Diario de una estancia
A ti y a quien no se encuentra
Regresas de Barcelona y, desde el ala del avión, contemplas una alfombra azul en sus bordes laterales junto a Brickell. Circunvalando la playa, se erigen unos edificios llenos de luz vidriada, conversaciones no audibles en cualquier salón de su interior y un lujo contenido en ellos. Miami asume una pátina vegetal en su hábitat que permite el descanso en tu propio hogar. A pesar que, la mitad de nuestro tiempo, se derrita en el asiento de un automóvil escuchando 88,9 FM durante el día.
La primera foto, el canal junto a Ockeechobee Rd. Cercano al lugar, un Publix para comprar una tarta de manzana crumbled, mis crackers de pita con sal kosher y un yogur griego. A la salida, otra foto bajo un arco de la ciudad de Hialeah. No muy lejos, mi lugar de residencia cerca del aeropuerto. En casa de una gran amiga y su esposo en el área de Miami Springs. Este espacio me permite compartir algunos sucesos y acabar mi escritura para el próximo número. Unos días después, los nagarianos tomaremos una merienda antes de caer el domingo en su ocaso. En un jardín muy parecido al que existe en la intimidad de cada uno, nos hacemos un doble selfie. El que corresponde para ser mostrado en público. Y el que implica revelar el cariño conservado en nuestra intimidad. Nagari sigue su camino trazado.
Una mujer coge mi mano a las 6 de la mañana y me incita a recorrer los Everglades. Jueves 28. La luz de Thanksgiving es un pleonasmo. La niebla y su paisaje tras de mí en el Tamiami Trail, no tiene precio. Tampoco el reflejo de uno mismo ante este ecosistema poblado de una flora y fauna propias. O sencillamente, la contemplación del nacimiento del día frente al color naranja o el índigo del firmamento, me obliga a usar, sí o sí, mi Huawei P20.
Observar los buitres. El silencio, en el momento mismo que un caimán se acerca a la orilla. El manglar y sus urces. Las orquídeas en su estado natural. El ibis…. Una anhinga descansando sus pies en la barandilla de una pasarela, mientras divisa un manto esponjoso de algas. El árbol caoba a tu paso por un sendero boscoso. Los pelícanos sobrevuelan un círculo de nenúfares emitiendo su grito en el aire.
Si existe Dios, el lujo ha sido permitirnos que hoy, no vinieran apenas más de tres familias a visitar el edén en este día santo. Gracias Señor, por disfrutar en este paseo matutino: un tú a tú a solas …con la naturaleza.
Color y hábitos sacerdotales acompañan una celebración con flores y sonrisas de mujer oriental desde la mirada agraciada de unos monjes. Es una fiesta thai dentro de un templo budista de Homestead. Cerca, la casa señorial de Walton House, mantiene aves y homínidos del lugar dentro de una jaula mientras esperan que, a las seis, se siente la familia entera a comer el turkey rociado por un gravy espeso.
Tomo una decisión, alternar el Uber con el transporte público durante mi estancia. Ver la ciudad desde el metrorail y observar a los pasajeros que pueblan sus asientos durante el recorrido. Tatuajes en el rostro y por doquier en su piel. Me fijo en los ojos sellados de una señora anciana que reza a solas bajo la discreción. O los mismos párpados que un beodo cierra, para dormir su ebriedad hasta que el recorrido acabe en Allapattha. Un hombre de Overtown lleva una camisa con el nombre de la metrópoli y un anuncio sobre una prohibición nos lo relata una abuela bajo la ironía. Decenas de turistas que se dirigen al Downtwon o a Miami Beach. El eco de las ferias del arte se respira ya cuando paso cerca del antiguo barrio portorriqueño de Wynwood.
Ir a tomar el lunch con tu hija. Descubrir su felicidad a partir de su nuevo oficio: servir al pasajero de avión un café, un jugo de manzana o un suculento dinner en un aeroplano y encontrarse un día en Houston, otro en Las Vegas o el siguiente bajo una nevada en Nueva York durmiendo en un hotel de cuatro estrellas. Conversar con el amigo íntimo en Books and Books mientras miramos unos libros o comiendo kebab en un restaurante persa con mi compadre iraní. Cenar con la amiga espiritual en Miracle Mile y brindar con un merlot. Llorar con varios hermanos bajo un mismo tema: la ausencia, o los versos que la provocan. Hacerlo simplemente porque hoy se cumplen diez años de una tertulia en el Café Demetrio. Y después en Matsuri degustar el sashimi, la guindara, tataki de atún, tempura de vegetales y de postre: un helado de legumbres mientras un sake frío acompaña nuestro encuentro en común.
Al cambiar de residencia la semana siguiente, saber que alguien que difiere radicalmente en pensamiento político en tu país de origen, es capaz de abrirte las puertas de su casa y su familia para compartir espacio y diálogo. Patio. Aguardiente ruso. Carro. El cariño de sus hijos. Recuerdos e inmortalizar el pequeño historial que nos une como amigos cuando hace más de veinte años llegamos a este país casi juntos. Ver el telenoticias de TV1 y discutir sobre Catalunya. Levantarse hacia el alba, e ir a pasear por las calles de South Miami. Degustar un cortadito en un café cubano frente a un Winn Dixie y volver a coger el transporte urbano para…
Descubrir los entresijos del arte contemporáneo en Basel. El impacto de las obras distintas y sus nuevas lecturas. Las galerías alternativas en Untilted o Pinta. La escalada de precios. Las corrientes conceptuales. El arte digital. Los videos frente a una proyección callejera de Edmundo Peñafiel mostrando el grito del emigrante tras un muro. Un cuadro escondido y de tono surrealista firmado por el director de cine David Lynch. Los clásicos dentro del género como, Bacon, Chagall, Louise Bourgeois, Duchamp, Frida Kahlo, Wharhol, Basquiart, Dalí, Miró… El impacto de una banana pegada con una cinta adhesiva gris por el precio de 120,000 dólares de Mauricio Cattelan u otro impacto: el de la mujer como artista y motivo de obra en las exhibiciones de este año.
Recorrer un lugar sagrado para mí. Saber que aún conservas y llevas en tu haber La llave azul de Key Biscayne -título de mi próximo libro sobre Miami-.Ver acercarse las algas a través de una ola y la transparencia de las medusas. Ir al farito para recordar aquella lectura de Anne Sexton o Sharon Olds sobre la muerte del padre. O ir cogido de la mano de una mujer para recordar lo que nos une desde el recuerdo o la nostalgia. Y acabar los últimos días en la casa de la madre de tu hija y su esposo que te ofrecen una habitación para poder estar junto a ella las pocas horas que te quedan.
Pero un diario no puede finalizar sin los que no están. O no estuvieron. Los que no llamaste o no pudiste concertar un encuentro. No porque no hubiese intención, sino por tiempo. A todas aquellas y aquellos que no supimos cómo entrelazar un diálogo o simplemente un face to face para reírnos o conllevar la lágrima en nuestro corazón: les pido disculpas. Que sean conscientes que están aquí en el párrafo más importante que es el último, aunque no nos viéramos. Tranquilos. Lo haremos en la próxima década.
Dos años sin una ciudad, no da para cubrir todo lo vivido en 15 días. Los quiero.
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Eduard Reboll Barcelona,(Catalunya)