mató una guerra, no va a poder conmigo esta epidemia” (33). El abandono del lugar de origen se entiende como una herida matriz a las que se irán sumando otras. Estrada trenza y tensa estos dos hilos, el de la violencia y el de la enfermedad, y al hacerlo los ecos resuenan en los lectores sean migrantes o no porque todos han sido atravesados al menos por una de esas heridas: la de la enfermedad, la de la discapacidad o el acecho mismo de la muerte.

Además de la violencia en los puntos de origen, hay otro hilo conductor en estos cuentos: la enfermedad, el padecimiento, esa condición al margen del corpore sano. Explorar estas dolencias ha sido una de las obsesiones literarias del autor como puede verse no sólo en muchos de sus relatos sino en la antología Incurables (2020). En su papel de editor, Estrada convoca en ese libro a otros escritores del llamado New Latino Boom, autores que escriben “desde el arraigo y desarraigo de los Estados Unidos” (12). “Nos une la experiencia de ser inmigrantes…[y] escribimos en español” (12), sostiene ahí Estrada como un acto de resistencia. El libro colectivo del 2020 reúne a veinte escritores latinoamericanos en torno a la enfermedad que invade, además del cuerpo, el discurso político. Al leer esta antología de Estrada sentimos que los migrantes acarrean no sólo el mal sino los males al corazón de la América blanca y angloparlante, la América real. La metáfora de los movimientos anti-migratorios en torno a “la peste de migrantes que infestan” a los Estados Unidos se volverá agorera al coincidir el lanzamiento editorial de Incurables con la pandemia del coronavirus.

Otro hilo de esta trenza parece venir de otra antología de Estrada, Senderos de violencia: Latinoamerica y sus narrativas armadas, publicada en 2015. En aquella ocasión, el autor convocó a académicos, estudiosos y artistas para que analizaran las narrativas generadas en torno a las distintas guerras ocurridas en nuestro continente en los últimos cuarenta años. Lo menciono para enfatizar que Estrada ha explorado los temas que vertebran esta colección y que ha logrado unirlos en un corpus narrativo que da voz a los migrantes dimensionándolos también como sobrevivientes. Ambas antologías echan luz a los dos fenómenos que nutren Las guerras perdidas: la guerra y la enfermedad, sin perder de vista la condición de migrante que enlaza la trilogía.

En la novela de Yuri Herrera, Señales que precederán al fin del mundo (2009), el personaje inmigrante enfrenta a un oficial norteamericano recalcando su marginalidad y la de otros que están en su mismo lugar. Makina habla ahí por: “los que no hablamos su lengua ni sabemos estar en silencio. Los que no llegamos en barco, los que ensuciamos de polvo sus portales, los que rompemos sus alambradas, los que venimos a quitarles el trabajo, los que aspiramos a limpiar su mierda, los que anhelamos trabajar a deshoras…Nosotros los oscuros, los chaparros, los grasientos, los mustios, los obesos, los anémicos. Nosotros los bárbaros” (109). Su descripción articula la narrativa maestra y oscura de la hegemonía blanca y se suma a la enfermedad, eso que Susan Sontag llamó el lado nocturno de la vida en su ensayo Illness as Metaphor.

Sin embargo, la potencia sutil con que Estrada construye la barbarie y el padecimiento revela la fuerza de la decisión de vivir del migrante y los pasos firmes de ese viaje que tantas veces incluye una visita al infierno; a su vez, la aparición o el tratamiento de la enfermedad palidece frente a la violencia que el poder ha ejercido sobre los cuerpos de los sobrevivientes. En otros casos, la migración se explora más allá de los documentos: en “Sunday Market”, por ejemplo, el protagonista es un campesino temporario que pasa la mitad del año en Estados Unidos y la otra en su casa. La legalidad de su estatus no le quita su condición laboral de ave de paso, ni su rol de padre proveedor con hijos que estiran la mano o el cordón del teléfono para pedirle dinero. En dicho relato el personaje es el eterno desenraizado que encuentra solaz en las plantas que cultiva en tierras ajenas. En esa noche de violencia y huida, de barbarie y nocturnidad y de días de sol con la familia lejana brilla una estrella, una luz y una vida en los relatos de Oswaldo Estrada.

Hay una resistencia guerrera en el bebé prematuro, en la anciana del balcón y en las sirenas de tierra que hallamos en este libro de cuentos, así como en las metáforas de la pérdida. “Te puedes pasar años viviendo en otra parte”, señala uno de los protagonistas, “comiendo otras comidas, haciendo nuevas amistades. Pero el corazón sigue allá, dobladito con la ropa que dejaste en el ropero por si había que regresar” (35). La imagen del corazón doblado habla de flexión, de posibilidad que humaniza y suma complejidad al relato. A diferencia de otros escritores que tratan el tema migratorio, Estrada no es lapidario, ni abusa del sentimiento; hay un margen de libre albedrío en sus personajes. Si bien el sistema es, en la mayoría de los casos, terrible, sus personajes buscan la manera de superar el obstáculo alentados por una loca ilusión o una esperanza férrea.

A la representación de los migrantes como bárbaros se contrapone esta narrativa de músculo y sangre, pero también de voz y luz. En estos relatos de Oswaldo Estrada, tan destacado dentro del New Latino Boom, comprobamos que la literatura escrita en español de los Estados Unidos sigue forjando una estética de la resistencia.

 

 

 

© All rights reserved Irma Cantú

Irma Cantú es profesora titular de literatura mexicana y colonial en Texas A & M International University. Ha publicado numerosos artículos académicos sobre literatura en tránsito, temas de oriente y literatura escrita por mujeres en México, Estados Unidos y Europa. Ha contribuido en varios volúmenes de crítica literaria y cultural como Materias dispuestas: Juan Villoro ante la crítica (Candaya, 2011), Colonial Itineraries of Contemporary Mexico (University of Arizona Press, 2014), Los oficios del nómada, Fabio Morábito ante la crítica (UNAM, 2016) y Fronteras de violencia en México y Estados Unidos (Valencia: Albatros Editorial, 2021).

 

 

 

 

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