Santiago Roncagliolo publicó un artículo en el periódico, El País, titulado, “Yo sé quién no ganará el Nobel”. Iniciaba el artículo con estas palabras:
“En las próximas semanas se anuncia el Premio Nobel de literatura 2013, y creo que es hora de que se lo concedan a Stephen King. La mayoría de esnobs que desprecian a Stephen King no lo conocen. Lo detestan porque no lo han leído, y no lo han leído porque lo detestan. Si le echaran un vistazo, sin embargo descubrirían a un narrador de historias excepcional. King no es un mercachifle que se saca de la manga fenómenos sobrenaturales para espantar a los adolescentes con acné, sino un explorador de los miedos más arraigados en el espíritu humano. “
Aplaudo la valentía de Santiago Roncagliolo por defender la maestría de Stephen King. Confieso que yo detesto a los que se jactan de no leer sus novelas o a los que menosprecian sus obras degradándolas a la subcategoría de los best sellers de terror.
¿Quién se atreve a decir en voz alta que no se estremeció leyendo Carrie , El Resplandor, La Milla verde, Un saco de huesos… novelas que te mantienen en estado de alerta, obras adaptadas al cine que provocan escalofríos, noches de insomnio.
Stephen King y yo mantenemos un idilio que se fraguó en mi adolescencia y ahora se ha convertido en una pasión tórrida tras leer, Mientras escribo.
Considero que esta obra tendría que ser un Manual de lectura obligatoria para todos aquellos seres anómalos que desean ejercer el oficio de escritor. Stephen King estructura la novela en torno a la narración inicial de su biografía a la que titula, Curriculum Vitae, para adentrase después en la materia del libro: Qué es escribir, la caja de herramientas y escribir. Cierra el libro con la posdata, Vivir.
En el primer capítulo narra su vida en clave irónica describiendo los sucesos y anécdotas que lo condujeron a escribir novelas. Disfrutas con los comentarios en torno a la familia, la ciencia ficción, sus veleidades con las drogas y sobre todo la honestidad y el tesón con el que afronta su oficio.
Los capítulos que dedica al arte de la escritura mantienen un orden en el que prevalece el sentido común y la sabiduría práctica con la que enumera como tiene que ser la caja de herramientas de un escritor, y qué debe contener para redactar historias interesantes.
El método didáctico que utiliza es el análisis de párrafos de celebres escritores y también de textos horrendos sin calidad literaria. Justamente alude a que se aprende más de un texto mal escrito porque ofrece la posibilidad de visualizar los errores que uno puede cometer.
Les propongo un ejercicio práctico si se atreven: lean el libro y después apliquen lo que hayan aprendido analizando este texto “malo”. La autora es la misma que subscribe esta reseña y que ha perdido el pudor a ser criticada.
Ejercicio práctico: texto breve redactado para un Taller de Escritura Creativa.
Mi abuela
Padezco una disfunción emotiva- de carácter hereditario- que me provoca una obsesión enfermiza por los temas relacionados con el amor, la muerte y los moribundos. Heredé el morbo mortuorio de mi abuela y gracias a ella, descubrí en mi tierna infancia, el significado del horror mientras escuchábamos en la radio sórdidas historias sobre asesinatos, desapariciones misteriosas y posesiones demoníacas, narradas por un locutor con voz de ultratumba.
Mi padre también colaboró en mi aprendizaje compartiendo conmigo alaridos y saltos estrambóticos cada vez que los zombies de George A. Romero atrapaban a un mortal desgraciado.
Stephen King y Brian de Palma despertaron el instinto siniestro del placer terrorífico que una vez te entra en el cuerpo no te abandona jamás. Amplié el estatus de lectora y espectadora del género del terror en sus múltiples manifestaciones, con el de escritora, gracias a mi abuela. Ella despertó en mí el interés por la redacción de historias macabras en mi doceavo año de existencia. El primer texto que inició mi vocación fue la redacción de 18 cartas idénticas sobre la muerte de mi abuelo Antonio en las que escribí el siguiente texto:
Espero que a la llegada de la presente os encontréis bien, nosotros bien a Dios gracias. Os digo que el Antonio se murió seco como un garrote por la enfermedad. Estuvo padeciendo casi un año. Un cáncer malo le cerró el estomago y no podía comer. Se murió en su cama, con todos alrededor y el entierro pagado en Santa Lucia. Lo vestimos con un traje negro y le pusimos la pierna ortopédica para que fuese completo en la caja.
Os mando un beso,
Apolonia Hernández.
Mi abuela censuró la información a sus paisanos del pueblo y no me dejo explicar las dificultades que tuvimos para encajar la pierna ortopédica en un muñón congelado. Recuerdo la imagen de mi padre subido en la cama en la que yacía mi abuelo, sosteniéndolo por los brazos, mientras mi tío- albañil de oficio- intentaba encajarle la pierna ortopédica fracasando en el intento. La escena provoco carcajadas y risas histéricas entre los familiares próximos al lecho y mi abuela pronunció una sentencia condenatoria:
“Hay que tener muy poca vergüenza para reírse de un muerto que está de cuerpo presente “·
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Bien, ya tienen tarea para esta noche….
Ángels Martínez.